“Tengo el huracán pintado en la cara”.

Josefa Caraballo Ortiz, una septuagenaria residente en la comunidad Villa Santos, quien desde el paso del huracán Irma tuvo que dejar su hogar con muy escasas pertenencias, no solo perdió su vivienda, sino también la esperanza de que le brinden alguna ayuda porque fueron varios los funcionarios, entre ellos de la Cruz Roja, que la entrevistaron y nunca recibió ni una botella de agua, contó molesta. 

Los refugiados de las escuelas del barrio Medianía Alta en Loíza, no se habían recuperado de los estragos ocasionados por el huracán Irma cuando tuvieron que enfrentar la furia del fenómeno atmosférico María, en un plantel que no estaba en condiciones de albergarlos.

“La casa se me fue toda y ahora con estas inundaciones. Medicamentos tengo gracias a Dios, pero ropa no, tengo solo esta ropa que llevo puesta y no la he podido ni lavar, mi esposo necesita ropa también y unas sábanas”, se lamentó Caraballo Ortiz, mientras mostraba su ropa. 

Margarita Colón, también vive en la escuela elemental de Medianía Alta en Loíza desde el paso del huracán Irma y estaba durmiendo en el piso hasta que por caridad una de las familias refugiadas que le cedió un catre para dormir junto a su hijo de siete años, pero al igual que los cientos de personas que han convertido el plantel en su hogar están pasando muchas necesidades las cuales se agravaron con el paso del huracán María.

“No tenemos catres, cuando estaban esos vientos bien fuertes se nos inundaron los cuartos, las ayudas están escasas, no podemos lavar, no tenemos agua, no tenemos luz, nada. Los baños los estamos limpiando nosotros con un chorrito de agua”, observó Colón.

Zaida López, quien es encargada de los dos refugios que hay en ese barrio, lleva 20 días sin parar atendiendo a la ciudadanía, hasta el martes, eran 288, pero esperaba muchos más.

“Necesitamos que llegue el personal del Departamento de Vivienda y el personal del Departamento de Educación. No tengo catres, la comida, la luz, la planta, es muy difícil”, expresó parcamente López, mientras intentaba coordinar la llegada de más refugiados.

De su lado, la alcaldesa de Loíza, Julia Nazario, expresó que confrontó dificultades para ayudar a más ciudadanos durante el paso del huracán María ya que la casa alcaldía también sufrió daños cuantiosos. “Estamos muy mal, las casas que nos quedaron en pie se fueron, nosotros estuvimos toda la noche en la Casa Alcaldía, allí pasamos el huracán con cerca de 30 funcionarios, había que hacer mucho, pero no había forma de tirarse a la calle. La alcaldía quedó destrozada también”, detalló.

Según la secretaria municipal, Gloriguel del Valle, “el agua bajaba como una cascada, por chorros”, al mostrar los destrozos ocasionados cuando parte de la cúpula del techo de la Casa Alcaldía colapsó e inundó el lugar.

Hasta el miércoles en el municipio de Loíza había 302 refugiados, sin embargo, la cifra de las nuevas personas que tuvieron que desalojar de zonas inundables no habían sido cuantificadas.

El municipio alquiló camiones para succionar el agua. No obstante, la inquietud principal de la alcaldesa es que no tenía suficientes abastos de comida para alimentar a los refugiados.

“Necesito que el Departamento de Educación se ocupe de los refugiados, que tengan alimentos esa es mi inquietud mayor yo no tengo suficiente alimento acumulado para poder darle alimento así que eso es vital”, sostuvo Nazario, mientras dirigía las labores para el rescate de más personas.

La funcionaria confía en que no siga lloviendo porque si se abre otra compuerta de la Represa Carraízo se le inunda el pueblo.

“Estamos orando y suplicando a Dios de que no siga lloviendo hacia la montaña y que esa compuerta (de la Represa Carraízo) no vuelvan a abrir ninguna otra porque de ser así no solo va a ser esta comunidad, va a ser todo Loíza”, puntualizó Nazario.

Josefina Caraballo, salió ayer por la mañana con el agua hasta el pecho de su vivienda en la comunidad Miñi Miñi en el barrio Medianía Alta en Loíza, ella es una de las 600 personas que fueron desalojadas en lanchas, kayaks, motoras acuáticas y camiones ya que la apertura de las compuertas de la Represa Carraízo provocó una crecida del Río Grande de Loíza que inundó de una manera sin precedentes el sector.

Con un gorro plástico cubriendo el pelo y en la mano bolsa con sus pocas pertenencias la mujer narró que se dio cuenta de que su casa estaba inundada porque un vecino le gritó para que se protegiera.

“Llamamos al 911 a otros sitios, pero nadie respondió. Nos faltó poco para subir al techo. Es la primera vez que yo veo eso. Yo soy natural de Loíza, pero acá en Medianía llevo casi 20 años viviendo. Ese huracán fue terrible, como un monstruo. A mi edad (77 años) nunca había visto nada así”, expresó Juliana Rodríguez, quien esperaba para entrar al refugio en las escuelas del sector las cuales no estaban listas para recibir más personas.

En las Parcelas Suárez, Rosany y Luis Mora, junto a su hija de un año y siete meses evaluaban con nostalgia los daños que sufrió su hogar, cuyo techo se destrozó. Desde la casa del lado que pertenecía a su abuelo, la familia se ubicó en una de las habitaciones del centro mientras escuchaba el estruendo de los techos desprendiéndose.

La familia decidió pasar el huracán en esa casa de sus abuelos, que es de cemento, ya que durante el paso del huracán Irma se refugiaron en una escuela donde no había agua potable, ni energía eléctrica y no les llevaron comida, solo pudieron alimentarse lo poco que había en el comedor escolar. Su niña se pasó llorando toda la noche.

“Sí impresiona, sí asusta cuando el techo de la iglesia (Mission Board) cayó para allá, nos asustamos, dimos un brinco horrible, se escuchaba como si fuera un tren o un camión prendido y de madrugada fue que apretó bastante. Y nosotros pues nos abrazamos. Después que estemos vivos lo demás no importa, se estará recuperando en la medida que se pueda”, narró la mujer. El matrimonio desde julio vive en Puerto Rico y todavía no ha conseguido trabajo. 

A solo pasos de su residencia, ubica Loíza’s Bakery, que se ha convertido en el refugio de las Parcelas Suárez ya que era el único negocio abierto donde se podía cargar el celular, tomar un café y comprar pan.

“Fue terrible, estuve en Villas de Colobó, tengo que mirar porque no he tenido tiempo de mirar lo que ha pasado. Nunca había vivido algo así, Hugo se queda corto, este fue peor y eso que tenía casa de cemento”, contó Jaime Ceballos, propietario de la panadería familiar.