“Válgame Dios, ¿qué es esto?”, se dijo a sí mismo al sentir las primeras lluvias, tronadas y ráfagas de tormenta que se percibieron en el área este como parte de los remanentes de lo que fue el huracán Beryl, un fenómeno atmosférico que pasó por Puerto Rico como una onda tropical. 

“Chacho, era una lluvia bien fuerte… me asusté”, dijo quien precisamente a esa hora le tocaba su primera terapia respiratoria, tratamiento que recibe con más frecuencia desde hace unos meses tras agravarse su condición de asma crónica.

“Todo cambió después del huracán María”, relató el hombre con el que Primera Hora pasó cuatro horas en su hogar ubicado en el sector Vieques, del barrio Limones de Yabucoa, una de las zonas en las que casi todas las residencias colapsaron o sufrieron grandes daños con el embate del ciclón que azotó a la isla hace 10 meses. 

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Solamente en este municipio, según datos provistos, hay unas 600 residencias que continúan con los techos provisionales.

Ayer la pesadilla retumbó nuevamente para don Monche, como le dicen a este agricultor que diariamente sale en su bicicleta a trabajar en un platanal que ubica cerca de la antigua Central Azucarera del municipio.

Cuando llegamos a su residencia eran cerca de las 11:00 a.m. y estaba recostado en un mueble hablando con su vecina, Lucy Díaz Matos, quien también sufrió los estragos de María.

“Nosotros nos velamos uno al otro… somos como hermanos”, suelta ella provocando carcajadas entre ambos.

En ese momento no llovía. Pero el cielo estaba gris y las nubes amenazaban con descargar gran cantidad de agua. Era inminente.

“En nombre de Dios, espero que no venga na’, yo no puedo tener tan mala suerte. A lo mejor lo que va a llover es lo que cayó esta mañana”, dijo don Monche, quien tiene una Biblia en una mesita cercana al mueble.

Sus temores no son en vano. Pasar en su casita cualquier tipo de fenómeno atmosférico es un riesgo presente.

Y, es que las ventanas de su hogar están amagulladas aún por el golpe que recibieron de un árbol que cayó aquel devastador 20 de septiembre de 2017. Mientras, el techo azul que puso hace muchos meses el Cuerpo de Ingenieros de Estados Unidos a través de la Agencia Federal de Manejo de Emergencias (FEMA) comienza a deteriorarse. Un roto en la lona que cobija la sala así lo evidencia. La prueba de peligro también se percibe en una lata de maíz tierno que tuvo que colocar en una esquina del techo, como medida remediativa para levantar el toldo y evitar que su casa se inunde con cuanta llovizna cae. 

“Si se va la luz ya ni me importa. Uno se acostumbró…”, dice sin darle importancia a ese asunto que tenía a miles ayer en un estado de nervios. En el caso de don Monche, al igual que la mayoría de los residentes de Yabucoa, el servicio de electricidad se reestableció hace apenas un mes.

Esos meses a oscuras le sirvieron al hombre para aprender a “sobrevivir con linternas” y a cocinar a fogón, algo que expresa con mucho orgullo, pues asegura que descubrió que con este método “las habichuelas quedan buenísimas”. 

(tonito.zayas@gfrmedia.com)
(tonito.zayas@gfrmedia.com)

Conversábamos sobre el desarrollo de la amistad de este par de amigos cuando a las 12:44 de la tarde el sonido de una alarma de emergencia interrumpió la tertulia.

“Jum… están dando una advertencia de inundaciones para acá hasta las 3:45 de la tarde”, contó Lucy.

Aquello fue como una premonición para el aguacero que caería minutos después. La lluvia era incesante. El chorro cayendo en el toldo azul era ensordecedor. 

“Mi miedo más bien es que se me rompa el toldo por la parte del cuarto, porque allí es más flojo… ¿sabes lo que es perder lo poco que me queda?”, expresó el agricultor, quien recibió de FEMA un poco más de $1,000 para comprar enseres o muebles. Pero lo cierto es que ese dinero no le dio ni para comenzar la reconstrucción de su casa o para, por lo menos, comprar las planchas de zinc. 

Han pasado 36 minutos desde que llegó la alerta y el aguacero no se detiene. Lucy comenta que está preocupada por las filtraciones que hay en su casa donde un charco de agua en el piso amenaza con meterse a su cuarto.

Ella vive detrás de don Monche en una estructura con bases en cemento, pero cubierta de un zinc que compró con una ayuda que recibió de FEMA. Pero el trabajo quedó a medio hacer, porque tiene coladeras por varias áreas de la casa. 

