Es feliz quien nada retiene para sí.
San Francisco de Asís

La vida no es una línea recta, no. La vida tiene cuestas, curvas y hasta pendientes peligrosas. Es más, está llena de caminos imprevistos que a veces estrujan el alma y le dan un vuelco a nuestro ser de 180 grados.

Luis Penchi se topó con una confluencia que unió cada pedazo de su existencia y lo llevó hacia lo que experimenta hoy: una revolución interna, una explosión de cambios, un volcán de sensaciones.

Penchi decidió enterrar la soberbia, la fama y el poder que ostentó como periodista por muchos años para darle paso a su nueva vida como monje franciscano.

Está en plena transición, pero todo el que lo conoce se da cuenta de que es otro.

Ha sido intenso, confiesa. Y la disciplina que le espera será fuerte.

Pero está feliz. No hay marcha atrás.

Hará votos de pobreza, de castidad y de obediencia. Dormirá en el piso. Caminará descalzo. Orará por siete horas al día. Vivirá para ayudar al prójimo, para elevar su espíritu y para abrazar la austeridad.

“Mi vida de ser grande se acabó. Mi vida de periodista, de ser famoso, se acabó. Yo voy a ser un fraile, como Francisco de Asís”, reveló Penchi a Primera Hora con una voz suave.

Y es interesante este cambio radical porque Penchi fue ateo por convicción durante 40 años y un activista contra lo que los religiosos llaman manifestaciones físicas del Espíritu Santo: temblores corporales incontrolables y hablar en lenguas.

¿Tú eras feliz siendo ateo?

Yo creía que sí. No solo siendo ateo, ganaba buen salario. Yo me sentía con mucho poder, creía que era uno de los que controlaban el país. Me sentía muy poderoso.

¿Y ahora?

Ahora, como dice San Pablo en una de sus alocuciones, todo eso es basura… No tenía comunicación con la fuerza más importante del universo.

¿Sientes que la felicidad te llegó a tus 57 años?

Sí.

Hace justo un año que se embarcó en un proyecto periodístico que nunca se había hecho en la Isla. Aprovecharía su viaje para cubrir el Desfile Puertorriqueño en Nueva York y las vistas de status en la ONU para vivir, como periodista, la experiencia en un monasterio de monjes franciscanos en Indiana. Había descubierto la orden por casualidad al buscar información en Internet sobre la visita del papa Benedicto a Cuba. Quedó cautivado por lo radicales que eran.

Trabajaba en la desaparecida emisora de radio NotiLuz y le aprobaron su propuesta. La idea era experimentar el día a día de los monjes.

“Sentí que era una experiencia buena porque yo había hecho de todo en el periodismo, menos una cosa así”, dijo.

Se compró una cruz benedictina, la única que le cupo por la cabeza. Luego supo que era una del tipo que usaban los monjes del siglo III para ahuyentar a los demonios.

El 11 de junio de 2012 tomó el avión rumbo a Indiana. No sabía que iniciaba la cuenta regresiva hacia la transformación de su vida.

Al llegar, lo recogieron los frailes.

¿Qué fue lo primero que pasó por tu mente?

Lo primero que hice cuando los vi fue una cosa que le pasa a la gente cuando ve televisión, de momento, veo esos rostros que había visto en vídeo y dije: “Míralos, están aquí, son ellos”.

Salieron rumbo a un Colegio San Vicente Paul, y no a un monasterio como él pensaba. Eso, para Penchi, es hoy una de muchas señales, porque en un colegio del mismo nombre cursó estudios en Ponce. Estaba en el barrio La Cantera.

Increíblemente, uno de los dos frailes, el hermano Crispín, de momento le habló en español. Era un puertorriqueño, José Lara, hermano del economista Juan Lara y de la presidenta de la Federación de Maestros, María Elena Lara.

Penchi quedó en shock.

¿Él sabía quién tú eras?

Sabía quien yo era, pero para probarme y para ver cómo yo reaccionaba, me estuvo hablando inglés.

Al llegar, conoció al fraile Bonaventura, hijo de un ex presidente de Liberia. Era millonario y potencial líder de esa nación, pero lo había dejado todo para vivir bajo los preceptos de San Francisco de Asís. Su historia conmovió e impactó a Penchi.

Llegó. Seguía la cuenta regresiva.

“Me descalcé, me puse una ropa bien cómoda para estar con ellos todo el día. Empecé a seguir la rutina de oración, que eran en latín y en inglés antiguo”, narró.

