Vestido blanco, lazo negro y en alto la cruz en madera que lleva el nombre de una d e las 24 mujeres asesinadas en lo que va de año.

Así, en pleno sol de mediodía, marchó por el casco de Río Piedras un grupo de mujeres para crear consciencia sobre la violencia doméstica por medio de su manifestación.

Todas llevaban velos en la cabeza, una manera de recordar la trágica muerte de Gladys Ricart, una mujer de origen dominicano asesinada por su ex compañero el día de su boda.

“A los abusadores no los vamos a tolerar”, vocifera por el megáfono Romelinda Grullón, directora del Centro para la Mujer Dominicana y quien organizó la actividad por segundo año consecutivo.

Mientras las mujeres caminan por la calle Arzuaga, Grullón pide que la gente se una, hombres y mujeres, pero el grupo no crece. Por las reacciones de los transeúntes, eso sí, es obvio que la escuchan y evidente que las observan.

“Eso es así”, afirma un hombre que parece estar atento a las denuncias que se escuchan por el megáfono. A su lado, una mujer en silla de ruedas sigue la marcha con los ojos.

La marcha pasa por una tienda de ropa de mujeres y tres empleadas se asoman por la puerta. Una de ellas mira desde la vitrina.

“Es una protesta de algo”, dice una mujer que camina por la acera.

El banco frente a la terminal de guaguas públicas está repleto. “¡Me caso!”, grita un hombre.

Al doblar en la William Jones, una empleada de la compañía que controla los parquímetros pone un ticket en un carro. Más adelante, una empleada de seguridad aprueba la marcha. “Está muy bien eso”, dice.

Las frases se repiten en cada tramo. En algunos, el sonido no se distingue por la música navideña, pero todos y todas miran.

“Tenemos un cementerio de cruces con nombres de mujeres”, dice Grullón mientras camina por el Paseo de Diego. “La que esté pasando por violencia doméstica, busque ayuda”.

Las mujeres de blanco doblan a la derecha en la avenida Ponce de León y llegan a la Plaza Robles. Ahí, forman un círculo. Las instrucciones son que cada mujer pasará al frente cuando escuche el nombre de la víctima que tiene su cruz.

“Agar Márquez Cruz”, se escucha por el megáfono.

“Nadie sabe quién fue mi agresor”, dice la mujer que carga la cruz de Agar, asesinada junto a su madre en junio de este año.

“Carmen Paredes”, se escucha en la plaza.

“Mi agresor fue Pablo Casellas”, dice la mujer que lleva la cruz de la ejecutiva asesinada en su casa.

Y así, una a una, fueron nombradas las 24 mujeres.

“Hay muchos casos que todavía no se sabe quién fue el agresor o dónde está”, reconoce la organizadora. “Es conmovedor la cantidad de cruces aquí”, manifiesta Grullón, quien confía en que llegará el día en que se convoque a una marcha sin que haya mujeres asesinadas.

Una de las participantes de la marcha, “Rosa”, salió de su agresor antes de que fuera tarde. Supo, a tiempo, que no es aceptable que una pareja te diga que te va a enseñar “quién es el hombre”.

“Me decía que me iba a matar, que me iba a pegar candela y nadie se iba a dar cuenta”, contó la mujer de 31 años.

Con la ayuda del Centro, se fortaleció emocionalmente y reconfirmó que tiene derechos independientemente de que esté indocumentada.

¿Sentiste miedo por eso?

Temor sí, miedo no, porque sé mi origen.