Monte Cristi, República Dominicana. Doña Ana Amaro, de 69 años, tomó el espejo en sus manos y, tímidamente, se asomó a contemplar su reflejo. Y por primera vez, desde que tiene memoria, el cristal le devolvió la imagen de dos ojos. 

Rompió a llorar. “¡Ooooh, gran poder de Dios! ¡Ay, Jesús, gracias!”, gemía mientras se tapaba el rostro, incrédula.

Su hermano menor, José Rafael también lloraba y llamaba a familiares frenéticamente, a contarles de lo que describió como un milagro. “Sí, tiene ahora los dos ojos… ¡Se ve tan bella!”, exclamó.

La espera fue larga: 66 años. Ana aseguró que el ojo nunca le hizo falta para hacer una vida productiva y que “a estas alturas” no contemplaba cambiar nada. A los tres añitos, la astilla de una botella rota le vació el ojo derecho, sumergido en la cuenca como una bolita blanca. Sin el mismo, lagrimea constantemente, pero, como todo en la vida, se adaptó. 

Pero cuando vio el ojo de resina, cuidadosamente moldeado y pulido por el doctor Juan Vázquez, no ocultaba su excitación. El galeno, doctor en optometría y con especialización en ocularista -haciendo prótesis-, comparó primero el color con el ojo existente, determinó que la prótesis era demasiado grande y estuvo más de una hora cortando con un dremel, puliendo y midiendo. Con cada prueba, Ana se sobresaltaba al sentir el objeto extraño, pero se lo tomó con calma. “He esperado toda la vida por esto, ¿qué son unos minutos más?”, reflexionó.

Cuando quedó a la satisfacción del optómetra, lo desinfectó y se lo introdujo entre los párpados con cuidado. Con un ajuste aquí y allá, de pronto Ana miró de frente y parecía que nada hubiese pasado. Nuevamente sonrió, lista para ver el mundo de frente.

La historia de Ana fue una de cientos que se repitieron a lo largo de dos días en el pueblo fronterizo con Haití, hasta donde una delegación de la Escuela de Optometría de la Universidad Interamericana de Puerto Rico llegó a brindar exámenes de la vista gratis, espejuelos e intervenciones quirúrgicas, como eliminar la “uña”, o pterigión, una membrana que crece de la parte externa del ojo hacia la córnea, impidiendo la visión normal.

“Le dicen ‘uña’ por la forma que tiene”, dijo el doctor Gustavo Díaz, quien es oftalmólogo y, aunque retirado de la práctica, siempre acude a las citas en Dominicana. Durante nuestra visita estaba atendiendo a Genoveva García, quien insistía en que se le operaran los dos ojos de una vez. Díaz se opuso, explicándole que la incomodidad sería demasiada.

La sala de operaciones era un cuarto cercano al comedor. Con un abanico desvencijado que apenas alborotaba el aire asfixiante y una lámpara de piso, el doctor Díaz le dormía el ojo derecho a Genoveva con unas gotas. Una vez la mujer se subió a la camilla, instintivamente me tomó de la mano y no soltó hasta que terminó la intervención, claramente asustada. Su hija -quien no quiso identificarse por nombre- grababa la operación para mandarla por WhatsApp a sus parientes. 

El oftalmólogo Gustavo Díaz atiende a Genoveva García, a quien operó de pterigión. (Fran Afonso)
El oftalmólogo Gustavo Díaz atiende a Genoveva García, a quien operó de pterigión. (Fran Afonso)

Todo el mundo tuvo algo que ver en ese cuarto. Nuestro fotógrafo, Fran Afonso, ayudó a acomodar la lámpara en par de ocasiones mientras Díaz daba instrucciones a Genoveva de que no se moviera. Dos estudiantes llegaron a observar mientras el galeno, con un escalpelo y una pinza, realizaba el delicado proceso de remover el pterigión. La sangre abundaba, pero el avance era seguro y, al final, Díaz cicatrizó la minúscula herida con calor. Aquello tomó menos de una hora.

