Orocovis. Álida Burgos Ortiz resiente la muerte de su hermano Rafael, quien respiraba con un tanque de oxígeno y dos días después del huracán María, murió en su regazo, en un apartado sector de este municipio conocido como el Corazón de Puerto Rico.

Sin embargo, para Álida y su familia, la falta de electricidad no fue lo único que les afectó. 

“Nosotros estamos olvidados. Aquí no se apareció nadie. El alcalde todavía es la hora que no ha venido. Nadie se acordó de que nosotros existimos aquí, simplemente la comunidad es la que se ha movido. Todos en el barrio, haciendo camino se unieron porque nadie, nadie, ninguna agencia ha venido aquí”, denunció la humilde mujer.

“Hemos estado olvidados por todos. Este barrio sufrió y todavía hay gente que está en necesidad”, afirmó Burgos Ortiz, paciente de un tipo de envejecimiento prematuro, condición que también sufría su hermano Rafael, de 61 años.

Pasaron el ciclón en su humilde vivienda junto a otros familiares en lo alto de una empinada cuesta en el sector Palma Gorda, del barrio Damián Abajo y relató que Rafael expiró en sus brazos y en los de Josefa Castellanos (Fita), la compañera sentimental del hombre.

Rafael estaba encamado desde el huracán Irma, pues lo habían dado de alta de un hospital en Manatí con un tanque de oxígeno.

“Cuando se fue la luz utilizamos los tanquecitos de oxígeno que nos quedaban y de ahí pa’ acá, no pudimos utilizar más nada. Él fue desmejorando. La tormenta abrió las puertas y me dejó la casa en agua. Tuvimos que sacarlo del cuarto donde estaba y quedarnos en el bañito hasta que pasaron los vientos”, narró Álida a Primera Hora.

“No fue fácil. Él estaba tranquilo y bregábamos con él, pero una vez se acabaron los tanquecitos de oxígeno, no había luz a donde conectar la máquina. Siguió desmejorando hasta que el día 22 (de septiembre de 2017) a las 9:00 de la noche lo perdimos”, lamentó con voz entrecortada.

Relató que esa misma noche sus sobrinos y otros miembros de la familia “se tiraron a pie” a buscar ayuda hasta el Cuartel de Orocovis. Al otro día recogieron el cadáver en un vehículo todoterreno.

“Nos tuvieron que sacar a los dos, a él para la funeraria y a mí para el hospital, porque según yo bregaba con él, tratando de revivirlo, me lastimé la espalda”, recordó Álida.

“Esto aquí se tapó todo, se bajó el monte completo. No había carretera y allá abajo en el puente no había por donde pasar. Ellos hicieron camino para poder pasar hasta acá con el todoterreno”, describió.

“Si hubiéramos tenido luz, mi hermano estuviera vivo, porque él comía bien y todo; lo único que le faltaba era el oxígeno, por los pulmones. El fumaba y tomaba antes, pero estaba bien”, dijo para agregar que nunca les dieron un diagnóstico de lo que él tenía.

Sostuvo que ambos sufrían de alopecia y por la condición no pueden exponernos al sol. Rafael estaba incapacitado. No tuvo hijos.

No lo pudieron velar en la casa por la condición de las carreteras. El velorio fue en la funeraria Orocovis Memorial y lo sepultaron provisionalmente en el cementerio municipal.

“Me prestaron un nicho en lo que yo lo puedo trasladar al cementerio de acá arriba, en Matrullas. Quiero trasladarlo para acá, pero estoy esperando por una ayuda de FEMA para el entierro y todavía es la hora que no he recibido nada. Mi sobrina llamó en días recientes y le dijeron que estaban en proceso, que tardaba por lo menos dos meses más, que siguiera llamando”, denunció Álida.

Contó que en la casita perdió la mayoría de los muebles por las lluvias. “Se me mojó todo. Aquí las puertas se abrieron, las losetas eran de plástico y todo se levantó. Las ventanas se abrieron. Fueron muchas horas de viento aquí”, rememoró.

“Yo no quiero que llegue ese día (el 22 de septiembre). Ay no, no es fácil. Todavía es reciente. Si él (su hermano) estaba conmigo aquí y lo perdimos. Todavía lo pienso mucho. No quiero que llegue ese día ni la hora, no puedo”, narró.

Aunque Álida tiene 11 hermanos, tres fallecidos incluyendo ahora a Rafael, éste era el más apegado a ella. Los 12 hermanos nacieron y se criaron en el barrio Damián Abajo, donde la luz llegó en mayo pasado, nueve meses después del ciclón. Por la altura y lo montañoso del sector, los postes los tuvieron que llevar en helicópteros.

Tampoco tenían agua y un vecino, que tiene una represa, les suplía el líquido. “Gracias a ese vecino, que con su guagua hacía camino y venía hasta acá para nosotros llenar un tanquecito, un dron. Los vecinos se unían y mis hermanos y mi familia se unían para traernos comida. No había nevera, ni nada. Así fue que pudimos pasar esos días y todavía estamos esperando las ayudas”, sostuvo la orocoveña.