En ruta por la carretera #3 de Fajardo a Río Grande, después de los famosos kioscos de Luquillo, hay un semáforo inservible que le requerirá ir despacio. Si se detiene un momento y observa a su lado derecho -sí, para el mismo lugar donde siempre impera el azul hermoso del mar que conecta con el balneario La Monserrate- será testigo de una imagen que le sacudirá las entrañas.

Cuatro casetas de acampar -de esas pequeñitas en las que apenas cabe una persona- se ven a lo lejos en una cancha protegida con techo, pero sin paredes. Se trata de una improvisada comunidad donde pernoctan dos parejas y dos individuos -ninguno residente en Luquillo- que han convertido el complejo deportivo Dámaso Rosa en su aposento, luego que la furia del huracán María los dejara sin residencia hace 60 días.

El emotivo escenario lo completan cinco perros - tres de ellos rescatados en la calle después del ciclón- que sirven de guardianes y compañía a los damnificados que han sobrevivido a su tétrica situación con ayuda de buenos samaritanos que a diario le llevan alimentos al lugar. Empleados del Municipio -a través de su alcalde, Jesús “Jerry” Márquez-, también los suplen con suministros.

Para comprender la génesis de esta historia Zdenek Rodríguez explicó a Primera Hora cómo llegaron hasta la cancha, donde cada día y noche se hace “más difícil” permanecer, particularmente si la zona es afectada con torrenciales lluvias como las del pasado fin de semana.

El joven de 27 años – casado y padre de un niño en edad preescolar- relató que para el huracán Irma perdió parte del techo de su hogar, ubicado en la urbanización Estancias del Sol, en Río Grande. Se disponía a arreglar su casita, cuando el despiadado huracán María acabó con lo poco que le quedaba.

Aturdido por la situación -y en medio de un país colapsado por la falta de electricidad, la intermitencia del servicio de agua potable, la agonía de tener pocos alimentos, cero comunicación por celular y del racionamiento de gasolina- Zdenek se sintió “forzado” a montar una caseta de acampar cerca de su lugar de trabajo. Era lo único que tenía y no estaba dispuesto a sumar otra pérdida a su vida.

“Le dije a ella (esposa) que se quedara en casa de sus papás con el nene y yo decidí quedarme aquí para seguir trabajando sin tener preocupación de estar buscando gasolina o tener problemas de comunicación con el trabajo que tengo aquí en uno de los kioscos que está ahí a pasos. Además, aquí en la cancha hay agua y eso era un adelanto bien grande porque nos podemos bañar”, manifestó. 

Zdenek contó que así “vivió” por varias semanas, hasta que un día llegaron Aitza Mercado y Edwin Lebrón, una pareja de novios –residentes en el barrio Las Tres T en Río Grande-, que también quedó en la calle a causa del fenómeno atmosférico. En su caso, la residencia alquilada donde vivían en la casa de la mamá de ella, fue pérdida total. 

Aitza tiene 20 años y dice ser estudiante de enfermería del Instituto de Banca, mientras su compañero, Edwin, comenzó a trabajar hace poco más de una semana en una fábrica de postes en Río Grande.

“No puedo ser malagradecida y doy gracias por la comida que nos traen y por los suministros que nos traen del Municipio, pero no es fácil vivir aquí… llueve y tenemos que movernos porque esto se inunda”, expresó la jovencita al describir que, en ocasiones, el nivel del agua alcanza los ‘bleechers’ y tienen que treparse en el último de los asientos a guarecerse y proteger las pocas pertenencias que conservan.

Los últimos inquilinos del vecindario llegaron hace dos semanas, cuenta Zdenek. “Uno de ellos llegó y dijo que es de Condado (San Juan). Se está quedando ahí con una mujer, pero no sabemos mucho de ellos. Él se pasa pidiendo dinero en el semáforo de Brisas del Mar”, contó sobre el hombre al que Primera Hora no pudo entrevistar. 

El último de los residentes, continuó explicando Zdenek, llegó hace un par de días. Se trata de un ciudadano de Naguabo que alega haber perdido su apartamento con el huracán. 

Los vecinos aseguran que, dentro de la crisis, se han acoplado muy bien. El aseo personal lo hacen con agua de un grifo disponible en el complejo. Un viejo baño inservible que Aitza lavó con cloro les sirve de bañera. Allí mismo cada cual lava su ropa y, posteriormente, la tienden en una verja que recibe la brisa de la playa.

“De la cocina me encargo yo. Soy el chef de aquí. Cocino todos los días en este fogón que ves aquí”, contó Zdenek señalando el área donde había un caldero.

Habla el alcalde de Luquillo

El Alcalde de Luquillo dijo estar consciente de la improvisada comunidad que establecieron en la cancha del barrio Fortuna Playa y aseguró que hizo gestiones para que agencias como el Departamento de la Familia y el Departamento de la Vivienda actúen para ayudar a los indigentes.

“Nuestro llamado es que las agencias pertinentes -a las que dimos conocimiento de la situación- atiendan a esas personas para que tengan una vivienda digna porque, definitivamente, una cancha no es el lugar idóneo”, expresó Márquez.

Aseguró que mientras llega la ayuda solicitada, el Municipio velará porque los ciudadanos continúen recibiendo alimentos y agua diariamente.

“Aunque sabemos que son personas que no son de nuestro municipio, les hemos estado llevando suministros porque sabemos que debe ser difícil la situación que atraviesan. Y lo continuaremos haciendo mientras Vivienda los reubica”, dijo al destacar que aún en su municipio quedan 15 personas refugiadas para los que ya se está identificando un lugar para relocalizarlos. Además, el 85% de la población (de 20,068 personas) continúa sin servicio de energía eléctrica, el 40% sin servicio de agua potable y el sistema de telecomunicaciones es intermitente.