En esta zona, el viento y el agua de un caño cercano que se desbordó hicieron escante en decenas de casas. Como en la de don Carlos Rivera Vega, de 71 años, quien ha vivido siempre en el área, donde lo que abundaban eran palmas de coco y no casas humildes como ahora.

El hombre quien trabajó muchos años en los hoteles del litoral doradeño y ahora está retirado, perdió todo lo que tenía en su casa de madera, en los altos de otra residencia, cuando el viento arrancó gran parte del techo de zinc.

“Todo se me dañó… El toldo me lo regaló un muchacho que no lo quiso y yo le dije: ‘pues, dámelo’... Mientras tanto, todo se seguía mojando… Y lo lindo no es eso, es que el agua que entra aquí se filtra al primer piso... Él tampoco sabe ya qué hacerse cada vez que llueve”, dijo enseñando muebles que perdieron su forma original y colchones mojados.

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Para poder trabajar la situación tuvo que hacer pequeños desagües en las paredes para sacar el agua que se estaba acumulando, pero se corre el riesgo de que por allí mismo ahora entren sabandijas.

Hace una semana y media acudió a una cancha bajo techo donde personal de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) estaría ayudando a gestionar las reclamaciones de daños. Llegó a las 3:00 a.m. haciendo el turno número 50. Cuando por fin lo atendieron la persona “fue bien repugnante”.

“No me trató bien… cuando me preguntó por los cuartos esos allí arriba, que le dije que era para cuando mis hijos venían de Estados Unidos tuvieran dónde quedarse, me dijo que no tenía derecho a nada. Yo sé que tampoco es así. Si ahora no me queda nada”, lamentó.

Don Carlos contó que solo come una vez al día… o menos. Depende de que su hermana acuda a su casa cuando puede y le lleve algo preparado.

“Nadie de FEMA, ni del municipio, ningún vecino me ha dicho a mí: ‘¿quieres algo de comer o de beber?’. No está fácil la cosa. Esta tormenta nos ha dado bien duro”, expresó. 

Algunas calles más cercanas al caño está la familia de Alfredo Maysonet, de 42 años y padre de cuatro. Ellos también viven gracias a donaciones tras la inundación que dejó que el agua llegara alrededor de siete pies dentro de su casa, dañándoles camas, ropa, gabinetes, enseres y el auto. 

“El agua entró, pero fue con la rapidez que entró, eso fue en nada. Ahora lo único que tenemos es porque de la iglesia nos lo dieron”, indicó. “Todo es regalado… porque nos quedamos con lo que teníamos puesto”.

Su reclamación ante FEMA está “en proceso”. “Estamos esperando… a ver qué deciden. Hay que llamar la semana que viene y, pues, hay que quedarse aquí porque es lo único que tenemos”, afirmó.

Al lado, vive Juan R. González, de 70 años, y su hijo de 43. La mitad de la casa se cayó. La pared de la cocina sigue ahí, pero está inclinada desafiando la gravedad.

En días recientes logró tapar el espacio abierto con unos toldos que no son de FEMA.

“Fue alguien que me dijo: ‘tengo unos toldos, ¿los quieres?’ Y vino y me los dio para mi casa. Son donados. FEMA no ha llegado aquí. Y comida me han dado una sola vez aquí”, indicó.

Juan asegura que seguirá hacia adelante porque todas sus pérdidas, son cosas materiales. Aunque eso implique que él y su hijo tengan que dormir en pequeños catres que también consiguió por donaciones.