El municipio de Barranquitas va recibiendo ayudas a cuentagotas desde el gobierno central.

Los voluntarios y el cuerpo militar estadounidense se hicieron cargo de la distribución de víveres en ese pueblo que prácticamente incomunicado tras el azote del huracán María hace 12 días. 

Las primeras ayudas llegaron a la cancha municipal el pasado jueves, 28 de septiembre, según la Oficina de Manejo de Emergencias del pueblo. Fueron tres camiones militares que trajeron alimentos en bolsas que, en muy poco tiempo, se agotaron.

Previo a eso, el Departamento de la Vivienda, en alianza con la cadena de transporte Sonnell, llevó 1,152 cajas de botellas de agua hasta Barranquitas. Las cajas todavía sobreviven a la brisa que entra por la puerta lateral del almacén que ha habilitado la administración municipal en su complejo deportivo.

“Hemos podido asistir a unas 1,500 familias desde nuestro centro de distribución y la Oficina de Manejo de Emergencias”, indicó el primer mandatario de Barranquitas, Francisco López López.

El sábado, con un aire pesado en medio de la devastación, un camión enviado por la Oficina de la Primera Dama hizo su parada en Barranquitas y trajo alimentos como salchichas, sopas, vegetales mixtos, y un variado surtido de ropa para todas las edades y artículos de aseo personal. Esas salchichas fueron las primeras en llegar en casi dos semanas al municipio. La salchicha allí es la métrica del progreso.

Estas ayudas serían repartidas hoy desde las 9:00 de la mañana en la cancha municipal, confiando en que la gente llegaría porque en Barranquitas las cosas corren de boca en boca.

De boca en boca, como el rumor de que su alcalde había sufrido un percance de salud y estaba hospitalizado. Que no fue cierto, desde luego.

Al no tener medios para comunicarse, Paco, como lo apodan, recorre en su vehículo personal las comunidades. Es la única forma en que puede mantenerse al tanto y conocer cuáles son las necesidades más apremiantes de su ayuntamiento.

Las más apremiantes son: hielo, gasolina, agua, comida.

“Donde quiera que me meto la destrucción es la misma. A casas de cemento, quizás no se les fue el techo pero se les metió el agua del río. Si voy a Cañabón quizás no fueron tantos derrumbes, pero se cayeron puentes. Si voy a Quebrada Grande, tal vez no fueron puentes pero fueron casas”, explicó el mandatario.

Como la semana pasada, López López volvió a hacer hincapié sobre el valor inmensurable del voluntariado en su pueblo. Desde el día siguiente al ciclón, personas han llegado hasta el Centro de Operaciones de Emergencias (COE) del muncipio para brindar su ayuda.

La vida tras el huracán

En la municipalidad, los números de los sintecho –un adjetivo brutal– es muy impreciso. A ojo, de norte a sur, son muchas, cientos, las casas que volaron, que se deshicieron, que quedaron arropadas por tierra, que se fueron por barrancos o simplemente se perdieron por las inundaciones que sufrieron.

A la fecha, los dos refugios que operó el municipio desde el día antes del paso de María se consolidaron en uno solo. El Centro Geriátrico, ubicado en el barrio Quebradillas, cerró. La Escuela Superior Luis Muñoz Marín se convirtió entonces en el único refugio operante con 38 personas. La suma son 27 adultos y 11 menores; o 12 familias y cinco personas que viven solas. Asimismo, hay seis mascotas.

“La gente ha preferido alojarse con familia porque la vida en los refugios no es tan fácil. Los que quedan en los refugios están ahí porque no tienen familia o no tienen dónde más alojarse”, sostuvo la auxiliar de Manejo de Emergencias municipal, Shirley Santiago.

Entre los refugiados y ciudadanos barranquiteños en general existen personas con padecimientos crónicos. Una de las preocupaciones mayores a nivel isla son los pacientes de diálisis. El municipio se ha hecho cargo de los suyos para que no pierdan sus sesiones.

