Cuando Diego Campanero recibió el diagnóstico de Diabetes Tipo I sintió que su mundo se venía abajo.

A pesar de que a sus 12 años conocía de la condición y cómo manejarla, Diego no pudo evitar sentirse ahogado de temores aquel día del mes de  mayo del 2013, cuando el médico le dio la noticia. 

Hoy, a dos años del diagnóstico,  no sólo ha aceptado su condición, sino que ha hecho de ella el instrumento para llegar a otros adolescentes con la condición y llevarles un mensaje  de aceptación y lucha por sus derechos. 

“El doctor me pregunta cómo me siento y yo le digo que me siento frustrado, que pensaba que todo se me iba a caer, que me iban a rechazar. Pero él me dijo después que yo puedo tener una vida normal si me cuido, porque la diabetes no es una enfermedad, es una condición”, recordó el adolescente de 14 años sobre aquel día. 

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El camino, sin embargo, no ha sido fácil para él ni para su familia. Además de los retos físicos que han encontrado,  se han tropezado con el rechazo de quienes desconocen de la diabetes  y cómo se trata.

Uno de los primeros retos que tuvo que enfrentar Diego fue en la escuela Reverendo Félix Castro, en Carolina, donde cursaba el nivel intermedio. Allí fue rechazado por la principal escolar, así como por gran parte del personal docente, según contó acompañado de sus padres.

“En una ocasión me bajó la azúcar y la maestra pensó que yo estaba llamando la atención y me tiró la merienda por la ventana”, recordó Diego,  quien ayer se graduó de noveno grado. 

El incidente despertó en sus padres la indignación y en él el rechazo al que le temió desde un principio. “Antes yo tenía miedo a pincharme en los sitios, a que me dijeran algo,  pero ahora no me da miedo ni bochorno”, dijo. 

Los problemas con la facultad de la escuela -con excepción de una maestra de Español- no terminaron ahí. Contó que tampoco le permitían examinarse los niveles de azúcar, así como tomar exámenes fuera del horario regular si en ese momento estaba sufriendo una crisis.

“Lo único que decían es que eso no era excusa para no tomar el examen y no me lo reponían. Pero el problema es que si tengo un bajón me tranco porque no puedo concentrarme, quizás  te oiga pero no estoy concentrado en lo que me estás diciendo”, señaló.

En una ocasión, una maestra le sugirió que se escondiera al momento de inyectarse.

Tras varios intentos por ser escuchados y por educar al personal docente sobre la condición, la familia de Diego tomó la determinación de cambiar a su hijo de escuela, no sin antes radicar una querella formal en el Departamento de Educación. 

Al llegar a la escuela René Marqués, también en Carolina,  todo fue distinto.   “Allí sabían y tenía dos compañeros que eran diabéticos. Llegó el punto que cuando se me olvidaba probarme la azúcar, ellos venían y me lo acordaban”, señaló. 

Diego tiene que inyectarse insulina  entre tres y cuatro  veces al día. Los primeros síntomas que alertaron a su madre de que algo estaba mal era sed constante y un sueño que no se le quitaba.  

Trago amargo

Tan difícil fue el diagnóstico para Diego como lo fue para sus padres. Su mamá, Loriann Nieves de Jesús, vive hace 22 años con la condición. 

“Yo lo único que le pedía a Dios era que ninguno de mis hijos pasara por esto, porque aunque yo soy diabética y tengo la condición... no es lo mismo tú que tu fibra”, expresó De Jesús  sin poder contener las lágrimas al ser interrumpida por su hijo: “Dios tiene un propósito”.  

La mujer recordó esa reacción inicial de coraje de su hijo, visión que hoy se ha transformado. “El doctor llegó y se le paró de frente a Diego y le dice: ‘Diego, qué te  pasa’ y Diego estaba con las máquinas y le dice: ‘qué usted quiere que me pase, que yo no quiero ser diabético’ ”, indicó la progenitora.

El doctor Carlos Leyva Jordan, endocrinólogo pediátrico y paciente de diabetes desde que tenía 12 años,  ha sido fundamental en su proceso de adaptación y aceptación, al igual que la Fundación Pediátrica de Diabetes. 

A través de la organización, Diego y su familia fueron invitados a participar de las vistas públicas del proyecto del Senado 1326, donde Diego narró el discrimen que vivió tras conocer de la condición. 

La medida busca establecer  el protocolo a seguir en las escuelas públicas y privadas del País para atender, manejar y tratar la diabetes, así como garantizar un acomodo razonable. 

Un soñador

Más que experiencias negativas, el rechazo del que Diego fue objeto lo motivó a asumir un rol activo en la educación sobre la diabetes.

También lo inspiró a luchar porque en cada escuela con  pacientes haya una enfermera que sepa cómo manejar una emergencia. Ese es su anhelo.

“Si a mí me pasó a otros niños les debería estar pasando y yo quiero defender esos derechos. No soy el único que debe estar pasando por estas cosas, que no los dejan pincharse, probarse la azúcar ni tomarse una merienda”, apuntó.   

Desearía además que cada plantel tuviera aunque fuera una dosis mínima de  insulina  y una máquina para medirse la azúcar, aunque reconoce de lo costoso que puede resultar.

“Este año fue el más fuerte que he tenido. Pero en la pelota  me desarrollé, fue mi mejor año”, expresó el amante de esta disciplina deportiva.

“Él ha madurado bastante y  quiere también hacer unos spots en unas farmacias para seguir ayudando a los niños que no tienen los recursos económicos”, agregó su papá, Paul Campanero.

¿Qué le dirías a otro joven que recibió el diagnóstico recientemente?

Que esto no es el fin del mundo. La diabetes es una condición que si te cuidas vas a vivir como una persona normal... que nunca se den por vencidos y que siempre luchen por sus derechos.