De pequeños, unos quieren ser doctores, otros bailarines y otros más maestros. Pero para Ian Colón-Pagán, Gabriel Lojero y Amaryllis Cotto, el sueño siempre fue el mismo: “Yo quiero ser meteorólogo”.

No pasan de los 30 años de edad y cada uno vio su vida marcada por un evento atmosférico que les indicó el camino a seguir, todos ellos desde su infancia temprana. Tienen vasta experiencia en materias tan exigentes como física, matemáticas e incluso aviación; saben de lo que hablan y se les nota en los ojos y en sus palabras, llenas de una autoridad.

Esta nueva cepa trabaja con lo impreciso: el tiempo a veces susurra qué va a suceder, a veces no. Los modelos meteorológicos no son perfectos, los radares pueden captar una cosa y luego resultar ser otra, pero la clave es poder interpretar qué significa este viento o aquella tronada, cómo va a afectar el área y, principalmente, actuar con precisión y rapidez para lograr el objetivo del Servicio Nacional de Meteorología: salvar vida y propiedad.

Ian, Gabriel y Amaryllis cumplen con esos requisitos y más y todos ocupan el puesto de “meteorologist interns”, el primer escalón en la agencia federal. Cada uno tiene sus propios intereses fuera de la meteorología pero todos coincidieron en que es un trabajo duro pero excitante, lleno de retos y satisfacciones y, al final del día, no lo cambiarían por nada.

Hugo lo catapultó

Era bien pequeño pero recuerda a aquel monstruo categoría cinco que tocó la Isla en 1989. Al momento no lo sabía, pero su vida adulta giraría en torno a los huracanes, específicamente para entenderlos y, ahora, pronosticarlos.

“Recuerdo que mi primer proyecto científico fue observar el día y hacer una descripción”, recuerda Ian Colón-Pagán, de 30 años. “Básicamente pasé sesenta días viendo si el día estaba soleado o no, ventoso, si hubo un aguacero, y reportarlo. Salí bien; recuerdo que me dieron un trofeo”, sonrió.

Ian siempre se interesó por las ciencias. Su mamá se acaba de retirar como profesora de química y él la ve como su primer modelo a seguir. En intermedia, hizo un trabajo sobre la rotación de los huracanes que llegó a competir a nivel regional y, en 1998, experimentó el segundo gran fenómeno de su vida, el huracán Georges. “El ojo entró por Patillas y observamos la virazón y la marejada ciclónica. Me impactó tanto que luego hice un proyecto sobre el impacto del huracán”, dijo Ian. “Al año siguiente hice otro similar, buscando las razones de por qué los huracanes se acercan y luego se desvían hacia el norte”.

Terminó sus estudios en el Centro Residencial de Oportunidades Educativas en Mayagüez (CROEM) y de pronto se vio a los 16 años estudiando física en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras. “Ahí me pregunté por qué iba tan rápido”, dijo entre risas.

En la Isla terminó el bachillerato y llegó a ser voluntario en el Servicio Nacional de Meteorología (SNM), pero en busca de estudios avanzados se fue a Estados Unidos e hizo dos maestrías: una en física y otra en ciencias atmosféricas.

Hace nueve meses que labora en el SNM, luego de varios años trabajando en Estados Unidos. “Me gusta mucho pero la gente no me cree que soy meteorólogo porque no me ven en televisión”, confiesa, recalcando que otra de sus inspiraciones es, precisamente, la periodista y meteoróloga Ada Monzón.

Sobre la carrera, Ian piensa que “antes de estudiar esto hay que preguntarse si en verdad te apasiona, porque ser pronosticador a veces se complica por lo impredecible y pueden surgir muchas frustraciones”, opinó. “Pero hay mucho campo… puedes irte por la investigación, el modelaje de pronósticos, la parte social y el impacto, el servicio a la comunidad o asesoría a compañías privadas”, enumeró.

Ian reconoce que no es un trabajo común, pero no lo cambia. “No estamos vestidos de blanco, con batas de científicos; somos gente normal, de edades bien diversas. Lo que cuenta es la pasión y luchar por lo que se quiere, y solicitar, solicitar… moverse y preguntar”, aconsejó.

Interrumpe las novelas

Amaryllis Cotto es una trotamundos educativa: desde psicología hasta aviación, la joven de X años, hija de un militar y nacida en Miami, con familia en Cidra, sabe lo que es temer por su vida luego de que, a los cinco años, tratara de darle aliento a su papá mientras la familia se encerraba en un baño de una casa vecina y el huracán Andrew lo destrozaba todo a su paso, generando hasta tornados y acabando con su hogar.

“Recuerdo que le sobaba la pierna y le decía ‘it’s going to be okay, daddy’, y no me respondía. Yo creo que no pensaba que sobreviviríamos”, comentó Amaryllis, con la mirada perdida. “Unos estaban en la bañera, otros cerca del inodoro y  mi papá y un vecino aguantaban la puerta porque ya el huracán se había llevado el techo, reventado los cristales y amenazaba con tumbarlo todo”, recordó.

La experiencia definitivamente la marcó. “Ese evento me hizo querer saber por qué pasan las cosas”, comentó. “Lo que está bien cómico, bueno, no cómico, es que de grande me dije que quería volver a experimentar lo de Andrew, no por masoquismo pero poder entender y ver lo que ocurre durante un huracán de esa intensidad”.

