Río Grande. Dos ganchos conectados a una soga atravesaban la piel de su espalda, pero su rostro –cómplice de la resistencia– no daba paso ni a una sola expresión.

Dio varios pasos hacia delante y hacia atrás mientras su cuerpo se elevaba poco a poco.

“No se queden tan callados”, gritó Josué Rodríguez, o “Skim” –como es conocido entre los tatuadores puertorriqueños–, mientras cada uno de los dedos de sus pies abandonaba el suelo de madera.

El sonido de las olas y el fuerte viento de esa tarde neutralizaron la tensión del momento.

Ante la mirada de casi una decena de espectadores, su cuerpo quedó suspendido por completo de los ganchos de acero inoxidable y titanio. La piel, que hacía alarde de su elasticidad, se enrojeció de inmediato, pero no hubo sangre.

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Tras varios segundos, su ser pareció asimilar el dolor y, mientras una sonrisa emergía, comenzó a balancearse de lado a lado.

Se trata de la suspensión corporal, una práctica antigua que durante muchos años se realizó como parte de rituales y ceremonias de iniciación y purificación entre nativos norteamericanos.

Su presencia fue mermando hasta que, en la década de los 60, fue rescatada por Fakir Mustafar, considerado el padre del movimiento de los “primitivos modernos”, según establece Stefano Moscardini en su libro Suspension of Disbelief.

Desde entonces, esta práctica se pasea entre la espiritualidad y la expresión artística.

No se tiene certeza del momento exacto en que comenzó a practicarse en Puerto Rico. Sin embargo, durante el 2010, nació en el área metropolitana un grupo llamado Anti-piso, dedicado a la suspensión corporal.

Ese año, Alexis E. Berríos Ramos, mejor conocido “Alexis Noventa” y profesional de la perforación, viajó a Nueva York, donde tomó varios cursos sobre la suspensión y se reunió con artistas internacionales dedicados al arte de la perforación y la modificación corporal.

Al regresar a la Isla, comenzó a impulsar este ejercicio y fundó Anti-piso, integrado actualmente por 15 personas que se reúnen semanalmente.

“Anti-piso es más una familia que nos disfrutamos el arte de suspendernos y logramos pasarla bien bajo ese estado. No somos los primeros en suspender personas en la Isla, simplemente somos un grupo que lo está presentando y viviendo desde un punto de vista totalmente diferente”, expresó el joven de 27 años, quien precisó que también en el área oeste del país existe un conjunto que lo practica.

Detrás del "body suspension"


Para algunos, es una vía de meditación o un “rito de crecimiento” y, para otros, un ejercicio mental dirigido a controlar el dolor. Sin embargo, los integrantes de Anti-piso entrevistados por este medio coincidieron al catalogar la suspensión del cuerpo como un alimento para el espíritu.

Alexis consideró esta práctica como un ejercicio mental a través del cual el cuerpo y la mente enfrentan y trascienden el dolor.

“Llega un momento en que la persona sabe que el dolor que está sintiendo es simplemente el cuerpo avisando que está en peligro. Si tú sabes que no estás en peligro, no te va a doler”, aseguró.

Por su parte, Skim dice concebir la suspensión como un medio de meditación y de desconexión con todo lo que ocurre a su alrededor.

“Siento que, cuando estoy suspendiéndome, es como levitar y alejarte de todo tipo de pensamiento que constantemente tienes y tu enfoque por completo está en el ahora, en el momento”, expresó.

“El miedo es un factor que siempre va a estar. El nerviosismo es inevitable, pero es parte del ejercicio. Lo enfrentas y lo superas. Una vez estás arriba, cuando te estás meciendo, se siente bien. Es algo que realmente disfruto. Es algo que me llena de energía, de cargas positivas”, agregó el tatuador.

Precisamente, es en busca de esas “energías positivas” que los miembros de Anti-piso prefieren las suspensiones en espacios naturales, como ríos, bosques y playas. Así fue como durante cerca de una hora Skim buscó ese espacio de desconexión suspendido en una glorieta ubicada frente a una de las playas de Río Grande.