Coamo. “Es un éxito ayudar a la gente que está bien necesitada. Hay quien todavía no tiene nada y con esto que le vamos a llevar se van a poner súper contentos”, dijo sonriente Ángel D. Rivera antes de partir desde la Escuela Sabino Rivera hacia el sector La Capilla a entregar agua y comida a residentes afectados por el huracán María.

Rivera era el segundo chofer que salía de la escuela-refugio esa mañana a entregar víveres, por primera vez, a varios sectores del barrio Pulguillas. Le antecedió Luis Martínez, a quien le tocó Sabana, y le sucedió Luis Berríos, que se dirigió a La Cuesta de los Bernardi.

Los tres son empleados municipales y están activados desde el ciclón –hasta nuevo aviso– para atender las necesidades de los coameños de la montaña. El plantel se ha convertido, además del albergue de una treintena de familias damnificadas, en el centro de distribución de suministros de esa zona.

Menos de una hora antes, a las 9:25 a.m., había llegado al refugio una caravana de vehículos municipales encabezada por el alcalde Juan Carlos García Padilla. Una hilera de 17 hombres facilitó la tarea de cargar cuatro guaguas pick up, pasando de mano en mano las cajas de alimentos y los paquetes de 24 botellas de agua de 16.9 onzas que serían, en la mayoría de los casos, la primera ayuda gubernamental que recibirían cientos de familias de la ruralía. Esto, a 20 días del huracán.

García Padilla llevaba el conteo de cajas para asegurarse que correspondiera a la cantidad de familias de cada sector, según el censo realizado por el ayuntamiento; repartía indicaciones y distribuía el personal en brigadas de entrega. “Es más fácil entregar un voucher por casa, que los artículos. Esto es bien fuerte”, comentó el alcalde. Pero esa no es la realidad, así que por ahora toca cargar guaguas e ir casa por casa.

Una vez cargado el cuarto vehículo, Eliezer Padilla tomó el volante y se hizo acompañar de José Gilberto Rivera González y Pedro Colón Avilés. García Padilla, en otra guagua, encabezó la ruta hacia Pastillo y Bomberito. Tras cinco minutos de camino, a las 10:23 a.m. se bajaron en la primera casa. El alcalde entregó los suministros al matrimonio compuesto por José Efrén Ayala Torres y Neftalí María Sáez, e intercambió un par de palabras con ellos. Para entonces ya se les había unido el único voluntario del grupo, José Rafael Rodríguez Cruz, de 13 años.  Varios pies cuesta abajo esperaba una señor,  parada frente a la puerta de su casa.

“¡Ay, qué bueno que llegaron!”, exclamó María Ortiz Benítez, de 69 años, al abrazar y besar a García Padilla. El ejecutivo municipal le dijo “ahí tiene una comprita” y ella respondió “¡gracias!”, con una alegría conmovedora. “Esta es la primera ayudita, pero por lo menos. Gracias a Dios estamos contentos. No teníamos agua”, compartió Ortiz Benítez al aclarar que solo le han llevado unos “galoncitos” de agua no potable para resolver en la casa.

Al recibir sus raciones, Félix Ortiz comentó que, aunque sale a buscar agua a Aibonito, “potable no teníamos”. No obstante, reconoció que su familia estaba mejor que tantas otras en el barrio. “Cuando miro para el lado me doy cuenta de que estoy bien”, señaló. Mientras la brigada seguía repartiendo, se escuchó a una residente celebrar “¡Gracias a Dios tenemos agua!”. Definitivamente, eran las 405.6 onzas de líquido más esperadas.

“No hay agua ni nada, así que algo que llegue a nosotros es bueno”, expresó Teresita Matos, de 60 años.

A las 10:40 a.m., García Padilla se detuvo frente a la vivienda de Idalis Matos, quien le contó sobre el deslizamiento de tierra que obstruyó la vía. “El barracón cayó acá abajo y nosotros poco a poco fuimos limpiando hasta que llegó el digger del municipio. Se mojó la lavadora y la secadora, y las pusimos a secar a ver si prenden cuando llegue la luz”, relató la madre de una adolescente de 12 años y de un varón de ocho.

Al final de esa calle, Norma Rodríguez y Ramón Matos le contaban al alcalde cómo el techo de zinc sobrevivió al huracán. “La azotó duro porque quería llevársela, pero no pudo”, decía Matos a García Padilla. Su esposa, entretanto, agradecía los suministros. “Todo el mundo necesita. Agua no hay, a donde quiera que vamos no hay”, indicó.

A las 11:15 a.m. cuando nos retiramos, quedaba mucho trabajo por hacer y montón de viajes que dar. La meta era llegar a 800 casas del campo, según el alcalde. El estado anímico de los empleados municipales, no obstante, parecía hacer más fácil la misión.