“Estas operaciones se pueden hacer mucho mejor, en otras circunstancias, pero aquí trabajamos con lo que tenemos”, agregó el especialista mostrando la mesa atestada de instrumentos quirúrgicos esterilizados y donados a la causa por distintas organizaciones. “Salen bien y no deben tener complicaciones”.

Díaz se secó el sudor mientras Genoveva me dio un último apretón de agradecimiento y se levantó con la ayuda de su hija, con el ojo tapado con un parche e instrucciones de que no se tocara hasta el día siguiente. La acompañaron un par de enormes gafas especiales que bloqueaban la luz y el polvo, enemigos de los montecristeños y los que provocan la gran cantidad de enfermedades visuales que los afectan, de acuerdo con el decano de la facultad, el doctor Ángel Pagán.

“El problema es que la mayoría de las personas aquí se mueven en motora sin ninguna protección visual”, explicó, por su lado, Dick Robles, óptico de la escuela. “No usar gafas es bien peligroso, porque sin protección estamos expuestos. Y una constante contaminación y exposición causa pterigión, ojo seco, ojo rojo y como misión nuestra de la Escuela de Optometría brinda servicios tanto aquí como en Puerto Rico”, comentó.

Una vez más, optómetras de la Universidad Interamericana de Puerto Rico atendieron a 600 pacientes en una humanitaria misión en la vecina Quisqueya

Un caos organizado

Casi 600 personas fueron atendidas en dos días en la Casa Curial de Promoción, en la calle Los Proyectos, propiedad de una iglesia y que fue puesta a la disposición del grupo por un módico alquiler. Compuesta de tres estructuras principales, cada entrada estaba custodiada por un militar para evitar incidentes, ya que muchos intentaban colarse. La mayoría de quienes acudieron eran mujeres de mediana edad y varios niños que se mostraban temerosos ante los exámenes que iban enfrentando.

En el patio de tierra, la gente esperaba impaciente y se formaban pequeñas peleas. Miraban recelosos las cámaras de televisión local que llegaron a documentar la clínica y la presencia de personal de la Dirección General de Desarrollo Fronterizo, quien colaboró en la misión, así como Clubes de Leones de Puerto Rico y República Dominicana, la compañía Alcon -quien proveyó casi $60 mil en medicamentos y materiales desechables-, y la compañía Vision Service Plan-que donó más de $70 mil en monturas y lentes correctivos y de sol-. Con un seco “no” despachaban pedidos de entrevista, acuciados por el hambre, la sed, el sol y el cansancio el domingo de la semana pasada, y la lluvia impertinente que se coló sobre ellos al día siguiente.

Adentro, 17 estudiantes de diversas nacionalidades -convirtiendo a la Inter en la escuela con más diversidad étnica en Puerto Rico- y ocho profesores establecieron estaciones para dividir en partes lo que sería un examen regular. Lo que tomaría media hora allí podía tardar hasta dos por paciente, alargando las jornadas de trabajo.   Como un hormiguero, la gente se movía de cuarto en cuarto para recibir exámenes visuales, revisiones en sus ojos, análisis de refracción para determinar recetas y cirugías de pterigión.

Algunos se quejaban al colocarse las monturas y no ver ningún cambio. Bárbara Aikman, de VSP, les explicaba pacientemente que todavía faltaba hacer el lente, y que los recibirían aproximadamente en un mes. La reacción general era de agradecimiento y, así, seguía corriendo la fila interminable.

Fueron dos días duros para todos pero, de allí, salieron más preparados y, sobre todo, más compasivos. Al final, la recompensa fue cada sonrisa, cada suspiro y cada lágrima al poder, al fin, volver a ver como se debe.


Otros datos de la Escuela de Optometría de la Universidad Interamericana

Fue fundada en 1981.

Otorga el grado en Doctorado en Optometría, acreditado en los Estados Unidos.

Única con programa bilingüe.

Cuenta con estudiantado internacional. Nueve de cada 10 son extranjeros.