El conteo de refugiados se detuvo a la 1:30 p.m. de ayer en 661 personas en los municipios de Manatí, Florida, Vega Baja, Vega Alta, Dorado y Toa Alta. Se paró ahí porque en cuestión de minutos todas casi todas las comunicaciones estaban inoperantes.

Primero una ráfaga de viento detuvo la mayoría de las transmisiones inalámbricas y luego, las líneas telefónicas terrestres dejaron de funcionar. La única comunicación era a través de los sistemas análogos de radio y algunas de las oficinas de manejo de emergencias municipales también estaban incomunicadas. Algunos teléfonos móviles tenían señal, pero funcionaba con intermitencia.

“Nosotros tenemos el radio tirando (mensajes) pero parece que allá (en el centro de mando central) lo tienen abajo (el sistema)”, dijo Víctor Sánchez, director de la región de Vega Baja de la Agencia Estatal para el Manejo de Emergencias y Administración de Desastres (Aemead) en un intercambio con los miembros del Centro de Operaciones de Emergencia (COE).

Los vientos provenían predominantemente desde el este. Las ráfagas fuertes comenzaron entrada la noche del martes y continuaron prácticamente todo el día del miércoles.

Una comunicación de radio poco antes de las 6:00 a.m. de ayer y hablaba sobre la apertura de cinco compuertas en el Lago La Plata en Toa Alta. La situación amenazaba con inundaciones río abajo, si no era que eso ya estaba ocurriendo.

El COE estaba habilitado con plantas de emergencias, servicio de cable por satélite, distintos tipos de sistemas de comunicaciones con el mundo exterior, y una treintena de funcionarios de distintas agencias de gobierno que servían como coordinadores de los esfuerzos de prevención y recuperación ante el azote del huracán María en Puerto Rico. Pero era poco lo que se podía hacer con las comunicaciones abajo y el ciclón azotando. Mientras el huracán aumentaba en su intensidad, menos se sabía de lo que estaba pasando en las afueras las oficinas regionales de Aemead.

Incluso no se sabía sobre cuán adelantado o atrasado iba el paso del huracán. Mucho menos sobre los cambios en la trayectoria o la intensidad de los vientos. Sólo se conocía los últimos informes que apuntaban a una salida del ojo de María por el área de Vega Alta.

La expectativa era que los refugiados aumentaran en la medida que los vientos comenzaran a sentirse con fuerza. Y a media madrugada eso ya estaba ocurriendo.

Lo primero que se cayó fue una rama de un viejo y frondoso árbol en el estacionamiento de las oficinas de distrito de Aemead. Poco a poco le siguieron otras ramas que terminaron sobre el tendido eléctrico y de telefonía que bordeaba la calle. Las planchas de zinc del techo de una residencia de madera comenzaron a doblarse. En la residencia al lado, con una fuerte ráfaga, una ventaja de hoja lateral se abrió rompiendo todos sus cristales. Afortunadamente, la ventana correspondía a un balcón cuyo techo, al final de los vientos, ya no existía.

“Mira los ganzos (cisnes) cómo resisten”, dijo uno de los funcionarios del COE en referencia a unos animales decorativos ubicados en las barandas de ese balcón.

Desde una puerta abierta, ubicada en dirección contraria al azote de los vientos, se podía ver cómo poco a poco se deterioraba la infraestructura. Los árboles caían, los techos se doblaban o se los llevaba el viento, los postes perdían su tendido eléctrico o simplemente caían al suelo, los árboles se quedaban sin hojas y las calles se inundaban.

La próxima comunicación que se logró en el COE era un llamado de auxilio de una embarcación, con tres tripulantes, que había quedado atrapada en el ciclón. Se dio aviso a la Guardia Costanera, agencia que sí tenía arriba sus comunicaciones y pudo recibir el mensaje. No obstante, se desconocía si lograrían realizar un rescate ante la marejada ciclónica que había con el paso del huracán María.

Más allá era muy poco lo que podían coordinar desde el COE, al menos hasta que pasara el ciclón.

Muchos intentaban dormir, conversar, mantenerse activos mapeando las partes del suelo que se mojaban, porque aún con las ventanas herméticamente cerradas, siempre se colaba algo.

El intenso espíritu de María retumbaba cada vez peor. El sonido de los árboles cayendo, dobládose y estirando de nuevo retumbaba junto al rugir de las hojas y el paso rápido de las ráfagas.

A las 9 de la mañana de ayer la planta eléctrica que mantenía iluminado el COE se apagó. No era un asunto de diésel, dijo Sánchez. Una cubierta del motor se salió y se mojó.

