Si a nadie le importa dónde estás, ¿acaso existes?

Esa pareció ser la constante en la vida de Michelle Knight, la primera de tres jóvenes secuestradas por el puertorriqueño Ariel Castro, y quien tuvo que soportar las más inimaginables torturas desde los 21 años de edad hasta ser rescatada once años después de la casa de “El Monstruo de Cleveland”.

En su libro “¡Libre al fin!”, redactado con la ayuda de Michelle Burford (autora de varios best-sellers) y publicado en español por la Editorial Diana, describe con brutal honestidad y crudeza su indomable deseo de ser libre. Michelle narra cómo, desde los cuatro años de edad –de orígenes que ni ella misma puede describir- fue encargada de cuidar a otros, particularmente a sus hermanos gemelos menores de edad y un primo. La niña vivió  en la camioneta familiar, rodeada de podredumbre y frío, y ese fue el tono de su vida: hogares disfuncionales, entra y sale de personas desconocidas –donde preguntar quiénes eran era respondido con un “los niños están para ser vistos y no oídos”- y la certeza de que nadie la veía y a nadie le importaba.

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Desde los cinco años comenzó a ser violada por uno de los “parientes” que vivía en su casa en Cleveland y, a partir de allí, no supo lo que era tener una infancia. Sin embargo, pese a las vejaciones, pese a su pobre educación –la sacaban constantemente de la escuela para cuidar a los pequeños que se multiplicaban en la casa-, pese al hambre, el frío y la falta de higiene, Michelle siempre se comportó como la protectora, la defensora, sin tener quién la defendiera.

Corría agosto del 2002 cuando a los 21 años, siendo madre soltera, sin trabajo y desesperada, cayó en las garras de Castro, el padre de su amiga Emily, quien, con la promesa de llevarla a una cita de custodia para tratar de recuperar a su pequeño Joey, de dos añitos, la condujo a la calle Seymour, donde Michelle cayó en un verdadero infierno. Es desde esta jaula de cemento, ventanas tapiadas, cadenas, postes y un sótano de innombrables horrores donde la pequeña mujer de 4’10”, que llegó a estar al borde de la muerte en múltiples ocasiones y cuya única esperanza era volver a salir para reencontrarse con su hijo, se convirtió en una sobreviviente de guerra física, psicológica y mental de Castro, reconociendo sonidos y olores, encadenada a una cama inmunda las 24 horas, haciendo sus necesidades en un balde y pasando ese primer año de cautiverio sin el más básico de los beneficios: un baño con agua corriente.

Michelle pudo haberse rendido y tirar la toalla muy temprano en medio de su tortura, pero no.

En 2003 unieron a su encierro a Amanda Berry y, en 2004, Gina de Jesús, ambas secuestradas por Castro en el mismo barrio de donde Michelle fue raptada. La mayor del grupo, más allá de sus propios horrores y torturas, se enfocó en proteger a sus compañeras de cautiverio. Incluso, en vez de tratar de huir por sí misma pensaba en las otras y cómo salir todas con vida. Pensaba en su bienestar y maquinaba, a cada minuto, cómo podrían ser libres del monstruo.

Hoy, Michelle Knight ofrece una entrevista a los medios de comunicación de Puerto Rico, patria que vio nacer al desquiciado que casi acaba con su vida. Hoy levanta su voz por los abandonados, los olvidados, los invisibles que, como ella, se cuelan por las rendijas del mundo y parece que se los tragara la tierra.

A través de su libro, la valerosa mujer grita: ¡Estoy aquí, no soy invisible! Con sus palabras, ruega que más ninguna persona pase por los horrores que ella vivió, y que todos recordemos a esos niños, mujeres y hombres que, si bien el mundo no parece verlos, están allí, a la espera de ser rescatados, como ella: Esperando, finalmente, ser libres.