“Necesito ayuda… me siento destrozada”, expresa la adolescente, mientras continúa tratando de mantener el equilibrio entre su cuerpo y sus emociones. 

 Adia. Ese es el apodo de la jovencita de 17 años que, acompañada de su mamá Yaritza (por el momento solo quiere utilizar su nombre), hizo a Primera Hora un estremecedor relato de los vaivenes que ha dado su vida desde que sucumbió al uso de sustancias controladas en su año de prepa en una escuela intermedia de Bayamón.

Era el 2012 y hasta ese entonces, Adia -quien tenía 13 años- era una chica normal, estudiosa, extrovertida y apasionada del teatro. 

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Pero todo comenzó a cambiar cuando entró a un laberinto de adicción en el que no encuentra salida.

El primer vínculo de Adia con las drogas fue a través de unas pastillas que le ofreció un “amiguito” en la escuela. Esto es reflejo de un acto que cada vez es más común entre adolescentes pues, según el último informe de Consulta Juvenil, un estudio que realiza continuamente la Administración de Servicio de Salud Mental y Contra la Adicción (Assmca), se estima que en Puerto Rico 13,300 alumnos entre séptimo y duodécimo grado han usado pastillas no recetadas para coger una nota o endrogarse. 

De hecho, este mismo estudio indica que más de 41,500 estudiantes en la isla han usado sustancias que, además de pastillas, incluyen otras drogas ilícitas como marihuana, inhalantes, cocaína, crack, heroína o drogas de diseño. 

De las mencionadas, Adia ha experimentado con varias. Y así lo confesó.

“Empecé con las pastillas porque tenía esta parejita que las consumía… inicié tomando percoset y tramadol”, dice al agregar que se juqueó tanto con la sensación de relajación que le provocaban los medicamentos que llegó a robarse las pastillas de una tía que las ingería para aliviar las secuelas de un cáncer.

Adia, como ocurre  con muchos adolescentes que quieren probar  su actitud de desafío ante otros -y caen por el precipicio de la presión de grupo- un día decidió que tenía que probar otra droga. “La adicción a las pastillas ya era cosa boba”, cuenta.

Así que su próximo “reto” fue la marihuana sintética, un veneno letal, que produce fuertes palpitaciones, alucinaciones y episodios psicóticos, vómitos y mareos, al extremo de provocar infartos. A diferencia de la marihuana natural no se detecta en pruebas de dopaje.

“Honestamente es de lo peor que he podido consumir… una vez me hizo irme en un over. Mi hermanita y mi abuela me encontraron tirada en la calle. Fue una situación bien difícil porque estuve 17 horas inconsciente y me tuvieron que llevar al hospital”, relata al destacar que cuando despertó no recordaba nada sobre lo sucedido.

Cuenta que ante la emergencia su mamá la ingresó en un centro de rehabilitación en el que estuvo recluida cinco días. Luego continuó tratamiento ambulatorio con siquiatras y sicólogos.

Adia y sus parientes pensaron que su pesadilla culminaba, pero la abstinencia duró poco para la niña que, nuevamente influenciada por “malas amistades”, empezó a fumar marihuana.

Para entonces, ya tenía 14 años, y conseguía la droga a través de sus panitas en la escuela o en puntos de drogas en residenciales públicos de Bayamón.

“La marihuana me ha llevado a hacer cosas que jamás pensé que iba a hacer. Cosas horribles…”, dice frenando su línea de pensamiento pues se trata de acciones que hicieron sufrir mucho a su familia.

Cuenta que ha sido la adicción a la yerba lo que la ha lanzado a experimentar con otras drogas como la cocaína y el ácido, una droga de diseño que se utiliza echando gotas del veneno en el ojo o debajo de la lengua.

Aunque el consumo de estas últimas drogas mencionadas no le han provocado una sobredosis, sí sufre serias secuelas pues, entre los efectos secundarios de estas substancias se destaca que con una sola probada puede surgir sicosis recurrente por meses, incluso años.

“En mi caso el ácido me está causando cosas bien feas. Una vez escuché una voz en mi cuarto como si alguien me estuviera hablando cerca…también siento sombras, como alguien mirándome. Y no puedo dormir con el clóset abierto porque siento la presencia de alguien. Es algo que no me deja tranquila”, manifiesta.

