Naguabo.- Aquel primer girasol pareció señalarle al joven biólogo el rumbo que debía seguir la Finca de Rústica.

Amaury Ortiz Quiñones solo quería embellecer con flores las 10 cuerdas de terreno que adquirió en el 2011, junto a su novia Sofía Cáceres y su suegra Janira Nazario, y de paso experimentar con las abejas por la posibilidad de producir miel.

La expectativa con el girasol no era grande porque estaban en tiempo de sequía, destacó el graduado de la Universidad de Puerto Rico (UPR), Recinto de Mayagüez. Sin embargo, ocurrió algo inesperado. “El girasol, con bien poco cuidado y bien poca agua, creció una cosa bien bella, bien grande”, recordó.

Para Amaury, lo que ocurrió fue algo así como un “momento eureka”, un descubrimiento personal que se convirtió en el génesis de la siembra de flores en la finca, que ubica en el barrio Mariana en Naguabo.

Y una cosa llevó a la otra. “Como vi que era tan fácil, vi que era tan bonito, pues eso fue el momento eureka: ‘si yo puedo vender esto a un dólar, con lo fácil que es de crecer, pues se le va a sacar mucho dinero’”, se dijo a sí mismo.

Amaury comenzó a leer información que indicaba que las cosechas de girasoles son grandísimas: una cuerda puede producir, potencialmente, medio millón de girasoles en un año.

Primera cosecha

Para el 2013, el joven de 29 años de edad había logrado su primera cosecha de girasoles –que florecen entre 50 y 100 días, según la variedad– en el predio de terreno que ocupa a seis millas del pico del este del Yunque, donde está el Radar Doppler, y a 12 millas del malecón, rodeado de montañas en las que convive con animales, entre ellos vacas, gansos, gallos, cerdos y cabras.  

Así que luego de la búsqueda de información, el próximo paso era ofrecerle sus girasoles a los negocios. “Ninguna floristería nos dijo que no; ni pelearon por el precio ($1.00)”, destacó.

Y el negocio echó a correr.

Actualmente, el cultivo de girasoles, además de zinnias, gomphrenas, frijol de Jacinto y gladiolas, ocupa un espacio de 2 de las 10 cuerdas de la finca, que inicialmente dedicó al cultivo de plátanos, indicó a Primerhora.com, desde el predio dedicado a las zinnias, ya que los girasoles aún no han florecido.

¿Qué significado tuvieron para ti las primeras ventas?

“¿Esas primeras ventas? ¡Qué definitivamente se puede hacer (negocio y rentable)!”, dijo. “Pero lo más significativo fue que nos ordenaran sin quejarse del precio”.   

El éxito de sus girasoles, dice, está en la calidad, ya que al compararlos con los importados –la mayoría vienen de Colombia y el resto de California– ésta es superior: mayor frescura (las que se importan se tardan de tres a cuatro días), tallo largo (por lo que  dura más porque ahí está la energía y los azúcares), y la cabeza de la flor puede ser de hasta 8 pulgadas (las que se importan tienen un promedio de cuatro a seis).

¿Cómo describes el momento de la cosecha?

“Mientras están creciendo, la sensación es estrés: uno quiere que se vea perfecto… finalmente, victoria”.

¿Alguna vez pensaste en ser floricultor?

“Nunca pensé en flores, pero siempre sabía que iba a cultivar algo”.

¿Y ahora que lo eres?

“El proceso de pensamiento para llegar a las flores fue el mismo que de otro cultivo: ‘Crece bien, se vende bien, por ende vamos a sembrarlo… Esto era lo que tenía que hacer, es que no lo sabía todavía”.

No somos muchos

Amaury comparte que es uno de los pocos jóvenes que están involucrados de lleno con la agricultura. “Somos bien pocos”, comenta –al menos conoce a tres, todos graduados de la UPR, Recinto de Mayagüez.

Indicó que, por lo general, las personas que están en la agricultura heredaron tierras y la edad promedio es de 55 años, por lo que jóvenes que hayan empezado de cero, es rarísimo. Él es uno de ellos.

Amaury siempre había pensado en tener una finca, pero no sabía cómo. “No tenía idea de cómo lo iba a hacer”, confiesa. El sueño, sin embargo, comenzó a pasar al plano de la realidad cuando se reencontró en Facebook con una amiga de la Escuela Central de Artes Visuales, en Santurce,  Sofía, y conoció que su madre siempre había querido tener una finca.  

Así las cosas, se juntaron el amor, el conocimiento y los recursos económicos –el costo promedio de una cuerda es de $10,000– y nació la Finca de Rústica, lo que hasta entonces era un vertedero clandestino, anteriormente usado para la caña y el ganado.  

“Es rarísimo que (los jóvenes) den ese paso”, explica, y eso a pesar de que entiende que hay muchos, entre 18 y 30 años de edad, interesados en la agricultura. “Pero que den el paso de entrar en la finca y trabajar en la finca, porque el trabajo de la finca es un trabajo arduo, eso sí que no es común”, agregó.

¿Qué significa para ti trabajar la tierra?

“Libertad…. De allá (la entrada) para acá, nosotros somos los reyes de la finca; aquí podemos hacer lo que queramos, cuando queramos… hay deberes que cumplir, pero son los que nosotros escogemos hacer”.  

¿Habrías podido encontrar esta libertad en otro lugar?

“Probablemente sí, pero no a este nivel”.

Además de las flores, Amaury aprendió a trabajar, de manera autodidacta, la herrería y la ebanistería, y actualmente se encuentra desarrollando una investigación sobre el cultivo de la pitaya en la Isla, gracias a una subvención científica del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), que le requiere crear una guía sobre el cultivo de esta planta.

Así es como este joven pasa sus días, y parece ser feliz: “Esto es lo que queríamos, y cuando te gusta, no es trabajo”. 

Joven encuentra en la floricultura un nuevo modo de sustento y vida.

Si desea ordenar flores, puede escribir a fincarustica@gmail.com o buscarlos en Facebook en Finca de Rustica Corp.