Son las 6:00 de la mañana y Evaristo Cotto, el dueño del primer vehículo en una fila de casi un kilómetro, espera con ansias que las luces de la estación Puma localizada en la carretera 156 de Caguas se enciendan para poder repostar gasolina.

Ha esperado desde las 3:00 de la madrugada y, en el camino, violó a conciencia el toque de queda que el gobierno ha establecido por la emergencia del huracán María. A “Junior”, como le llaman su familia y amigos, le importa poco que lo arresten, pues conseguir combustible es su prioridad.

“El gobierno dice que hay gasolina, pero donde quiera es lo mismo, uno va y no hay. Las filas son largas. Yo vine a las 3:00 a.m. No sé si aquí abrirán para echar gasolina, pero me las estoy jugando, aunque sé que me pueden arrestar. No me queda otra”, dijo Cotto a GFR Media poco después del amanecer.

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El caso de Junior Cotto no es aislado, detrás de él varias decenas de conductores desafiaron el toque de queda para garantizarse algo de combustible. Algunos lo logran, otros sufren decepciones que provocan que la paciencia del ciudadano se vaya agotando poco a poco.

“He estado horas en esta fila para que al final se acabe la gasolina. Esto es una locura, filas de gente con envases, muchos carros, y mucha gente molesta”, afirmó Eillen Colón, quien pasó seis horas esperando en una estación en la avenida 65 de Infantería en Carolina para, al final, no ser servida. “No sé por qué el gobierno insiste en que hay abastos, porque las filas demuestran lo contrario”, agregó.

El conflicto con la gasolina es sólo la punta de un iceberg que el gobierno intenta contener con toda su fuerza, lo cual luce no ha sido del todo exitoso dada la magnitud de la emergencia. La posición oficial es pedir calma y paciencia, una ruta que las calles boricuas no asimilan con facilidad a pesar de la crisis sin precedentes provocada por el paso del huracán María.

El toque de queda es otro de los ejemplos. El Nuevo Día dio vueltas por San Juan, Bayamón y Caguas – pues los periodistas tienen autorización de movimiento- a horas en que se supone que no haya nadie en la calle, pero los vehículos se contaban por centenares, sobre todo en las gasolineras, sin que la policía hiciera nada particular por intervenir.

El gobierno asegura que se arrestaron 28 personas en diversas circunstancias por violar el toque de queda que opera entre las 7:00 p.m. y las 5:00 a.m., una cifra que contrasta considerablemente con la cantidad de gente que hay en la calle, y en algunas barras ocultas, a esas horas.

El respeto por la llamada “Ley Seca” es otro de los desafíos que tiene el gobierno para controlar una tensión callejera que se intensifica paso a paso.

La venta y consumo de bebidas alcohólicas no ha logrado ser detenida y en establecimientos de Río Piedras, por ejemplo, las cervezas son vendidas a mansalva cubiertas con bolsas de papel.

“Aquí nos damos la friíta guillaos. Yo sé que hay ley seca, pero tengo que calmar las penas, pues el taller se me liquidó”, dijo un mecánico que se identificó como Arturo y que tiene su negocio frente a un establecimiento de comida de la Avenida de Diego en Río Piedras.

El descontento de la población no se limita a temas de gasolina, movilidad o consumo de alcohol. Debajo de la imagen de normalidad dentro de la desgracia que el gobierno intenta proyectar, subyacen preocupaciones de aspectos simples de la vida cotidiana que han sido alterados considerablemente y para los cuales los ciudadanos aseguran no están preparados.

Los pocos supermercados o farmacias que hay están atestados. Se hacen filas para entrar en grupos pequeños y muchos quedan pillados a la hora del toque de queda, cuando los negocios cierran las puertas. Así se ha complicado la adquisición de alimentos, agua o medicina.

El efectivo también se acaba. Los pocos bancos que abrieron ayer no daban abasto para una población que vive amarrada a los sistemas ATH, los cuales no funcionan por la falta de conexión de datos, otro aspecto de la emergencia que ha tomado por sorpresa y tiene irritada a la población.

“Es increíble que aquí no haya conexión de nada, que todo se cayó. Alguien debe pagar por esto, porque nuestra seguridad, la de nuestras familias. Aquí los criminales saben que uno no puede ni llamar a la policía”, dijo el ciudadano de Santurce, Danilo Rodríguez.

El sentido de inseguridad también crece. Las autoridades aceptaron que los saqueos aumentaron y que se han arrestado a 36 personas por delitos relacionados, por lo que la población pide seguridad a gritos.

“Creo que deben meter al Ejército o la Guardia Nacional a dar seguridad. Esto está fuerte, en las gasolineras, supermercados y los negocios se está viendo de todo. Sé de amigos que se le han metido en las casas a llevarle lo que pueden, porque la policía no va a llegar nunca”, aseguró José Quiles, residente de Río Piedras.

La seguridad en las casas no es el único problema para los residentes. Aquellos que resultaron directamente afectados por la lluvia y los vientos de María esperan por algo tan simple como agua.

La comunidad Ingenio de Toa Baja es un ejemplo de ello. Allí los vecinos sacaban fango de sus casas inundadas por la crecida del río La Plata y su encuentro con la marejada creada por María.

“Agua, es lo único que pedimos. Estamos limpiando con agua de una cloaca y por aquí no han venido a darnos ni siquiera agua para tomar. Oigo en la radio que están dando prioridad a Toa Baja, pero por aquí no han venido”, dijo Waleska Alméstica, residente del sector Villa Calma.

Allí, los vecinos sacaban colchones, muebles, fango y hasta vehículos insalvables por el ataque de las aguas. Reunidos en una esquina debatían sobre los daños y el rol del gobierno. Reconocían que nunca habían visto una catástrofe como esta y no pidieron ni energía, ni celulares, ni agua en el grifo.

“Sólo queremos agua para limpiar la casa, un camión que venga, con eso nos sentiremos limpios, sacamos el fango este antes de que se seque y podemos sentir empezamos de nuevo”, expresó Yomil Barrozo, residente en el devastado centro del pueblo de Toa Baja.

El gobierno asegura que esa ayuda está en marcha y que cada una de las preocupaciones de la población está siendo atendida. Sigue pidiendo calma y paciencia con insistencia por las circunstancias particulares, pero, como dijo José Cruz Díaz frente a su residencia en el barrio Ingenio de Toa Baja, para la gente no será sencillo seguir esa directriz, porque “la paciencia tiene un límite”.