¿Y qué tú hacías?

Trataba de seguir la oración y, sorprendentemente para mí, podía seguir las tonadas de canciones que yo no sabía, podía pronunciar bien el latín. Es como si yo hubiese hablado latín toda mi vida.

¿Para ti seguía siendo un ejercicio periodístico sorprendente?

Sí, hasta que me confesé… Iba a comulgar, pero no me atreví hacerlo sin confesar.

Como ateo, ¿hacía cuánto tiempo no lo hacías?

Hacía 40 años que yo no confesaba.

¿Fue difícil tomar esa decisión?

No.

¿Fue una cuestión de ética para seguir el proceso de estar allí con ellos?

Sí… y también están siempre esos principios. Yo me había educado como católico. Llegas aquí y debes seguir cierto protocolo, tú sabes…

¿Cómo fue la confesión? ¿Larga?

Sí, fue larga y confesé de verdad.

Fuiste honesto en ese proceso…

No, resumí 40 años, pero fui honesto… y cuando comulgué, empecé a temblar por dentro. Yo pensé que tenía un ataque al corazón o un derrame cerebral…

¿Qué es eso de temblar por dentro?

El pecho comenzó a moverse por dentro. No era el cuerpo por fuera, sino que yo sentía que el corazón me temblaba por dentro…

¿No eran nervios?

Yo primero pensé que era una reacción humana nerviosa, y después del corazón comenzaron como los intestinos, las piernas. Después que fue por dentro, empezó a temblarme el cuerpo. Yo pensé: “ Algo raro está pasando aquí”. Fue inmediatamente después de comulgar.

Mientras tu cuerpo temblaba, ¿tu mente no razonaba?

Yo no podía explicar lo que estaba pasando.

¿Y qué hiciste?

Terminó la misa y le dije al padre David (director de los franciscanos allí): “¿Hay algún médico que podamos consultar? He estado temblado después de la comunión, primero por dentro y después por fuera…”

Convencido de que estabas enfermo…

Convencido de que algo distinto a lo normal me estaba pasando.

¿Y qué te dijo?

Me dijo: “Yo te vi, no te preocupes, eso es el Espíritu Santo”.

¿No te reíste?

No, me asusté y le dije: “El Espíritu Santo se está vengando de mí porque yo he estado por décadas tratando de ridiculizarlo…”. Ahí empecé a pensar que algo estaba pasando, que es probable que Dios exista y, no solo eso, sino que está comunicándose conmigo.

¿Entraste en un proceso de reflexión?

De reflexión y de entrevistar a Dios.

Al segundo día, Penchi se preparó para salir con un grupo de frailes que iban a la calle a predicar. Iban descalzos y él debía hacer lo mismo. La temperatura estaba a 110 grados Fahrenheit, el suelo estaba hirviendo.

¿Qué sentían tus pies?

Quemándome, pero yo había dicho que iba a hacer eso…

Era parte de tu reportaje…

Sí… pero ya había una conexión.

Penchi se vive cada imagen que rememora de esa experiencia y lo narra paso a paso, al detalle.

“Yo etaba en otro planeta. Caminamos dos horas y media, y cuando llegamos al estacionamiento de San Vicente, mis pies estaban que yo no podía. Tuve que correr y, aun así, corriendo, se me quemaron los pies bien seriamente, se quedaron en carne viva, se hicieron inmediatamente unas bolitas. Estaba mal”, contó.

¿Y qué pasó?

Me trajeron los zapatos, me los puse y no resistía. Me los quité, y tres minutos después de una oración que ellos hicieron por mí, se fueron totalmente las quemaduras. Totalmente.

¿No te untaron nada?

Nada, nada, se fue con la oración.

¿No estabas en shock?

Estaba en shock, estoy en shock todavía.

¿Eso es lo que llaman milagro?

Es una intervención especial del Espíritu Santo, curativa.

Penchi ya estaba convencido, pero la confirmación de su “llamado” la tendría en Puerto Rico cuando supo que los tumores de un cáncer en metástasis de un primo suyo habían desaparecido tras la oración que hicieron por él un grupo de monjas Carmelitas de clausura que conoció en Indiana durante sus días con los frailes.

De eso ya ha pasado un año y Penchi se prepara para recibir su hábito de monje en septiembre próximo.

¿Cómo describirías en una frase este año que ha pasado?

Transición y confirmación. Una transición hacia una nueva vida y una confirmación de que debo ir hacia esa nueva vida.

¿Qué ha sido lo mas difícil de este proceso?

