Tuvieron que pasar dos años para que Esperanza  finalmente reconociera que necesitaba ayuda.

 A este punto la mujer, de 57 años, había hecho  lo que estaba a su alcance para mantener su rutina lo más inalterada posible, pero en un momento  no pudo más.

“Cuando me di cuenta que ya no podía manejarlo comencé a ir al siquiatra... ya sentía que necesitaba ayuda porque entendía que sola no iba a poder manejar el asunto”, apuntó.

 La salud mental de Esperanza -nombre que decidió asumir durante la entrevista- sufrió un fuerte quebranto luego de sufrir un accidente laboral que le requirió tratamiento a través de la Corporación del Fondo del Seguro del Estado (CFSE).

“Comenzó a darme estrés porque tenía que ir a las citas médicas y tenía que regresar a mi trabajo que era de una naturaleza muy compleja, de mucha responsabilidad, de confidencialidad y eso me estaba afectando”, relató.

Al pasar de  dos años y buscar ayuda, Esperanza fue removida de su trabajo  por recomendación médica, lo que desencadenó otra serie de eventos que continuaron debilitando su salud.

 “Cuando yo comencé a ir al siquiatra yo no era la que soy. Cuando yo comencé mis terapias individuales con la psicóloga no era la que soy. Cuando comencé a tomar  mis terapias de grupo ahí fue que comencé a tener esperanza”, sostuvo.

Llegó al punto donde su sicólogo analizó la posibilidad de internarla en una institución mental. 

“Yo llegué a una depresión bien terrible, bien ansiosa... Yo dije: ‘Dios mío a donde he llegado, así de mal estoy’”,  compartió.

El diagnóstico fue de  “depresión severa recurrente”.

El panorama de Esperanza es uno que se repite en cada rincón del País: personas cuya salud mental se ve deteriorada luego de sufrir un trauma que  puede ir desde la pérdida de empleo hasta una ruptura amorosa.

La ausencia de la ayuda indicada a tiempo puede desembocar en un escenario peligroso que puede llevar a la persona a tener pensamientos suicidas.

La Organización Mundial de la Salud (OMS)  informó que al año se pierden unas 800,000 vidas.

En Puerto Rico, según estadísticas de la Comisión de Prevención del Suicidio,  entre el 2000 y 2014 se han reportado mas de 4,000 víctimas de suicidio.

 Aquí se trata de la tercera causa de muerte entre los hombres de 30 a 64 años, y la octava causa de muerte en general.

Aunque la Navidad es, sin duda, una temporada en donde las personas que padecen de depresión mayor están a mayor riesgo que la condición se exacerbe, la realidad es que no hay estadísticas que confirmen un incremento en las solicitudes de ser5vicios u hospitalizaciones.

Tampoco diciembre y enero terminan siendo los meses con mayor número de suicidios.  

 ¿Llegaste a considerar el suicidio?

No, nunca pensé en eso.

¿Te fue fácil comunicarle a otros lo que estabas atravesando?

Yo no tuve ningún problema con expresarlo. Yo dije: ‘esto es como hablar de diabetes o de cualquier otra condición que tienes que tratarla porque sino vas a tener unos efectos secundarios’. 

El inicio de terapias grupales y conocer las experiencias de otros pacientes le permitió asumir el control de su salud poco a poco.

Empezó a ir al gimnasio y  a interactuar más con familiares y amigos.

  “Al principio, que yo estuve bien mal, que yo estaba en una depresión bien severa mis hermanas me ayudaron, iban a mi casa, me cuidaban y me llevaban al salón de belleza”, mencionó sobre ese apoyo fundamental de su familia.

 ¿Cómo te sientes hoy?

Feliz y muy agradecida de estar aquí.

“Es un proceso bien difícil pero sí hay esperanza y sí se puede salir de una depresión y se puede tener un estilo de vida aun con la medicación”, sostuvo Esperanza.

Para ella la clave está en entender que la depresión  se atiende de forma integral.

“Es el sicólogo, el siquiatra, es tu médico primario, eres tú y es tu familia... y hay que seguir el tratamiento al pie de la letra”, planteó.

  “Uno sabe que el doctor primario te va a ayudar, que el siquiatra te va a ayudar pero Esperanza tiene que hacer lo que le corresponde”, agregó.

Todo por su hija

Hace tres años Jorge (nombre elegido para proteger su identidad)   vivió la experiencia más aterradora e impotente de su vida al encontrar a su hija tendida en la cama tras haber  atentado contra su vida.

“Me tomó desprevenido porque sí notaba unas actitudes que nos eran normales, pero pensaba que era una etapa de rebeldía...  no hubo señal de que estuviera pensando en suicidio”, recordó.

La jovencita ingirió medicamentos en un intento por privarse de la vida.

  Los meses subsiguientes fueron más difíciles, pues su hija mostraba reparos en recibir terapias, contó. La vigilancia   era constante por temor a que el episodio pudiera repetirse.

“Yo hacía una cama en el piso del cuarto de ella y dormía con los pies pegados a la puerta porque si ella intentaba abrir la puerta, me despertaba”, dijo.

Por el día, él salía a cumplir con sus funciones  laborales y su esposa se mantenía cuidando a su hija.

“Constantemente, uno está en esa preocupación porque uno piensa que está pensando en hacerlo. Nos tomó entre cuatro a cinco meses ese proceso de recuperación”, dijo.

Ahora,  compartió evidentemente emocionado, que su hija está recuperada y ha retomado su estudios universitarios, aunque en un principio, tuvo reparos en participar de las terapias sicológicas.

“Llegó el día en que ella misma se reunió  con nosotros y nos hizo saber  que estaba bien. Poco a poco se fue ganando nuestra confianza de nuevo”,  compartió.

En el caso de su hija, agregó, ella nunca les comunicó que tenía pensamientos suicidas; su cambió se concentró en un comportamiento más agresivo.

Estudios evidencian que, por lo general, las personas que contemplan el suicido lo han dicho a algún familiar o amigo.

Se trata también, usualmente,  de una decisión a la que no se llega de la noche  a la mañana, sino que es una idea que lleva un tiempo rondando en su cabeza.

“Es un proceso bastante largo. Las estadísticas hablan de que la persona  lo reporta, lo dice y por lo general lo ha intentado varias ocasiones antes de consumar el acto suicida”, indicó a Primera Hora el doctor José L. Massa, director médico senior de APS Healthcare.

La OMS ha reportado que hay, por lo menos, un promedio de 20 intentos antes del acto suicida.

Los factores relacionados a los eventos suicidas pueden tener componentes sociales y biológicos, pero también pueden haber factores de riesgo, como el acoso escolar, en el caso de los niños y jóvenes.

“Cuando una persona tiene una verbalización suicida  ese es el momento donde todo lo demás se detiene y se le ofrece el apoyo. A veces el apoyo es ofrecer el oído”, destacó Massa.

La experiencia atravesada con su hija lo transformó como individuo, así que no pierde la oportunidad  de llevar un mensaje de aliento a todo el que haya o esté pasando por una situación similar. 

¿Qué recomendación le daría a un padre que esté pasando por una situación así?

Lo que yo les puedo recomendar es que si escuchan a estos jóvenes decir que lo van a hacer, hay que hacerle caso.