Las Piedras.- De pequeño, don Luis Laboy Audiffred disfrutaba mucho ver a su fenecida madre Úrsula cocinar al fogón dulces típicos puertorriqueños, particularmente los que son confeccionados con coco, una tradición que lo cautivó  al extremo de convertirlo en uno de los artesanos de este campo más reconocidos del área este.

Apenas tenía ocho años cuando hizo su primera mezcla para confeccionar este manjar que, según cuenta, se convirtió en su fuente de ingreso para la década del 80, cuando visitaba fábricas de la región para ofrecer el producto, que vendía a cuatro piezas por un dólar.

“Los llevaba en un cubo y se vendían toditos. A la gente le fascinaron desde el principio”, rememora este artesano oriundo de Las Piedras a quien llaman “don Laboy”.

Aunque hizo una pausa en su gestión como dulcero durante algunos años -pues se dedicó junto a su esposa Milagros Díaz a un negocio de sastrería- lo  cierto es que retomó la batuta  del negocio a principio del 2000, cuando se instaló de forma fija los domingos en el malecón de Naguabo -donde asegura ganó cientos de clientes- y cuando comenzó a visitar festivales culturales durante fines de semanas alternos.

Desde entonces, la marquesina de su hogar -donde tiene instalado el taller en el que son visibles todos los permisos requeridos por ley- se ha convertido en su nicho de “producción del arte”.

“Porque déjame decirte una cosa nena, esto es un arte. Y hay que vivirlo porque es un trabajo de mucho sacrificio. Pero como yo tengo compromiso, lo hago con amor”, dice  con tono apasionado.

Jornada laboral

Don Laboy invitó a Primera Hora a conocer de primera mano su trabajo, el cual comienza los fines de semana cuando un cocotero de playas de Yabucoa y Humacao lo suple de este fruto.

“Antes compraba hasta 500 cocos al mes, pero ahora la venta bajó porque ya no voy a Naguabo. Ahora solo voy a festivales”, señaló.

El  lunes es  el día que aprovecha para la  faena que inicia partiendo los cocos a la mitad con un martillo y extrayendo de ellos la pulpa completa. 

Al mismo tiempo, aclara,  no se deshace del caparazón. Al contrario, lo  utiliza  para confeccionar utensilios.

“Con el coco seco hago jatacas (cucharones hondos), cucharas para mover el arroz en el caldero y hasta tazas para tomar agua o café”, dijo al mostrar algunas de las piezas.

Una vez la pulpa está seca, don Laboy procede a hacer el dulce.  “Hay diversas maneras de hacerlo. Por ejemplo, si pico el coco en pedazos es para hacer el dulce que se llama ‘Alegría’, el cual se caracteriza precisamente porque tiene cantitos de coco grandes”.

Explica que el manjar también se hace con el coco triturado en licuadora o rayado a mano. “Ese sería el que todos conocen como dulce de coco”.

Don Laboy hace el dulce de coco tradicional, pero también confecciona otros con un toque especial de variedad de frutas. 

“Los hago con sabor a tamarindo, pana, café, grosella, guayaba, jengibre, papaya, carambola, piña, entre otros frutas de temporada”, destaca quien casi siempre utiliza productos cosechados en un huerto casero que tiene en su hogar o frutos que le compra a agricultores del área.

“Dulces por ahí venden muchos y ni siquiera los hacen ellos. Estos son artesanales y aquí todo es 100% natural y sin preservativos… excepto cuando le echo almendras porque eso sí que no lo consigo de Puerto Rico. Esas vienen de Estados Unidos”, aclara.

A la conquista de nueva cepa de artesanos

De otra parte, a don Laboy le gustaría que la tradición de confección de dulces artesanales trascendiera a las nuevas generaciones. “Estas son costumbres de nuestros ancestros, de nuestros abuelos. No podemos dejar que se pierda la tradición”, manifestó.

Es por eso que se ha propuesto propulsar  el interés de otras personas en los dulces artesanales mediante unos pequeños talleres de confección de dulces de coco que prevé ofrecer usando una cocina rodante que movilizaría a través de festivales culturales a través de la Isla.