Para ese momento un mensaje pudo entrar a uno de los teléfonos de los que estaban allí. Era una alerta que informaba que María había bajado su intensidad y que ahora tenía vientos de 145 millas por hora y su traslación había aumentado a 13 millas por hora. Era una especie de alivio en comparación con las expectativas iniciales del vendaval.

Las conversaciones eran variadas. Algunos recordaban los huracanes Hugo y George y comparaban lo que veían. Otros hablaban sobre política, de asuntos de pareja, los vecinos del área, los techos que volaban y la devastación que arrasó con todo, menos los cisnes.

Pronto llegó otra comunicación. El río Cibuco se había salido de su cauce y ya cubría toda la carretera PR-2. Para ese momento la intensidad de los vientos había disminuido un poco. Había confusión. No se sabía si el vendaval había terminado o si la calma respondía al centro del huracán pasando por Vega Baja. En medio del claro, Sánchez y varios de los empleados del Aemead colocaron de nuevo la cubierta de la planta eléctrica y lograron reiniciarla.

En la carretera comenzaron a asomarse algunos carros. También algunos vecinos salieron a sus balcones y a las calles para mirar el daño que había causado la tormenta. Justo frente al refugio Lino Padró un poste del tendido eléctrico estaba completamente volteado. Suspendido por los cables eléctricos, el transformador casi tocaba el suelo. La parte que se suponía estuviera enterrada, se balanceaba a unos 40 pies de altura.

Pronto los vientos comenzaron a estremecer nuevamente la zona. Rápidamente, las ráfagas intensas se apoderaron de las calles. Las personas regresaron a sus casas. La destrucción continuó. El estruendo de las ramas y los árboles continuó escuchándose. Letreros de tránsito caían y algunos techos tambaleaban.

La dirección del viento cambió y la puerta por la que se veía todo lo que estaba pasando asociado al huracán fue cerrada. El agua comenzó a entrar y a mojar todo el piso. Lo había mucho más qué hacer salvo por esperar que terminara el ciclón.

A través del sistema de radio se supo de una residencia que colapsó en Utuado, afectando a una familia. La situación continuaba complicándose en el exterior, pero los rescatistas y los coordinadores no sabían lo que pasaba. Se establecieron contingencias. Todos tenían que mantenerse en la zona del pasillo de Aemead, en lo que pasaba lo peor.

A eso de las 4:00 de la tarde los vientos estaban cesando. Una refugiada en la escuela Lino Padró llegó caminado a la Aemead alertando de los problemas de inundaciones en los salones del refugio que en ese momento albergaba a 101 personas.

Diana Miranda, coordinadora del refugio relató que los salones filtraban agua, que la cisterna se dañó y que los generadores de electricidad nunca funcionaron.

“Fue horrible. Fatal. En todo momento el agua no paraba de entrar. Nada funcionó”, dijo la mujer al precisar que la biblioteca de la escuela, que en un inicio albergaba refugiados, estaba completamente destruida. Incluso la animosidad entre los refugiados comenzaba a aumentar en la medida en que pasaba el tiempo.

La información iba fluyendo a cuentagotas. El hospital Wilma Vázquez de Vega Baja estaba inundándose, según una llamada recibida por Aemead. Se temía que se tuvieran que mover a los pacientes

El río La Plata, por otro lado, tenía a centros comerciales y carreteras llenas de agua. En el barrio Naranjo de Vega Baja el agua de río sobrepasaba las ventanas. En el antiguo camino hasta Vega Alta también se desbordó un cuerpo de agua al punto que el agua sobrepasaba las ventanas de unas viviendas. Algunas familias se habían subido al techo de sus residencias para escapar del agua embravecida. Se habían llevado una linterna por eso de que los vieran y los fueran a rescatar.

Los vecinos de Naranjales fueron sacados poco a poco de la zona por personal de rescate estatal y municipal. A eso de las 11:00 de la noche sobre 100 personas llegaban a la escuela Lino Padró. Estaban descalzos y mojados.

En cuanto llegaron personal del refugio y de la Cruz Roja comenzaron a registrar y a acomodar a los afectados. Una anciana era ayudada a caminar por otras dos personas. La mujer, según dijo, vivía sola y fue sacada de su casa por los vecinos cuando las aguas comenzaban a subir. Otros cubrían a sus hijos con mantas o cargaban a sus mascotas. Muy pocos llevaban bultos. Lo que tenían puesto era lo único que realmente poseían en ese momento. Sin embargo, todos se ayudaban. Eran vecinos.