Muchas cosas. He tenido que dejar de ser soberbio para ser humilde… De las cosas más difíciles que he tenido que hacer es ir descalzo a misa. Los frailes me lo pidieron.

Quitarse los zapatos le tomó desde noviembre de 2012 hasta febrero pasado.

¿Ese es el símbolo de haber superado la soberbia?

No, ese fue el principio. Pero fue el arranque, que siempre es lo más difícil. Descalzarse es como desprenderse, es someterse... Me daba vergüenza.

¿Ya superaste esa vergüenza?

No, todavía la tengo.

¿Por qué?

Porque llego a los sitios, la gente me mira, pregunta si yo tengo cáncer. Pasa exactamente lo que no quiero que pase. Es difícil.

Que la gente piense que estás enfermo…

O que estoy loco, un hippie o un quedao.

¿Ya no eres soberbio?

Ese ejercicio de descalzarme ha hecho que poco a poco vaya siendo más humilde. Después, perdí todo mi ingreso y he tenido que aceptar que alguna gente me done cosas, incluso gente que no son católicos, evangélicos, pentecostales. Es como prepararme…

¿Es difícil para ti recibir de otros donaciones?

Muy difícil, todavía es muy difícil, pero lo he tenido que aceptar.

Donará sus más de 120 camisas, trajes de vestir y zapatos. El próximo lunes, 15 de julio, presentará su libro Luis Penchi, su llamado del periodismo a la fe y todas las ganancias serán para su ex esposa Lourdes Burgos, con el fin de que ella pueda pagar una segunda hipoteca que se sacó de la casa en que vivían y que ya estaba salda, para embarcarse en el fracasado proyecto de Boricua 740.

¿Qué te llevas para Indiana?

Seis calzoncillos, unas sandalias y unas botas para cuando haya nieve. Todo lo demás lo voy a dejar.

Penchi tiene dos hijas: Blanche, que es artista gráfica, y Angele, abogada. Separarse de ellas es, tal vez, lo más difícil de todo este proceso.

¿Cómo han tomado tus hijas esta decisión?

Ellas no creen en esta decisión. Yo eduqué una familia atea y ellas siguen siendo ateas.

¿Eso es lo más difícil para ti?

Eso es muy difícil. Yo te diría que lo que dejo al irme, que más me duele, no son las cosas materiales. Yo ya me desprendí de eso. Lo más difícil es desprenderme de mi familia y del país.

¿Qué te llevas a Indiana de la vida “mundana” que viviste como periodista?

Me llevo el conocimiento, mi forma de pensar de cómo las cosas deben resolverse desde el punto de vista social, y el cariño de mucha gente.

En este punto, ¿tienes que pedirle perdón a alguien?

Cuando hice la inversión en Boricua 740, se fueron conmigo unos periodistas y unos inversionistas. El proyecto fracasó y ellos no me lo perdonan. Se les quedó a deber sueldos. A ellos debo pedirles perdón.

Y como ser humano, ¿hay algo de lo que te arrepientas?

Creo que en mi afán por darle todo a mi familia, desde el punto de vista económico, trabajé demasiado. Cuando mis hijas ya se habían graduado de universidad, una de ellas me dijo: “Papi, tú nunca fuiste a un field day conmigo, nunca fuiste a hablar con un maestro, nunca me llevaste a un médico”. Me arrepiento de eso.

¿De no haber sido más padre…?

Sí.

¿No es más duro que no tengas el apoyo de tus hijas en este momento?

Es bien duro, pero yo no puedo forzarlas ahora a creer en algo en lo que yo no creía hasta hace un año.

¿Has llorado en el proceso?

Mucho.

¿Por tus hijas?

Por mis hijas y por muchas cosas. En un momento dado le pedí a Dios que me quitara el llamado porque era muy fuerte, muy fuerte.

Vas a vivir en pobreza, descalzo y a dormir en el piso…

Si, así va a ser.

¿Estás listo?

Es interesante porque Dios me ha ido preparando…

¿Ya no tienes miedo?

No, ya no tengo miedo… en Indiana voy a ser el último de los frailes, el más viejo, el hispano, el que viene precedido de que es periodista y tiene un libro, y ellos van a buscar que esas cosas se me quiten. Sé que me espera una disciplina fuerte, mucha austeridad, penitencia, oración, trabajo comunitario, con los pobres. No tengo expectativa de ser famoso allá, ni ser líder… Lo que espero es orar, ser humilde y servir a los demás.