“Pero de todo, la droga que más consumo es la marihuana y es lo que me ha traído hasta aquí a pedir ayuda… mi mamá se siente desesperada, se siente frustrada, no sabe qué hacer conmigo. Y yo misma reconozco que necesito ayuda”, dice reflejando datos que indican que la marihuana es una substancia  comúnmente usada por los jóvenes, luego del alcohol y el tabaco.  Se estima que 30,348 adolescentes han fumado marihuana alguna vez en su vida.

Adia valientemente decidió contar su historia como un acto desesperado porque siente que se le “agota el tiempo” y el escenario la puede llevar a protagonizar el peor capítulo de su vida.

Sus palabras entrelazan ingenuidad, incomprensión y ese sentido de voluntad en los que lucha y a veces cree vencer pero, de repente, vuelve a descender al infierno. Y comienza nuevamente su angustia. 

¿Qué sientes ahora mismo?, le preguntamos al percibir su desconsuelo a través del temblor de su cuerpo, los agites en su respiración y de una mirada sufrida y llena de lágrimas.

“Frustración, desespero, ansiedad. No sé cómo controlarme. No sé cómo controlar esto, No sé cómo quitarme… a veces digo que lo puedo controlar pero se me va de las manos y no puedo”, expresa quien tuvo su última  hospitalización en Capestrano a finales de julio. Y todo iba bien, hasta que el lunes pasado fue seducida nuevamente por el vicio de la marihuana. Ese día también intentó fugarse de su hogar.

“Necesito ayuda… me siento destrozada. Yo trato de salir pero se me hace difícil porque no tengo la fuerza de voluntad para decir que no, no voy a fumar marihuana. No, no me voy a meter ácido. No, no voy a consumir pastillas. No, no voy a consumir marihuana sintética. No tengo la fuerza de voluntad de decir que no y sigo volviendo a lo mismo. Y eso es lo que yo no quiero”, agrega al explicar que su inspiración para salir a flote del abismo en el que se encuentra es su hermanita a quien ama profundamente y para quien quiere ser un ejemplo de superación.

Mientras Adia hablaba fue refugiada por el abrazo de su mamá, quien al escucharla también dejó manifestar su sufrimiento. Y no es para menos, Yaritza también está frustrada. Ella también siente que el reloj avanza, pero su hija sigue detenida en un profundo abismo

Dice que el peregrinaje por varios programas de rehabilitación inició desde que descubrió la adicción a pastillas de Adia a los 13 años.

Ha recurrido a buscar auxilio  a través de  APS Healthcare, la compañía contratada para ofrecer los servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias a los suscriptores del Seguro de Salud del Gobierno de Puerto Rico; a las Unidades Psiquiátricas para Adolescentes (UPA) de Bayamón; al Hospital Panamericano; al Hospital San Juan Capestrano; y en Assmca.

“Ella ha tenido cuatro hospitalizaciones. Pero estamos hablando de cinco días donde el enfoque es terapia sicológica pero no le tratan el problema de adicción. Ella necesita un servicio de rehabilitación que, lamentablemente, no hay disponible en Puerto Rico para niñas adictas, pues los programas están dirigidos a los varones”, expresó.

Dijo que la “única forma viable” de que Adia reciba un tratamiento adecuado sería entregando su custodia al Departamento de la Familia o a través de un programa de desvío a través del tribunal. 

“Pero para esto último tendría que haber una querella, y mi hija no ha cometido ningún delito. Ella está enferma y así debe ser tratada. Tampoco voy a ceder su custodia porque yo no soy una madre negligente”, dijo quien también ha recurrido a Hogar Crea y otros sectores privados que solo ingresan a niñas adolescentes con plan médico privado o costeando en efectivo el servicio, el cual sobrepasa los $2,000 al mes.

Con sus testimonios, ambas desean levantar bandera ante el Gobierno para que atiendan la situación de adicción a drogas que sufren las niñas, un problema de salubridad que según Assmca afecta a cerca de 14,000 féminas entre las edades de 12 a 17 años. De todas las substancias es la marihuana -como el caso de Adia- la que más les llama la atención. Se calcula que cerca de 9,000 nenas experimentaron con la yerba y de éstas más de 6,000 crearon adicción.

“Siento una impotencia bien grande porque la escucho pedir ayuda y nadie se la puede dar. Es bien complicado tocar tantas puertas y ver que existen ayudas, pero para las nenas no. Oye, las nenas se meten drogas también”, dijo llorando una madre que ruega todos los días por recuperar aquella niña de 13 años que alegraba el hogar con su carácter extrovertido y que soñaba con ser una actriz famosa.

“Se nos pasa el tiempo… y no quiero que sea tarde”, expresa.