En Puerto Rico, hay un negocio “de uñas” en cada esquina y  la mayoría opera prácticamente por la libre, sin que el gobierno esté pendiente de que se proteja la salud de las clientas y de las trabajadoras a las que,   incluso,  se les explota laboralmente.

El presidente de la Comisión de Salud del Senado, José Luis Dalmau, y la presidenta de la Asociación de Técnicas de Uñas de Puerto Rico, Iris Negrón, se juntaron para  ponerle coto a  los   desmanes  de  una industria que en Puerto Rico debe estar empleando ya a unas 65 mil personas.

Si se aprueba el P. del S. 1510 presentado por Dalmau, las técnicas de uñas  tendrán que contar con una licencia del Departamento de Estado que las acreditará como tales.

En entrevistas separadas,  Dalmau y Negrón indicaron que la idea de la licencia es establecer unos requisitos mínimos para el oficio, particularmente en lo que concierne a la higiene.

Lo que se quiere es que a las técnicas de uñas se les exija  tomar cursos de seguridad y manejo de las sustancias que utilizan para el esculpido de  las uñas artificiales principalmente.

Si se aprueba el proyecto, las técnicas  se verán obligadas a pasar por un examen que les suministrará una Junta Examinadora de nueva creación. 

Tendrán que someterse a  un examen médico que garantice que no padecen de enfermedades infecciosas o transmisibles y, además, solo podrán emplearse las que tengan 18 años o más; las  que hayan tomado 900 horas de estudios en técnicas de uñas en un instituto acreditado y hayan  aprobado   50 horas de práctica. 

También se les va a requerir    cuarto año de escuela superior, excepto en los casos de estudiantes de vocacional.

Se le exigiría también  un certificado de buena conducta.

La licencia se podrá obtener sin la necesidad del examen si se ha ejercido el oficio en la Isla por lo menor por tres años.

La medida   contiene además una prohibición importante:  el uso, venta y distribución de los monómeros para esculpir uñas que contengan la controvertible sustancia MMA, o monómero de metilo metacrilato.

No les hace gracia

“Si lo eliminan, no vamos a poder esculpir las uñas”,  reacionaron los dueños de varios negocios.

Otros, sorpresivamente, admitieron que ellos desconocen si el producto que  usan contiene el compuesto.

En  los Estados Unidos, según Negrón, 36 estados prohiben el  MMA, que se caracteriza porque sus moléculas “son bien finas y pueden penetrar en la piel”. 

La Administración de Alimentos y Bebidas (FDA)  ha alertado en contra de su uso, porque puede causar dermatitis y dañar y deformar las uñas reales; su olor es extremadamente fuerte, y según Negrón,  puede causar migraña y sinusitis si no se sabe usar.

Primera Hora logró corroborar que en  varios comercios usan el esculpidor sin que en la etiqueta del producto se  desglose su contenido.

En uno de los negocios,  el dueño mostró el envase del monómero que usa y el mismo solo exhibía la marca.

Negrón explicó que el monómero MMA está  llegando  de  China y lo envasan aquí. Cuando lo venden,  muchas veces ni incluyen el “safety data”.

Indicó que el monómero MMA  cuesta unos $80 y el  “más seguro”, el EMA, o etil metracrilato, vale más del doble: $200.

La también técnica de uñas, informó que la Administración de Seguridad y Salud Ocupacional (OSHA)  regula el negocio de los  manicuristas en la Isla; exige extractores y purificadores de aire, “pero si no se denuncian las irregularidades, no pasa nada”.

Primera   Hora visitó salones de manicura en los que, efectivamente,  las técnicas trabajan en un  ambiente impregnado de un fuerte olor a  químicos.

Los asiáticos, principalmente vietnamitas, se han ido introduciendo también en la industria    y los cuentos  en cuanto al trato  que les dan  a las empleadas “son de terror”.

“El asiático en lo único que piensa es el dinero. Lo único que quiere es que tú le generes ganancias, si no, te bota… A ellos no les importa que se enferme un hijo.  No creen en la familia...”, contó Dora Molina, una joven que  trabajó con una familia vietnamita.

Ella y las demás manicuristas del local tenían que llevar sus propios  materiales  y terminaban ganando muy poco, entre $80 y $100 a la semana.

“You go casa”,   era la frase que los jefes usaban para botar a las empleadas.

Con los vietnamitas, el trabajo comenzaba a las 8:00 a.m. y terminaba a las 6:00 p.m. “si no había más clientas”.

“La licencia, en cuestión de demandas y mala práctica, ayuda, y el certificado médico es bien importante. Lo de las 900 horas de estudios es demasiado”, dijo Lucy Cruz, dueña del salón Mi Estilo en Río Piedras. 

Lo del cuarto año no le agradó mucho, porque entiende que eso no hace una técnica mejor que otra.

Luis Ángel Ortiz, dueño de Queens Hair and Nails Salon, también en Río Piedras, opinó que las exigencias son exageradas porque el talento de las técnicas es innato; sí estuvo de acuerdo  con las medidas de seguridad.

Fermina Melo, de Fermina’s Beauty Salon, catalogó el proyecto de Dalmau de demasiado estricto en lo de los estudios.

Sobre el monómero, dijo que salió uno sin olor que no da resultados, porque se levanta la uña.

“Nosotras no aprendimos en la escuela; nosotras aprendimos aquí… Esto es un arte”, dijo Clarissa Ortiz, empleada del salón Saigón.

“Yo no lo veo exagerado”, le ripostó  su compañera Krizia París,  quien indicó que si quieren reconocerlas como profesionales deben darles más beneficios.