La piel de Ana Irma es una sola, pero está llena de identidades. Y no puede, ni le interesa, quitarse alguna de ellas. Lo descubrió temprano, probablemente el día que, de niña, reconoció su imagen en un espejo.

“Me acuerdo de la imagen y de estar pensando ‘esa soy yo’”, contó la presidenta del Colegio de Abogados (y abogadas, siempre añade), sentada en el balcón de la casa de sus tías en Loíza.

De esa pequeña que se sorprendió con su propia imagen, hoy, medio siglo después, queda todo. Aún le gusta la lectura, la música y argumentar en todo lo que le parece injusto.

“Tengo que agradecer profundamente que no me reprimiera”, dijo refiriéndose a su padre, Eladio Rivera, un profesor de estudios hispánicos que le enseñó a leer y escribir antes de que ella empezara la escuela.

La primera vez que la licenciada Rivera Lassén tuvo que “pelear” un caso fue por su derecho a tener un triciclo. En la casa le dijeron que no porque “eso era para niños”, una respuesta que no fue una razón entonces ni la sería ahora.

¿Y lo tuvo?

No, pero gané un argumento y una promesa. Desde muy chiquita recuerdo estar diciendo que ahí había algo malo.

¿Tan temprano tuvo esa conciencia?

Siempre estaba argumentando y hablando sobre igualdad y derecho. Lo que hicieron en mi casa fue un acomodo con mi rebeldía y me dieron el espacio.

Tal fue el ajuste que hicieron en su hogar, que era su padre quien la llevaba a las reuniones de los grupos feministas. Ella tenía 15 años y recuerda ese gesto de su papá como un “acto de gran solidaridad”.

Quería ser comunicadora, pero cuando se graduó de Humanidades solicitó a la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico.

“Una vez entré, me di cuenta que eso era lo que había hecho toda mi vida”, expresó.

Como estudiante aprendió que el derecho lo hacen las personas y que es un reflejo de la mentalidad en un momento histórico de lo que es la visión social, política y económica de una sociedad. “El derecho es un instrumento importante cuando se hacen luchas sociales, pero no es el derecho lo que cambia a la gente, la gente cambia el derecho”.

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Avanzamos y retrocedemos, avanzamos y retrocedemos.

Para la abogada feminista, Puerto Rico vive un momento en el que hay que replantearse muchas cosas, pero se requiere que mucha gente esté con esa mentalidad.

¿Y la hay?

Yo creo que la hay y, si no, hay que volver a organizarse.

Y es que ella sabe que, aunque la lucha sea la misma, la mirada a veces tiene que ser otra. Una mirada que se amplía a medida que se camina.

“Siempre aparecen más personas con derecho a tener derechos”, observó al señalar como ejemplo a la comunidad LGBTT, excluida en luchas pasadas pero insertada cuando se avanzó lo suficiente para finalmente ver que estaban ahí.

El enfoque feminista también tuvo que ser revisado y ya no se habla de igualdad, sino de equidad.

“No se trata de darme los mismos derechos, sino de reconocerme los mismos derechos desde mi diferencia”, aclaró.

La licencia por maternidad, por ejemplo, es uno de esos derechos que parten de la diferencia. “Hasta nuevo aviso las mujeres somos las únicas que podemos parir. El negar la licencia de maternidad es un discrimen por razón de sexo porque los hombres no paren; por lo tanto, hay que reconocer esa diferencia”, reiteró.

Cuando salió electa se hizo énfasis en que era mujer y negra. ¿Hasta cuándo tenemos que seguir hablando de la primera mujer, de la primera negra?

Eso te muestra que todavía tenemos mucho que trabajar. Lo positivo es que el Colegio, como institución, dio un paso al frente. Pero tienes razón, vamos a ver cuándo no seamos noticia.

Distinto a Estados Unidos, donde el racismo y la lucha contra ese tipo de discrimen se manifiestan “a flor de piel”, la abogada identifica en Puerto Rico un racismo particularmente peligroso por la falta de su reconocimiento. “Entonces la gente actúa desde el racismo de manera inconsciente”, advirtió.

A juicio de Rivera Lassén, la manera en que se enseña la herencia indígena, española y negra coloca a esta última en una posición de inferioridad. “Te dicen que la negra vino con los pueblos esclavizados. La esclavitud no es la herencia de la gente negra, es la herencia de los esclavistas”, expuso.

Amante del teatro y escritora de poesía, Ana Irma siempre ha tratado de vivir de acuerdo con lo que piensa y sintonizada con ella misma para asegurarse de no caer “en las contradicciones que yo me he pasado toda la vida denunciando”.

“Si no hago lo que estoy haciendo, entonces es otra persona que no soy yo”.