Y aunque ya Evelyn no trabaja directamente en ese lugar, Orlando todavía labora en el camposanto, una faena en la que se han desempeñado tres generaciones de su familia.

“Mi abuelo, Gabino Crespo, fue el primero y trabajó casi 60 años como sepulturero en este cementerio. Después fue mi papá, Juan Crespo, que trabajó sobre 40 años y ahora yo, que empecé cuando tenía como 12 años ayudándole a mi papá”, contó Crespo Mendoza, de 52 años.

En los años que lleva en el camposanto, asegura que también ha visto de todo: cosas misteriosas, imágenes, sombras y ruidos.

“He visto reflejos que me pasan por el lado. Una noche vine con mi papá a cerrar el cementerio y vi un señor con sombrero blanco sobre una tumba. Lo vi clarito. Le avisé a mi papá y él me dijo: ‘No le hagas caso’”, contó. 

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Pero también se han encontrado con situaciones graciosas.

“Una vez había un muchacho en el entierro gritando: ‘Llévame contigo’. De momento resbaló y cayó en el hoyo. Y ahí se le quitaron las ganas de llorar. Salió disparado del boquete”, contó entre risas.

Evelyn, por su parte, trabajó como sepulturera por 16 años, hasta que el año pasado fue asignada al área de turismo.

Conoció a Orlando en el 2002 en el cementerio y desde entonces no se han separado.

En el cementerio también hizo de todo, desde palear tierra hasta exhumar cuerpos, aunque además de encontrar el amor, también ha tenido experiencias místicas. 

“Las experiencias de aquí me han abierto a unos caminos espiritualmente. Puedo sentir y escuchar muchas cosas. Pero no es algo que cause miedo. Es paz”, contó Díaz Varela, quien dijo ser médium, herencia de su padre, que fue santero.

Su relación con los muertos fue muy personal. 

“Aquí hay mucha gente enterrada que casi nunca vienen a visitar. Yo les hablaba. Les decía: ‘Hace tiempo que no te vienen a ver, pero yo estoy aquí y te voy a limpiar la tumba. Descansa en paz’”, narró.