La trágica muerte del cantante Cheo Feliciano en un accidente de tránsito en la madrugada del jueves sacudió repentinamente a la Isla, generando una ola de reacciones no tan solo de parte de la clase artística nacional e internacional, sino de su pueblo que tanto lo admiró y se identificó con sus triunfos, pero también con sus pesares.

El luto continúa y hoy, la familia del sonero se vio obligada a pedir espacio, incluso apostando policías municipales en la entrada de su hogar en la calle Cupido de la urbanización Venus Gardens en Río Piedras, donde no hay control de acceso. Pero el pueblo ha manifestado su dolor y, en la escena del accidente, levantaron un pequeño altar, al pie del poste, donde han dejado flores, mensajes y se congregan para compartir sus sentimientos.

Estas expresiones son comunes cuando alguien fallece repentinamente. En el caso de la tragedia del residencial El Prado, un montículo de peluches y flores se alzó frente al caserío como una forma de duelo, y eventualmente se transformó en una línea de siete cruces, una por cada vida perdida. En esa situación, el dolor era comunal y fueron sus mismos vecinos y deudos los que decidieron recordar así a los fallecidos. Lo mismo ocurre cuando se pierde una vida en la carretera y, de la nada, aparecen cruces o flores que son testigos silentes del dolor de una familia.

Pero, ¿qué mueve a la comunidad cuando fallece una figura pública? La sensación de que son parte de nuestra vida, según explicó el doctor en sociología José Luis Méndez.

“En todas las culturas  y civilizaciones siempre hay unos cultos a los muertos”, señaló el también catedrático del departamento de Sociología y Antropología de la UPR de Río Piedras. “De hecho, es algo que los estudios antropológicos encuentran en las sociedades más primitivas y, de diferentes formas, se traslada a las sociedades modernas o postmodernas”.

El duelo popular, según Méndez, “es la inclinación de los seres humanos a establecer siempre algún tipo de veneración a los muertos, y tenerlos en el recuerdo, sólo que la manifestación del duelo es  mucho más evidente” que en el caso de un desconocido.

Entre los casos más conocidos en los últimos tiempos destaca la muerte de la princesa Diana de Gales, quien falleció en un accidente en París, Francia, en el año 1997. El dolor de su pueblo fue tanto que las calles de Londres, Inglaterra, quedaron literalmente forradas de flores, y los llantos repercutieron en las paredes del palacio de Buckingham por semanas. El velorio fue multitudinario y televisado alrededor del planeta ya que el mundo siempre sintió curiosidad y empatía por el carisma de la mujer y desde luego, por su trágica vida de princesa, que siempre fue comidilla de los medios de comunicación y las revistas de chismes. Esta situación se puede extrapolar, aunque en menor medida, en la muerte del cantante.

Méndez destaca que “con la figura pública, ya sea en el plano político o artístico, la gente de alguna manera vive la vida de esa persona y eso es algo que está muy alentado por la prensa. Revistas como People y Hola son ejemplos, pero (este tipo de duelo) es parte  de un fenómeno cultural que no es exclusivamente espontáneo, es una espontaneidad alentada”.

Por ello, al sociólogo no le sorprende que el pueblo trate de llegar hasta la casa del sonero o, en el caso del escritor Gabriel García Márquez -también fallecido el jueves- que la gente se volcara a la entrada de su apartamento en Colombia. “Hay un trasfondo de años, fomentando una identificación con esa figura pública y se manifiesta de una manera dramática, porque la gente común  y corriente se identifica con esas personas al punto de vivir la vida de ellos y todo lo que les pasa”.

Por lo trágica e inesperada, la partida de Feliciano también despierta la curiosidad y el morbo, y es por ello que la familia tuvo que tomar medidas para garantizar su privacidad. No obstante, el velorio del cantante será público y su entierro en Ponce ampliamente cubierto por los medios de comunicación, porque su pueblo quiere verlo y decirle adiós.

“No nos debe sorprender para nada, sobre todo en términos de lo que significa la música para Puerto Rico”, concluye el experto.