“De aquí se han llevado a cuatro personas que necesitan dializarse varias veces a la semana. Desde que la compañía TransCita dejó de brindar los servicios por el huracán, un chofer del municipio lleva los pacientes, los espera y los trae de nuevo”, explicó Santiago. Como el centro de diálisis de Naranjito (al que asiste la mayoría) no está operando aún los pacientes son transportados a un centro en Cayey.

Llegar a Cayey es posible gracias a la alianza del alcalde López López con las administraciones de Aibonito y el mismo pueblo de Cayey.

Hace una semana este diario informó sobre las gestiones que los tres municipios realizaban para rehabilitar las carreteras PR-14 (Ruta Panorámica desde Cayey) y la PR-162 (de Aibonito a Barranquitas) para que los suministros como agua, alimentos, gasolina y diésel llegaran hasta el centro. El alcalde novoprogresista de Barranquitas se mostró satisfecho con la reapertura de esas vías.

Con los caminos poco a poco reabriendo se hace más fácil la transportación tanto al sur como al norte de la isla. El mismo municipio, que viaja tres veces a la semana al centro de mando del gobierno en el Centro de Convenciones en Miramar y dos veces a la semana a la Cancha Pepín Cestero de Bayamón, le saca provecho a esas gestiones para allegar más ayudas para la población barranquiteña –que son unos 30 mil de acuerdo al último censo.

Los servicios y FEMA

En cuanto a servicios como el agua potable, el ejecutivo municipal confesó sentirse más aliviado. “El sistema de acueducto que suple a la mayoría de los barranquiteños es el de Las Bocas. De ahí se abastecen unos 17,000 barranquiteños y está funcionando con generador eléctrico”, explicó a la vez que puntualizó que otra buena partida de sus constituyentes no perdió el servicio gracias a los acueductos comunales o non prasa, que en total son 14.

De hecho, al oasis gestionado por su administración no llegan tantas personas como llegan a los cinco –de nueve– puestos de gasolina que funcionan en el municipio. A las 2:00 de la tarde de un sábado, por ejemplo, solo dos carros –dos familias– aguardaban por suplirse con agua para sus quehaceres.

Los pozos de agua de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) que no funcionan aún son, por ejemplo, los del barrio Palo Hincado. “Esos son pozos hincados para los que necesitamos generadores eléctricos. Ya nosotros hicimos la petición formal a FEMA para que nos suministren el equipo porque nosotros no tenemos los recursos”, dijo sobre la situación de esta comunidad de poco más de cuatro mil residentes.

Los negocios alrededor de este pueblo de la cordillera han ido de a poco reabriendo. El supermercado Econo reabrió en horario especial hasta las 5:00 de la tarde. Del mismo modo, colmados en zonas más rurales han retomado sus operaciones y dicen que los cargamentos van llegando paulatinamente.

El hospital, centro de Salud Integral de la Montaña (SIM), ya consigue su propio diésel, previamente suministrado por la administración municipal.

Sobre cuándo llegarán las ayudas de la Agencia Federal para el Manejo de Desastres (FEMA, en inglés) todo es incierto, como en todo Puerto Rico. El municipio, tal y como había informado a este medio la semana pasada, censó las comunidades y tiene, hasta el momento, más de 400 pedidos de toldos y otras solicitudes. A los peticionarios les entregaron una hoja informativa con instrucciones. Los formularios deben cumplimentarse en línea o a través de llamada telefónica. Es decir, la ayuda es imposible de conseguir hasta que se restablezca la comunicación. Es como un castigo encima de otro.

Desde la diáspora algunos barranquiteños hacen recogidos y envían suministros. El alcalde también lo agradece.

Los días son todos los mismos. El panorama roba el aliento, pesa. Pero el pueblo no se detiene. La gente pisa fuerte sobre una tierra que se hace cada vez más movediza. “Nos pondremos de pie”, concluyó el líder municipal.

Para levantarse buscan rehacer su tierra, hacerla firme y pisar fuerte para seguir. Y a veces pisar fuerte es esperar. Tristemente, esperar.