Melissa Repollet paga $60 mensuales de luz. De seguro, algunos pensarán: “Wow, ¡qué factura tan privilegiada!”. Sin embargo, no es como se pinta.

La factura de electricidad de Melissa, madre de dos niñas y quien lleva tres años prácticamente desempleada, es mayor. Simplemente, decidió un buen día que esa es la cantidad que va a pagar. No tiene para más.

¿Que cómo va a enfrentar los aumentos en los servicios que se avecinan? Ni idea.

“Abono $60 mensuales para que no me corten la luz, pero casi siempre vengo corriendo con dos facturas atrasadas y, ahora, si me aumentan $15 más, me descuadran el presupuesto, más encima de eso me aumenta la gasolina”, indicó.

Melissa no puede esconder en su voz, mucho menos en su rostro, la frustración que siente. Posee un bachillerato en educación, es maestra certificada y no consigue trabajo. Lleva tres años brincando en empleos temporeros mal remunerados, sin beneficios marginales y de los cuales la despiden una vez llega el momento de renovar el contrato.

¿Te frustras?

Todo el tiempo. Ahora mismo yo no tengo plan, no sé qué va a pasar.

Al momento de esta entrevista, Melissa cumplía con un contrato para ofrecer tutorías de 20 horas de servicio. Ya estaba a punto de culminarse y, con ella, esa entrada segura de, al menos, $150 semanales.

Relató que ha hecho de todo en su batalla diaria de sobrevivencia, hasta vender empanadas rellenas de carne y pollo por el Viejo San Juan. “Hago de 10 a 15 diarias cuando necesito dinero y voy a diferentes negocios y les vendo... ya la gente me conoce. Algunos me compran por cooperar y a otros les gustan. Sus medios para que compren no me importa... yo necesito el dinero”, sostuvo.

“A veces uno piensa que debería tener más vergüenza porque el título costó, pero yo tengo que echar eso a un lado para tener un poco de dinero y echar gasolina”, agregó Melissa, que puede comer gracias, en gran parte, al PAN.

La historia de Rosa Román, de 46 años y natural de Aguada, es un poco distinta, pero el final sigue siendo el mismo que el de Melissa: no tiene con qué enfrentar los aumentos.

Rosa tiene dos empleos para poder vivir junto a sus dos hijas adolescentes. Es maestra de terapia en un instituto y tiene un salón en la parte posterior de su hogar, donde da masajes. Este último es inestable, así que ni aun así le da el dinero.

“A veces he tenido que verme y deseármela”, reconoció.

Para Rosa, un mes bueno, económicamente hablando, es aquel en el que recibe una entrada de entre $800 y $1,000 y, que conste, a veces no los tiene. “Me salva la pensión alimentaria, que la exigí semanal para que no le falten los alimentos a mis hijas”, expresó la mujer, que no paga renta y tiene a sus hijas en escuelas públicas.

La apretada situación económica la ha llevado a recortar gastos, especialmente aquellos de índole recreacional, como ir al cine y a comer.

“Tengo dos trabajos para poder sustentar a mis hijas y con eso sé que pongo en riesgo a la familia también. Si el Gobierno fuera a ayudar, debería ayudar a esas madres trabajadoras y, por lo menos, aliviarles la carga económica”, apuntó.

Para Melissa, por su parte, la clave está en que el Gobierno trabaje en la creación de empleos seguros en los que las personas se vean a largo plazo.