Una visita al residencial El Prado, en Río Piedras, para entrevistar a Yazmín Silva Rodríguez, la abuelita paterna de la pequeña Yaiza Montalvo Calderón –única sobreviviente de la tragedia de El Prado– terminó con un juego de cartas en el piso.

La resistencia natural a realizar algo que no sea escuchar y escribir intentó frenar la invitación que la parlanchina de 6 años le hizo a esta extraña reportera para jugar Robapaquete.

“Vamos a jugar”, me dijo.

Intenté evadir la respuesta… Minutos antes, Yaiza se movía como una mariposita inquieta por toda la sala para mostrarle al fotoperiodista Luis Alcalá y a mí portarretratos familiares y la pintura de un ángel con grandes alas blancas que cargaba a una niña. Tenía un texto que decía: “Eres un ángel con un propósito bien grande en la Tierra”. Doña Yazmín nos contó que la obra de arte fue un regalo de uno de los policías que asistió a la escena de aquella trágica noche del 1 de febrero de 2013.

“¿Tú eres buena con las cartas?”, le pregunté luego.  

“Seguro”, me contestó.

Su insistencia fue tanta que me rendí y seguí sus instrucciones: “Vamos a hacer un círculo (en el suelo)”.

Mientras empezábamos a jugar conocí la forma curiosa en la que llama a la carta A: “iYo tengo la poderosa!”, exclamó.

“iMe llené un paquete de millones!”, gritó luego.   

Fue durante ese círculo que me maravillé al tomar plena conciencia de que estaba jugando con una niña que pudo haber muerto hace un año, pero que por algún motivo sobrevivió, y en ese momento estaba llena de vida.  

“¿TÚ ESTÁS ANOTANDO LO QUE YO DIGO?”.

Entre carta y carta, Yaiza mostraba otra de sus cualidades: la curiosidad. 

Y es que yo jugaba y, al mismo tiempo, escribía comentarios de ella que llamaban mi atención, tratando de conocer en breve tiempo todo lo que me ayudara a contar la historia de esta familia un año después de la tragedia, como diría el periodista polaco Ryszard Kapuscinski:  

“La gente sobre la que vamos a escribir la conocemos durante un brevísimo periodo de su vida y de la nuestra. A veces vemos a alguien durante cinco o diez minutos, estamos viajando a otra parte y a esa persona no volveremos a verla nunca más. Por tanto, el secreto de la cuestión está en la cantidad de cosas que estas personas son capaces de decirnos en un tiempo tan breve. El problema es que las personas, en un primer contacto, son generalmente muy calladas, no tienen ganas de hablar. Es una experiencia que todos compartimos: es necesario cierto tiempo para adaptarse al otro. ¡Pero esos escasos minutos a veces son los únicos que tenemos para hablar con una persona!”.  

Yaiza se daba cuenta de que yo escribía en una libreta colocada al lado de mi pierna, la misma en la que recostaba su tierna espalda como si me conociera de siempre. Yaiza me preguntó: “¿Y qué tú escribes?”¿Te mandaron a trabajar?” “¿Tú estás anotando lo que yo digo?”.

Es una niña astuta e inteligente. 

Al conocerla me recordé a mí misma que no solo conocemos a la gente para contar sus historias sino que, al igual que ellos a nosotros, impactamos sus vidas durante ese breve espacio en el tiempo porque antes de ser periodistas somos seres humanos. Si ella quería jugar, ¿por qué no hacerlo?  

También reconfirmé que siempre hay motivos para sonreír a pesar de las pruebas porque hay gente que estará ahí para llenar con amor el vacío que otros dejaron, y así me lo dejo saber Yazmín. 

 ¿Qué haces para que Yaiza encuentre refugio en ti?, se le preguntó.

“Darle mucho amor, mucha atención, ¿qué más que eso, mija?”

Entre tanto, varias preguntas quedaron sin respuestas, por el momento: ¿Por qué ella sí sobrevivió? ¿Cómo le ayudará esa curiosidad cuando sea adulta? ¿Qué tipo de mujer será? ¿Podrá superar la ausencia de su madre y dos hermanas? ¿Cómo reaccionará cuando tenga total conocimiento de lo que ocurrió aquella noche?

El tiempo dirá. Que te vaya bien Yaiza.