Sus estudios transcurrieron en la escuela del Fuerte Buchanan, luego de que tuvieran que mudarse a Puerto Rico tras perder la casa por Andrew. Ya de adulta, estudió en Florida su bachillerato en meteorología –en Embry-Riddle Aeronautical University- y maestría en Florida International University, especializándose en huracanes. “Siempre supe que eso era en lo que me quería especializar”.

Amaryllis se siente tan conectada con la naturaleza y sus procesos que no puede concebir el mundo los fenómenos atmosféricos y se autodefine como una “weather geek”. “Es la forma de buscar un balance”, comenta. “El planeta no sobreviviría sin ellos”.

Realmente, lo que siempre ha querido ser es cazahuracán. Ahí empezó a estudiar aviación, tiene dos licencias de piloto, además de sus estudios de tráfico aéreo. También ha estudiado hidrología y oceanografía y todo le ha ayudado, sobre todo en Puerto Rico, a entender las inundaciones.

“Mi posición como meteoróloga es ser la traductora y ayudar a los pronosticadores. Si hay un evento grande también emitimos avisos y advertencias, todo en colaboración y trabajo en equipo. Tiramos los mensajes en vivo y yo soy la que interrumpo las novelas”, dice riendo. “Además, soy la líder del programa de redes sociales; el punto contacto en Twitter y Facebook. Todo es cuestión de cuán rápido salen las advertencias, cuán rápido nos podemos comunicar con Manejo de Emergencias, y tratamos de mantener al público al tanto lo más pronto posible”, aseguró. También es pronosticadora, emitiendo las advertencias y avisos de inundaciones, actualizaciones a largo plazo, etc.

Amaryllis concede que, como meteoróloga, ha tenido que enfrentar los estereotipos de sus compañeros en cuanto a la famosa pregunta de en qué canal trabaja, pero vio que tenía que trabajar más como latina y mujer. “Es un double standard”, recalcó. “Se espera que uno trabaje y tenga familia e hijos y ser casada, pero no todo el mundo tiene ese interés”. Sin embargo, concede que la oficina de San Juan está bien mezclada y hay balance entre géneros.

Entre sus hobbies, están los deportes como el tríalo, el ciclismo, surfing, paddleboarding, correr, haciendo senderismo o recorriendo ríos con sus amigos. “Me gusta mucho descubrir y así me mantengo con los pies en la tierra y me recargo”.

Una tormenta electrizó su futuro

Gabriel Lojero, con 26 años, nació y se crió en Nueva York, Estados Unidos, de padre argentino y madre dominicana. Su acento, fuertemente marcado, es salpicado por regionalismos del país suramericano, pero se esmera en hablar en español, requisito para trabajar en el SNM en San Juan. Cuando se emociona se le olvidan los nervios y habla con fluidez, explicando como maestro cómo se produce una tronada o qué incide en el desarrollo de una tormenta.

El joven, quien es hijo único, sorprendió a sus padres con su camino de estudio. “Mi mamá es trabajadora social y mi papá tiene un restaurante en Argentina”, contó el profesional con un bachillerato de Penn State, Pensilvania y maestría en la Universidad de Nebraska-Lincoln, ambos en meteorología.

“Me interesé cuando tenía siete años, porque me asusté con una tormenta eléctrica y desde entonces desarrollé una pasión por el tiempo, me gusta aprender sobre los fenómenos que se ven frecuentemente y estudiarlos y pronosticarlos”.

Su trabajo en el SNM, desde hace seis meses, se centra, mayormente, en observar los fenómenos, dar opiniones a sus colegas sobre alertas y emitir los avisos por las redes sociales de Facebook y Twitter y por el Sistema de Alerta de Emergencias (EAS, en inglés).

“Generalmente los meteorólogos desarrollan la pasión por el tiempo porque experimentaron un fenómeno que les llamó la atención”, comentó Gabriel. “En mi caso, quise trabajar para el Servicio Nacional de Meteorología porque en 2011, en el sureste de Estados Unidos, hubo una serie de tornados destructivos que mataron a unas 300 personas. En 1974, hubo otra serie de tornados que mató a la misma cantidad de personas, pero en ese tiempo no había la tecnología para hacer pronósticos. En 2011 sí e igual murió un montón de gente. ¿Por qué? Porque la comunicación no fue efectiva”, dice animadamente. “Eso fue una alarma que despertó a la agencia de que ahora tenemos que enfocarnos en el impacto al público. Esa es la dirección en la que nos estamos moviendo”.

Por otro lado, el choque cultural no llegó a experimentarlo porque le fascina la Isla. “Me encanta estar aquí, trabajar en el SNM siempre ha sido mi sueño desde que estaba en la universidad. El tema con la meteorología es que tenés que estar dispuesto a moverte, no podés escoger el lugar para ir a trabajar. Tenés que estar dispuesto a moverte, entrar a la profesión y con el transcurso del tiempo moverse al área que uno quiere”.

Eventualmente quiere ser el coordinador de avisos de la agencia, porque le gusta explicar al público sobre los fenómenos naturales. “Tenemos que ser precisos y explicar las cosas de manera sencilla porque si no la gente se pierde”, comentó.

¿Y si no fuese meteorólogo? “A lo mejor sería contable”, concede. “La matemática siempre ha sido mi materia favorita”.