Como un escuadrón que ha tenido que estudiar el espacio donde ejecutará lo suyo, las posibilidades de éxito y de cómo evadir la ley, llegan, generalmente de noche, a dejar marcas sobre las paredes, las murallas, los edificios, las casas y los estorbos públicos. Son los grafiteros -que con latas de aerosol en mano y una idea- se mueven tratando de ser anónimos y a la misma vez dejarse sentir con su firma en cuanto rincón encuentran.

Se trata de una subcultura que está ligada al hip-hop, pero que en realidad recrea una manía de siglos de garabatear, escribir y dejar  expresiones públicas, según lo explica uno de sus exponentes, quien lleva más de 20 años pintando “por ahí”, en y fuera de la Isla.

“El grafiti es un modo de expresión del ser humano que expresa el arte a través de letras, y que luego evoluciona a través de personajes, paisajes. En Puerto Rico no tiene que ver con gangas como en otros lugares del mundo… y hay muchas vertientes: está lo legal y lo ilegal y lo que se combina. Para mí todo es arte”, asegura el grafitero, que habló con Primera Hora bajo estricta condición de anonimato.

De acuerdo a distintas fuentes consultadas, se puede estimar que  entre 100 y 150 artistas  se dedican aquí al grafiti. Como en cualquier otro gremio, a veces hay solidaridad entre los grafiteros, pero también guerras de poder, egocentrismo y hasta alguna veta de envidia. Algunos siguen un código general de ética como no pintar un espacio “separado” por una firma, lo que indica que próximamente esa persona hará un trabajo mayor en ese lugar, no dañar pinturas de otros o dejar en paz los cementerios. A otros no les importan ni esa, ni  ninguna otra regla.

Pero, lo que usted seguramente no sabe es que las paredes de aquí están bien cotizadas a nivel internacional por varios motivos: desde la disponibilidad de espacios al aire libre, lo bien que se pasa en la Isla y  el nivel y variedad artística, dijo otro grafitero que tampoco se identificó. 

Por eso, todo el tiempo llegan a Puerto Rico jóvenes que se dedican a este tipo de pintura gracias a una red invisible pero sólida que se extiende por todo el mundo y de la que solo un puñado de personas fuera de ese círculo cerrado se entera.

Así trascendió cuando el lunes se registró un accidente fatal de un “turista”, quien al ver una patrulla de la Policía cerca del lugar en el que pintaba trató de huir y en su desespero corrió hacia la transitada y peligrosa avenida Baldorioty, donde una conductora lo arrolló.

El joven identificado como Jonathan Brown, de 27 años, natural de Kentucky y conocido en el mundo del grafiti como “2 Buck” llevaba varios días en la Isla y llegó a realizar varias pinturas. Irónicamente, la que hizo el día anterior a su muerte fue una declaración de amor a este país, según supo Primera Hora.

“Murió haciendo lo que le gustaba”, dijo otro grafitero, quien horas antes compartió con él y con otros “turistas” que también estaban en la faena de pintar en espacios públicos.

Tras conocer la noticia, se multiplicaron a través del mundo los lamentos por la muerte trágica de Brown en redes sociales, especialmente en Instagram. Pero como se trata de un mundo que respira clandestinidad, y en el que casi todos se dan a conocer por un apodo, para el que no está al tanto, pasó desapercibido. 

Brown tenía tres convicciones en Estados Unidos y cumplía una sentencia suspendida, todo por hacer grafitis. Algunas de las fuentes consultadas por Primera Hora dijeron que seguramente nadie le explicó la “flexibilidad” de las autoridades en la Isla, en particular porque su última creación -saturada de verdes y azules- era sobre un edificio abandonado.

 “Yo entiendo que se podía zafar, claro que sí. Aquí la Policía no es como en ciudades como San Francisco que tienen unas leyes bien, bien fuertes”, dijo Abey Charrón, un artista que ha pintado en espacios públicos, pero con los debidos permisos.

“Con un llora’o que le hiciera a los guardias, y más él que es gringo, no creo que hubiese tenido mayores problemas. Yo he pintado de día y han pasado patrullas por el lado mío y no me dicen na’”, relató uno de los grafiteros.

Sin estadísticas

 Ya sea por la escasez de quejas, porque son pocos quienes lo practican activamente o porque se trata de un delito menos grave, lo cierto es que la Policía no lleva récord de cuántos arrestos se hacen por pintar grafitis.

Cuando la Policía hace una intervención se le imputa a la persona el Artículo 201 del Código Penal sobre prohibición de fijar carteles en propiedad pública o privada, y que incluye las pintadas. La pena varía entre 6 meses de cárcel o restitución.

“Estas incidencias, al ser delito menos grave no nos llegan. Investigamos, pero cuando son daños de miles de dólares en adelante... Yo entiendo que casi siempre se llegan a  acuerdos de que restauren la propiedad, todo depende del interés del perjudicado”, declaró el agente Alberto Silva, de la División de Delitos contra la Propiedad y Fraude.

¿Estereotipos?

 Por supuesto, los  grafiteros defienden sus trabajos y entienden que la libertad de expresión es importante y necesaria en cualquier sociedad. Y de la misma forma enfilan sus cañones a acciones ilegales graves que a su entender no se condenan socialmente con la misma fuerza que a sus pinturas.

“En esto hay muchos estereotipos, se asocia al grafitero con las gangas y es erróneo, no tienen nada que ver y, por otro lado, yo pago mis contribuciones y por eso la propiedad ‘pública’ es mía y yo me expreso en ellas y es injusto que muchas entidades privadas tengan este país lleno de billboards que son una contaminación visual, no cumplen con reglamentos de seguridad, ni le pagan a Hacienda como se supone y tú no ves que vayan contra ellos. Además, ¿quién dice que lo que yo hago no es arte? Mira, si en su momento se condenó el neoclasicismo o el barroco por ser distintos y ahora se pagan miles de dólares por esas piezas, en el futuro lo más seguro nuestros tataranietos van a estudiar esto y muchos murales se van a considerar arte”, argumentó un grafitero.