Aunque han transcurrido ya seis meses desde que el archipiélago boricua fuera desgarrado por el huracán María, son muchas las familias que continúan viviendo bajo los toldos azules que suele instalar la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, en inglés) como medida temporal para cubrir techos de casas destruidas. 

Y la vida bajo los toldos azules no es cosa fácil, pues como lo narran familias que visitó este diario en barrios de Dorado, cada aguacero es un recordatorio del destructivo poder que puede desatar la naturaleza. 

“Al menos no se moja tanto. Antes del toldo, (el agua de lluvia) se filtraba por todas partes”, explicó Yolanda Barreiro, quien vive en la calle 3 del barrio Los Puertos, que aún no tiene servicio de energía eléctrica. 

“Cuando llueve, y aquí llueve casi todos los días, lo que pienso es… tengo temor que (el techo) se quede así. No sabemos si lo vamos a poder arreglar”, agregó Barreiro, quien cuida de su madre de 86 años que está postrada en una cama. 

Su hermano vive en el pequeño nivel de arriba, “que perdió todo el techo” y permanece cubierto de toldos. En el nivel de abajo, una parte también está cubierta por toldos y apenas una porción de la vivienda tiene techo que luce seguro. En un cuarto, permanece la octogenaria en su cama, cubierta por un mosquitero, con la mirada perdida en el vacío. 

“Mi mamá desde el huracán ya ni se mueve. Antes caminaba y eso. Pero desde el huracán se ha quedado así”, explica Barreiro. 

“Mi hija estudia y trabaja y esta situación se hace bien difícil. Aquí vivimos con el ‘part-time’ de ella y los cupones de mi mamá. Yo toda mi vida he trabajado y quisiera volver a trabajar”, agrega. 

Por el momento, no han recibido más ayuda que los toldos. Pero, Barreiro se aferra a su fe y asegura que “es mejor con el toldo que filtrando el agua a la casa”. 

“Lo malo es el ruido ese del toldo con la lluvia y con el viento. Y ya nos preocupa que pasa el tiempo y bien ahora el sol, y cuando apriete, se van a romper los toldos. Pero lo ponemos todo en las manos de Dios”, afirmó Barreiro. 

En otra casa de la calle 3 del mismo barrio Los Puertos, una familia trabaja en la reconstrucción de su vivienda, también bajo un toldo azul. La entrada a la vivienda está casi obstruida por cables de electricidad que penden de un pedazo de poste de madera.

“Hoy estamos montando la puerta de entrada que se la llevó el huracán. Y el techo se levantó y se metió el agua. Se mojó todo adentro. Vinieron y pusieron el toldo, pero ahora mismo, con esos vientos que hubo, volvió a entrar agua”, dijo Erika Vázquez. 

En la vivienda se notaba la madera del falso techo inflada y con marcas de que el agua caía por varios puntos. 

“Han sido meses terribles. Todo ese trabajo que uno pasa. Cuando empieza a llover miro para arriba para ver por dónde baja el agua”, comentó Vázquez, pausando por momentos, mientras se le hacía un nudo en la garganta y luchaba por contener las lágrimas. “Y como el toldo se levantó y hay murciélagos ahí, eso es otro peligro para las nenas (sus dos hijas)”.

“He seguido tratando de continuar con mi vida normal. Trabajo, brego con ellas. Pero no es fácil. Ahora mismo, para tener agua fría, es con la neverita”, agregó Vázquez, quien ha recibido alguna ayuda además de los toldos, lo que le ha permitido comenzar los arreglos de la vivienda.

Para sus hijas también ha sido un proceso complicado, según describió la mayor de ellas, Estefany Morales Vázquez, de 17 años. 

“Al principio fue bien difícil. Saber que no tenía hogar. Es bien frustrante saber que tu casa está en condiciones tan malas y a los demás verlos bien, mis compañeros de clase que están mejor, tienen luz. Pero he aprendido a vivir con todo esto y apoyar a mi familia”, expresó la joven. 

En los barrios vecinos de Higuillar y Maguayo, los toldos también se ven por doquier, coronando muchas de las viviendas más pobres. 

El joven Jayson Pagán, su mamá y sus hermanos aún viven en una de esas casas con el techo destrozado.

“Al principio, cuando pasó el huracán, el agua cayó y se mojaba hasta la casa de abajo. Yo estaba cag… tuve que salir a buscar unos zincs que habían volado de otras casas… Luego cada vez que llovía seguía entrando agua como si fuera el huracán. Tuvimos que poner una sábana en la ventana. La casa se quedó de milagro. El techo era solo las maderas, pero nada que lo tapara”, contó Pagán, agregando que se tuvieron que meter todos en la planta baja con la abuela. 

“Dormir ahí, sin ventanas, ni abanico, y si te arropabas te daba calor, y si te quitabas la sábana te daba frío, y los mosquitos me mataban”, recordó el joven, agregando que “trato de verlo todo como algo positivo, en cuanto a que ya pasamos la experiencia y sé lo que tengo que hacer si vuelve a pasar”. 

Luego de los zincs, pusieron un toldo, y después fue que llegó FEMA y les puso el toldo azul que tienen ahora. Tiempo después volvió personal de FEMA e “hicieron bien la inspección”. Luego han comenzado la reconstrucción, pero a un paso lento, porque “la gente pide mucho, se creen que FEMA dio un montón de dinero, pero no es así”. 

La abuela, Dalia Jiménez, asegura que desde lo que pasó se pone nerviosa con las lluvias.