Su risa es contagiosa, sonora, como un canto. En su cuerpo diminuto lleva tatuados flores, corazones, trozos de poemas, mensajes de protesta, pistolas, versos de la Biblia. Pero entre tanta tinta, destaca en su brazo derecho un osito de peluche, que destila la ternura que siente por su Joey, el bebito que tuvo que dejar a los dos años de edad y quien fue su motor para sobrevivir la peor de las pesadillas que puede pasar un ser humano.

Michelle Knight no se queja. Al contrario, ríe. Ríe porque puede, porque no le da la gana de doblegarse, porque, como “cabecidura”, como se describe a sí misma, se niega a que su pasado defina su presente. Cada día es un regalo. Cada día es un soplo de vida, y así los venera.

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“He aprendido a no quedarme en el pasado y prefiero ser feliz. Prefiero vivir mi vida con la verdadera belleza que se supone que tenga: ver el cielo, sentir el suelo, y apreciar las cosas simples de la vida, como un abanico… y es que cuando estás en una casa hirviendo sin un abanico o un aire acondicionado, empiezas a apreciar esas cosas luego”, dijo.

Su risa sigue sonando en la habitación del hotel San Juan Resort and Casino, donde se concertó la entrevista. Y es que reirá cada vez que pueda porque ahora la vida se lo permite, luego de pasar un tercio de la misma encadenada, maniatada y sometida a inimaginables torturas físicas, psicológicas y sexuales por parte del puertorriqueño Ariel Castro, quien convirtió su casa en la avenida Seymour de Cleveland, Ohio, en una verdadera cámara de tortura. Once años de miseria; once años de angustia, de miedo, de dormirse a ratos cada noche, en un mattress inmundo, sabiendo que en cualquier momento vendría otra oleada de horrores y sin saber si ese sería su último día en la Tierra.

La risa de Michelle es prueba de que a cualquier cosa se sobrevive, si se tiene fe. Si se tienen agallas, astucia y, sobre todo, una razón para vivir. Y a esta joven mujer de 33 años las razones le sobran.

Sobreviviente desde la cuna

Desde muy pequeña, aprendió a apreciar las cosas más simples: un tubo de pasta de dientes, un plato de comida caliente, un baño... una afeitadora. Esas cosas que para muchos son comunes, del día a día, para ella eran lujos. Hasta una cama propia era algo que tenía vedado. Ahora tiene su propio apartamento, decorado a su gusto, con su perrita Snow White que, aunque se coma la alfombra, la hace reír.

Antes era muy diferente. Michelle era, para los efectos, invisible ante el mundo y realmente no tiene una respuesta clara, pero sí sabe que, gracias a ello, es que tiene la fuerza y el tesón que exhibe ahora.

Siempre has puesto a los demás antes que a ti misma…

“Tal vez porque nadie me puso a mí primero. No sé por qué lo hicieron; no puedo explicarlo y es algo que le pasa a muchísimas personas. De hecho, simplemente lo aceptas y sigues adelante, porque el tiempo sana un corazón roto. Solo toma una persona que te ame para darte cuenta de que existe el amor allá afuera, y he estado rodeada de amor, por millones de personas”, dice con voz suave y cálida.

El monstruo de Cleveland

Michelle conocía a su captor. De hecho, era el padre de su amiga Emily y ya había escuchado su voz y visto su foto. Por eso, en aquel agosto de 2003, no dudó en aceptar su ayuda cuando éste le ofreció llevarla a una vista de custodia para recuperar a su hijito Joey, quien estaba en manos de servicios sociales. Era obvio que Castro sabía quién era Michelle (de hecho, una vez le confesó que la había seguido) y sabía que no tenía a nadie que se ocupara de ella. Tal vez la vio como presa fácil… pero se topó con una luchadora.

¿Cómo sobreviviste esos once años de encierro y torturas?

“Es difícil mantener la esperanza cuando estás en momentos difíciles, pero me di cuenta de que ya tenía la esperanza dentro de mí misma. No puedo olvidar eso. Y mi hijo me dio la fuerza para soportar porque hubo momentos en los que, en verdad, ya no quería soportar más. Ya quería dejarlo todo ir”, confesó con voz quebrada y la mirada perdida en sus recuerdos. Pero de nuevo sonríe. “Joey fue mi fuerza, mi esperanza… le trajo luz a la oscuridad”.

Michelle no quiere hablar de la casa de la avenida Seymour ni “del tipo”, como se refiere a Castro en su libro. Lo único que sabe es que hay cosas inexplicables y hasta eso hay que aceptarlo. “Lo que ese hombre hizo no define quién soy. Yo me defino a través de cada una de mis acciones y decido no seguir sus pasos; decido no dejarme consumir por el odio y continúo perdonándolo por lo que hizo, y no culpo a nadie”.

¿Lo perdonaste?

“Sí, tomó un montón de fuerza y corazón hacerlo, y lo hago día a día”.

¿Cómo te sientes en estos momentos?

“Me siento feliz, en paz con la vida y la belleza que trae. Sé que soy más feliz ahora de lo que sería si nunca hubiera sido encontrada”.

Pero, Michelle… ¿por qué nunca intentaste escapar?

Suspira. Mira hacia el horizonte y me encara. Se le ve la determinación en sus ojos azul bebé. “Sentí que herir a alguien simplemente porque quería irme a casa no iba a hacer ninguna diferencia. Porque si podíamos escaparnos juntas entonces sí valdría la pena… y las amé como hermanas. Gina era una dulzura… cuando estuvimos en malos momentos nos apoyábamos una en la otra, y nos dábamos soporte. Cuando caíamos, estábamos juntas para recoger los pedazos. Por eso no me fui”.

La joven mujer se encoje de hombros porque no quiere traer a la superficie los recuerdos de su tortura y las interminables vejaciones a las que ella fue sometida y luego vio vivir a Amanda Berry y Gina de Jesús, raptadas en 2003 y 2004, respectivamente. Lo narra en detalle en su obra pero, de palabra, prefiere dejarlo atrás. Prefiere enfocarse en lo lindo, en sus estudios de cocina, en su apartamento, su mascota y sus amigos. En su vida lejos del infierno.

¿Qué hiciste en ese primer instante, cuando saliste de la casa de Castro?

“Lo primero que hice fue darle gracias a Dios, besar el piso por el que pasaba porque sin Él no hubiera tenido una segunda oportunidad en la vida, y las segundas oportunidades significan todo para mi en estos momentos”.

Al terminar la entrevista, me abraza y me besa. Me da las gracias. Se ve liberada, relajada, con las cargas lejos, muy lejos de ella. Su diminuta estatura no contiene su espíritu sin límite. Michelle Knight es una titana. Es incontenible. Es libre, muy libre.

Así de simple.