La playa de Ocean Park exhibía ayer sus acogedoras arenas, con las olas golpeando en su orilla y la brisa marina refrescando el paradisiaco ambiente. Sin embargo, algo faltaba allí. Lo mismo ocurría en el residencial público Luis Lloréns Torres, donde los edificios seguían allí en su mismo lugar y la gente iba y venía en su ajetreo diario, pero también había la sensación que faltaba algo. En ninguno de los dos lugares se escuchaba el distintivo “¡Helloooo!” que lanzaba a diario el pintoresco vendedor de pastelillos y empanadillas Leo Vázquez, cuya alegría se había convertido en parte esencial tanto del residencial como de la playa.

A pesar que muchos ni lo sospechaban al verlo atravesar sonriente la playa con sus delicias en su distintivo traje blanco con todo y sombrero de chef, la salud de Leo no andaba bien y recientemente había empeorado todavía más. Eventualmente sus fuerzas se agotaron este martes hasta apagar su voz.

“Él estaba malito. Tenía un pulmón que le había colapsado. Estaba a la espera de un trasplante de hígado”, explicó ayer en la tarde su hermano Carmelo Vázquez, quien regresaba del hospital junto a sus hermanas Marta y María.

Al conocerse su muerte, las redes sociales se inundaron de mensajes recordándolo. Para su familia y vecinos, tales muestras de cariño y solidaridad no fueron una sorpresa, porque “la gente lo quería mucho. Tenía una fama que se ganó de corazón”.

“¡Helloooo! sus pastelillos eran famosos”, recordó Marta, repitiendo la frase que Leo convirtió en su marca. Los pastelillos y empanadillas, por cierto, “los hacía todo él”.

“Era todo ‘home made’. Él estaba acostumbrado a la cocina. Es lo que corre en las venas de la familia”, explicó Marta, añadiendo que su mamá, ella y otros miembros de la familia también son cocineros. “En la familia hay de todo menos vagos”, añadió Carmelo.

Más allá de los manjares que preparaba y vendía, a Leo, quien tenía 61 al fallecer, también lo recordarán por lo servicial que era y por sus luchas a favor de la comunidad y por mantener los accesos a las playas.

“Él era siempre servicial. Ayudando a todos, aun así como estaba. No le decía que no a nadie”, recordó Carmelo. “Si usted estaba a pie, él estaba ahí y lo ayudaba. No le decía que no a nadie. Y se quedaba hasta que el problema se resolvía”.

“La alegría de él era mucha. Él era el que se vestía de Año Viejo aquí en el residencial”, recordó María.

Su vecina de 15 años Nelly Fuentes lo recordó como “un tipo pueblerino, simpático, servicial. Todo el mundo lo quería muchísimo. Lo querían en Lloréns Torres, fuera de Lloréns, los turistas”.

Otros vecinos, Damaris Agosto y Mickey Rivera, también lo recordaron con cariño, y mencionaron la alegría adicional de haberle comprado “el último pastelillo que se comió”. Aseguraron además que “no nos sorprende que tanta gente lo quiera”.

Tanta gente apreciaba a Leo, que la familia decidió no cremar de inmediato sus restos y aceptar los reiterados pedidos para darle un funeral en que se pudieran despedir de él. “Lo vamos a velar aquí (en el residencial) el sábado, en el edificio 119. El domingo a primera hora lo vamos a cremar. Eso era lo que él quería. Y luego que lo llevaran a la playa donde vendía sus pastelillos y que tanto quería”.

En esa misma playa, cuando no estaba vendiendo, pescaba con otros miembros de su familia, recordó Carmelo, añadiendo que también luchó activamente contra el establecimiento de portones que limitaban los accesos a la playa.

“Estuvo en la lucha contra los portones, contra marginarnos, contra crear esa subcultura (del caserío). Fue un gran luchador por los derechos de los residentes. Un líder comunitario”, afirmó Fuentes con un nudo en la garganta. “Su pérdida es un dolor fuerte. Era un tipo que hacía el bien. Siempre de buen humor, todo una risa. Con una personalidad singular. Era un personaje, un querendón. Era artesano, chef”.

“Hacía los pastelillos y se iba a venderlos, incluso cuando estaba malito”, recordó con cariño Agosto. “Entraba al hospital y volvía, y seguía. ‘¡Helloooo!, ya estoy bien’, decía. Pero estaba malito”.

Rivera rememoró la ocasión en que decidió celebrarle un cumpleaños con todo y bizcocho y regalos y Leo lloró de emoción ante el gesto.

Otros vecinos, también añadieron palabras de elogio y cariño hacía Leo, y se unieron a la pena por su partida.

“Lo tiene ahora Dios. Está al lado de Él. Hay que aceptar esa voluntad. Pero no se va, porque va a seguir aquí con nosotros”, aseguró su hermano Carmelo.