Se conoce como cyberbullying o ciberacoso y se ha convertido en una de las modalidades de hostigamiento más comunes entre los menores de edad. Se define como la utilización de los medios electrónicos para ejercer el acoso psicológico. Su modus operandi es tan variado y tan distinto como las maneras en que se puede utilizar la Internet.

Uno de los instrumentos predilectos del bully o abusador es el teléfono celular, el cual permite tomar fotos, vídeos y descargar imágenes a páginas cibernéticas como YouTube, Facebook, entre otras redes sociales. Los patrones de abuso en las escuelas han generado numerosas imágenes de niños puertorriqueños siendo objeto de palizas por otros estudiantes, al igual que otras imágenes de actos que violan la dignidad del ser humano.

Pero el cyberbullying también se analiza dentro de un contexto mucho más amplio del acoso y abuso a los que son sujetos miles de niños puertorriqueños anualmente. En muchas ocasiones, el abuso pasa inadvertido hasta que se publica una imagen por la Internet y, aun así, son los padres los últimos en enterarse del maltrato.

“El acoso que se da en la escuela sigue online (en la Web). Para parar el cyberbullying, es necesario que los padres se involucren”, sostuvo Judith Díaz Porto, consultora del Instituto de Relaciones Laborales de la Universidad de Puerto Rico (UPR).

La especialista recién ofreció talleres sobre cyberbullying como parte de un innovador programa piloto dirigido a reducir los incidentes violentos en las escuelas públicas del país. Estudiantes de la UPR asistieron a otros expertos en impartir los talleres en el programa que se extenderá hasta mediados de este año.

El Proyecto Uni-Acción atendió a la matrícula de 250 estudiantes de la escuela elemental Clemente Fernández, ubicada en el barrio San Antón, en Carolina.

Se ofreció una variedad de talleres a maestros, niños y padres que pudieron tener un resultado para reducir, aunque no eliminar, patrones de violencia que existían entre los estudiantes.

“Nosotros estamos en una comunidad donde existe mucho maltrato. Habíamos tocado muchas puertas y no nos hacían caso. Había mucha violencia en el hogar: ‘Mi papá bebe’, ‘mi papá utiliza drogas’, ‘mi papá es agresivo con mi mamá’. Eso nos decían nuestros estudiantes. Pero el programa superó todas nuestras expectativas”, sostuvo María de los Ángeles Bonano, directora de la escuela Clemente Fernández.

Pero la misma directora asegura que se requiere mucho más para trabajar con los problemas de violencia en la escuela. El programa piloto fue financiado mediante una asignación legislativa de $28,000 que se canalizó a través de la Oficina de la Procuradora de las Mujeres. Existen muchos otros programas parecidos, pero tienden a ser de corta duración por falta de seguimiento por parte de las autoridades competentes. Los vaivenes políticos en el Departamento de Educación, tal y como sucede en otras agencias del Gobierno, también han impedido un esfuerzo concertado y continuo para lidiar con la violencia en las escuelas.

Aunque el ciberacoso se considera como un reflejo de la violencia que viven los estudiantes, éste también magnifica el problema de la violencia social.

“Muchos nenes no se atreven a reportarlo. Los estudiantes se quedan callados mientras muchos padres nunca se enteran”, añadió Díaz Porto, quien aseguró que el acoso por vía electrónica es una práctica que ha sido difícil de cuantificar en el Departamento de Educación. Cabe destacar, sin embargo, que la agencia implantó un protocolo para atender las querellas de ciberacoso.