OROCOVIS.- Con un pañuelo amarillo y azul cubriendo sus canas, la mujer se acercó y me dijo: “Tengo que darte un abrazo”.

Habíamos llegado con soldados de la Guardia Nacional en un helicóptero que maniobró para aterrizar sobre una loma en el sector Damián Arriba de Orocovis.

La ventolera de la aeronave provocó que muchas cosas salieran volando, pero nadie se quejó. Por el contrario, de inmediato comenzaron a llegar vecinos del sector, mientras los soldados bajaban paquetes de agua embotellada y cajas de alimentos listos para comer.

“Gracias, mijo… gracias”, me expresó entre lágrimas.

Con la garganta apretada, le agradecí su afecto y le expliqué que realmente el abrazo era para el señor que le iba a dar la caja de comida.

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Entre el apretón y la prisa, olvidé preguntarle su nombre, pero alcanzó a decir: “Me da alegría y sufrimiento, porque se llora de agradecimiento”.

“La situación está bien dura”, manifestó. “Los supermercados que tenemos cerca no tienen plantas (de energía eléctrica) ni tienen alimentos”.

El vuelo había salido desde el aeropuerto de Isla Grande en San Juan, donde se pudo observar cerca de una decena de helicópteros con la misma carga.

El “Blackhawk UH-60” en el que viajamos con soldados de la Guardia Nacional de Puerto Rico y Nueva York tardó cerca de 15 minutos en llegar a Damián Arriba.

Después de pasar montañas donde se observaban casas reducidas a escombros por el huracán María, el piloto Leo Soto rodeó varias veces el pastizal donde encontró un terreno para bajar la nave.

En pocos minutos, decenas de personas organizaron una extensa fila. La primera en turno era Aida Ayala, quien tampoco pudo contener el llanto al recibir la caja de comida.

“Me emocioné, porque en realidad… tanta gente con necesidad, eso me emociona…”, afirmó. “Aquí está un poco difícil, especialmente el agua”.

Menos de la mitad de las personas en la fila habían recibido los víveres cuando observaron descorazonados mientras los soldados se retiraban al helicóptero.

Pero el especialista Joaquín Burgos les explicó que iban a dejar a dos policías militares para supervisar la distribución de lo que quedaba, mientras el helicóptero iría a San Juan a buscar más suministros.

En poco más de una hora, el helicóptero fue a San Juan, recargó, abordó más soldados y ya volaba de vuelta a Orocovis.

Entonces, faltando poco para llegar, el piloto exclamó: “¡Oh, mira eso!” Se acababa de percatar que había una densa y enorme nube negra que dejaba caer un fuerte aguacero.

“Era tanta la lluvia, que pensé que íbamos a estar allí tres días”, dijo el especialista Jonathan Rivera, uno de los dos policías militares que se había quedado en Orocovis.

Pero Soto se metió en la tempestad y no dejó esperando a la docena de personas que se había quedado esperando bajo el diluvio. Solo algunos tenían sombrillas.

Pese a la poca visibilidad, Soto y la copiloto Meghan Polis lograron aterrizar. En pocos minutos bajaron todo entre la lluvia y despegaron confiando en el acuerdo al que llegaron con los vecinos para la repartición de la carga.

Un aire de satisfacción se percibía entre los soldados mientras se daban la mano, cuando el piloto les informó que había visto a personas frente a sus casas haciéndole señas al helicóptero.

Soto sobrevoló el área y los encontraron. Redujeron la altura y a través de gestos, les intentaron decir que fueran al parque de pelota que hay cerca.

“Muchachos”, dijo el piloto, “sé que están enchumbados, pero si están dispuestos, podemos volver para traer ayuda”.

Todos aceptaron y el helicóptero se alejó con la promesa de regresar.

A dos semanas del huracán María, la necesidad no termina.