CAGUAS - En el corazón del casco urbano de esta ciudad se levanta un pequeño huerto convertido en un punto de encuentro para la comunidad. La siembra ubica en lo que por años fue un terreno abandonado. 

Muy cerca, en la misma calle Georgetti, ubica la estructura de Nuestra Escuela, donde se educan jóvenes que no avanzaron en el sistema público de enseñanza o vivieron situaciones conflictivas que frenaron su desarrollo integral.

“En algún momento se les puso el sello de desertores escolares…. Se dijo que tenían el futuro destruido y no era cierto”, sostuvo cofundador de Nuestra Escuela, Justo Méndez. “Tienen historias contundentes de por qué dejaron de ir a la escuela y Puerto Rico les puso un sobrenombre”, agregó el educador.

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Fundada hace 15 años por Méndez y su esposa, Ana Iris Guzmán, Nuestra Escuela sirve para jóvenes entre los grados escolares de séptimo y duodécimo como una alternativa al sistema de educación tradicional y como mecanismo para obtener una nueva oportunidad y un diploma de cuarto año. 

Al operar con donaciones de entidades privadas y gubernamentales, hoy al mediodía recibieron a personal del Departamento de la Familia, una de las agencias que le brinda fondos, para atestiguar el uso que se le da al dinero.

“No es lo mismo leerlo en las propuestas y en los informes que verlo. Poder ayudar a Nuestra Escuela con fondos que tanta gente ha mal usado en este país y que tengamos un proyecto en que vemos dónde están los recursos… que tantas vidas se están transformando con este programa”, sostuvo Marta Elsa Fernández Pabellón, titular de la Administración de Desarrollo Socioeconómico de la Familia (Adsef).

Acompañada por Idalia Colón Rondón, secretaria de la Familia, ambas funcionarias fueron recibidas por personal de Nuestra Escuela en el huerto, donde bajo la tutela de Fitzroy McGregor, estudiantes y egresados del programa cultivan cilantro, lechuga romana y otros productos en lo que años antes fue un “lodazal”, según contaron. 

En medio de la demostración, Carmen Pedraza, vecina del cercano condominio Caguas Courtyard, un complejo de vivienda para personas de edad avanzada, tomó la palabra para expresarle a Colón Rondón lo encantada que estaba con la iniciativa que otros vecinos como ella también han hecho suyo al colaborar y compartir conocimientos con los jóvenes.

“A mí me encanta la agricultura”, contó la mujer al recordar que su padre fue cortador de caña. 

Una propuesta recién aprobada le permitirá a Nuestra Escuela tener dos solares adicionales como huertos en la cercana calle Campio Alonso. En uno también trabajarán vecinos de Caguas Courtyard.

“Tendrán el apoyo de personas diestras que les enseñarán cómo sembrar”, dijo Pedraza.

Colón Rondón y Fernández Pabellón disfrutaron de una serie de demostraciones del talento de los estudiantes de Nuestra Escuela provenientes de los centros de Loíza y Caguas. 

Entre esos jóvenes se encontraba Paola Nicole Oyola León, quien junto a un compañero contó su experiencia como lectores de cuentos a estudiantes de nivel elemental de varias escuelas en Caguas.

Oyola León, de 16 años, cursa estudios en Nuestra Escuela hace tres años, tras abandonar la escuela por diversas razones. Según dijo, el ambiente en Nuestra Escuela es “totalmente diferente” al de los plateles regulares del Departamento de Educación.

“Te tratan de con amor, respeto; te entienden. Si tienes una duda, te la aclaran. No es como los maestros que te lo dicen una vez…”, sostuvo. “Acá te explican las veces que sea necesario. Acá es con calma, a tu comodidad. La escuela eres tú”, dijo.

Oyola León, al igual que los cerca de 300 estudiantes que toman clases en Nuestra Escuela, que también cuenta con un centro en Vieques, confía en graduarse con un diploma de cuarto año y proseguir estudios en música o “algo con niños pequeños”.

Como dijo Guzmán, la escuela se nutre de estudiantes referidos por parientes egresados, por los departamentos de Educación, de la Familia o del sistema de tribunales. Según narró, Nuestra Escuela ofrece una atención personalizada, “partiendo de la premisa de que si un joven está estable emocionalmente en el aspecto académico va a progresar”.

“Hemos sido capaces de escuchar a los estudiantes. No venimos con una receta”, dijo.

Ciertamente el trasfondo de cada estudiante en Nuestra Escuela es diferente. Desde víctimas de un sistema de educación anticuado, hasta perjudicados por maltrato físico y/o emocional en su entorno familiar o en la escuela. Por la razón que sea han dejado la escuela, pero han retomado su educación en el centro alternativo.

Para Jorge Luis Fernández, quien se estrenó el año pasado como tallerista en el centro de Loíza, los estudiantes y el equipo de trabajo de Nuestra Escuela tienen algo en común: “el dolor”.

“Lo más común entre los estudiante y yo y todo el personal es el dolor y las ganas de echar pa’ adelante, eso nos hace familia”, sostuvo.

¿Por qué dolor?, se le preguntó.

“La pérdida de muchas cosas, de no querer vivir. Como eso se vuelve tan difícil no puedes contarlo…. y cuando te encuentras con uno que pasó lo mismo que tu o peor que tu, empiezas a sentir empatía”, declaró el joven de 22 años, artesano y vecino de San Lorenzo.

De hecho, el dolor de su cofundador, Justo Méndez, dio paso a la fundación de Nuestra Escuela. Cuenta su esposa que tras la pérdida repentina de una de sus hijas adolescentes, en un sueño la niña le propuso: “papi, vamos hacer una escuela”.

“Lo vi como la posibilidad de que él (Méndez) se pusiera de pie porque era un proyecto para honrarla. Hemos aprendido en el camino”, afirmó Guzmán.