“Y en esto estoy sola. Pero nada, tengo a Cristo en mi corazón”, dice para contar que las cosas no van bien con su compañero. “Él se pierde por días y después regresa… estamos medios dejao’s. Desde el jueves no lo veo”, comenta dejando escapar el porqué de sus depresiones en los últimos días.

(tonito.zayas@gfrmedia.com)
(tonito.zayas@gfrmedia.com)

La salud emocional de los yabucoeños se ha deteriorado después del paso del huracán María, según información que ha hecho pública portavoces del gobierno municipal; en el sector Vieques esa problemática se palpó a flor de piel. 

En una casa cercana a la de don Monche estaban los esposos Felipe Claudio y Betzaida Rosado. Ellos llegaron a la comunidad después de María. Relataron que no tenían dónde pernoctar pues, la casa donde residían por alquiler, quedó destruida por el ciclón. 

Expresaron que pasaron meses durmiendo en casa de vecinos. Incluso, hubo momentos en que ni siquiera tenían para saciar su hambre. “Estuvimos tres días alimentándonos de unos cocos que cayeron de una palma que había cerca de la otra casa que perdimos”, dijo Betzaida.

A Vieques llegaron luego que un tío de Felipe les permitiera mudarse a la deteriorada casa que, alegan, rentaron con opción a comprarla por $10,000. 

Pero la residencia estaba inhabitable. Resulta que el techo de la casa es, realmente, el piso de madera de otro hogar que se había construido encima de la estructura, la misma que María se llevó con sus potentes vientos de más de 140 millas por hora. 

“Esto es lo más preciado que nosotros tenemos… aunque veas la casa así, créeme que para nosotros es un gran tesoro, porque no teníamos ni siquiera dónde dormir”, dice ella al agregar con entusiasmo que le han ido haciendo “arreglos” a la residencia con el ingreso que genera como guardia de seguridad de una urbanización privada o con las labores de limpieza que hacen en residencias privadas. Claudio, por su parte, es jardinero. Pero en los últimos meses, los chivos no han caído como desearía y eso lo tiene sumido en una depresión que por días lo atormenta. 

Dentro de sus limitaciones y necesidades -que son muchas- la humilde pareja habla con entusiasmo del futuro. 

“Aunque no cualificamos para ningún tipo de ayuda, yo sé que vamos a lograr poner la casita al día”, cuenta él, mientras arrinconan algunas de las pertenencias y limpian el charquero de agua que cae de las filtraciones provocadas por los aguaceros de la onda tropical. 

La lluvia continuaba incesante. Parecía que no iba a escampar. La faena de secar agua con piezas de ropa que encontraban a su paso parecía ser la orden del día para todas las familias que visitamos. Los truenos abonaban a la tensión de la tarde. En ocasiones las ventanas retumbaban con el estruendo. 

Para entonces, era ya la 1:30 de la tarde. La meteoróloga Deborah Martorell era el centro de atención en la casa de don Monche. La experta advertía que las lluvias propiciaban deslizamientos de terrenos en áreas vulnerables. También recomendaba a personas que viven en zonas susceptibles a tomar precaución. 

Ahí fue que supimos que don Monche tenía establecido su plan de emergencia. “Si pasara algo corremos para casa de mi hermana, Ramona”, dijo sobre su hermana mayor que vive en una casa más adelante.

Ramona también perdió su hogar con María. De hecho, Primera Hora dio a conocer su historia días después del azote del fenómeno. Fotos parada sobre el terraplén en el que quedó su casita conmovieron a muchos dentro y fuera de la Isla. Hoy, gracias a la ayuda que le otorgó FEMA, Ramona construyó una casa de cemento que, aunque con techos de zinc, logra salvaguardarla en momentos de intensas lluvias.

“Me da pena con mi hermano… esas no son condiciones de vivir”, dijo Ramona, quien preparaba un sancocho para ella y algunos vecinos.

Al despedirnos, la lluvia y los truenos continuaban imperantes. De hecho, una nueva alerta llegaba a través de los celulares advirtiendo que el aviso de inundaciones para Yabucoa y otros pueblos del área este se extendería hasta las 5:30 p.m.

La noticia exacerbó nuevamente los nervios de don Monche y este grupo de ciudadanos que viven aún bajo un toldo azul y que ayer con unos aguaceros y vientos que algunos pudieron haber minimizado revivieron como un presagio la pesadilla y ese ánimo de impotencia que les dejó María.