Mientras la discusión de ayer se centró en el sendo contrato por $315,000, que otorgó el principal oficial ejecutivo de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), Walter Higgins, a un consultor, al día de ayer todavía quedaban 9,550 abonados de la corporación sin el servicio. 

En las montañas de la zona este, lejanos de la realidad divisan cómo el resto del País ha regresado a la “normalidad”, mientras allá arriba aun se viven historias desgarradoras de vidas que han cambiado dramáticamente tras el paso de un fenómeno histórico que dejó cicatrices que difícilmente serán borradas.

En el barrio Jácanas Granja de Yabucoa, la vida de la familia Rodríguez Lara ha cambiado para siempre; esto desde que la luz se apagó tanto en sus residencias como en la vida de una de sus hermanas, Shirley Rodríguez Lara, de 57 años, quien tras una fuerte depresión a causa de la calidad de vida por la falta de energía eléctrica, tomó la terrible decisión de suicidarse el pasado 26 de noviembre.

“La vida nos ha cambiado totalmente después de María, aquí ya no hay alegría, no hay ganas de reír, no hay la felicidad que teníamos antes. Éramos doce hermanos y mi mamá tiene 85 años, padece de cáncer y está encamada. Siempre nos reuníamos los domingos en su casa. Pero, después del huracán toda nuestra vida cambió. Mi hermana comenzó con una depresión fuerte y siempre se pasaba preguntándome cuándo se acabaría esto (de vivir sin energía eléctrica). Yo le decía que lo cogiera con calma y que se quedara tranquila, que pronto se iba a resolver. Pero ella no aguantó y se privó de la vida. Ella dejó una carta escrita que decía que no podía más con esta situación de vivir sin luz”, explicó entristecida Mare Rodríguez Lara, hermana mayor de la fallecida.

Antes de esa fatídica noche del 26 de noviembre, Shirley había sufrido un accidente a causa de la falta de luz en la comunidad, ya que cayó en un hueco que hizo un árbol que había sido derribado por los vientos del huracán. Ese suceso la marcó psicológicamente y desde entonces no pudo recuperarse. 

“Una noche bajaba para su casita que está cerca de la de mi mamá y ella no veía bien, entonces en vez de coger por el camino, cogió por una parte alta y cayó dentro de la maleza y se 'esbarató' los pies. Ella nos contaba que gritaba y gritaba, pero como estaban prendidas todas las plantas eléctricas no se escuchaban sus gritos. Estuvo más de hora y media buscando cómo salir de allí”, relató Mare ahogada en llanto. 

Pero el calvario de esta familia no cesa y es que su madre, Crucita Lara, quien para colmo ha desmejorado su estado de salud enormemente después del huracán María, no sabe que su hija Shirley se privó de la vida.

“Mi mamá tiene 85 años y está encamada porque tiene cáncer y divertículo. Ella apenas pesa 92 libras. Antes de que nos quedáramos sin luz ella caminaba y se movía con ayuda, pero ya no puede ni pararse. Ha deteriorado su salud por lo que nosotros no le hemos dicho que mi hermana ya no está por miedo a que la perdamos a ella también. Ella no pudo despedirse de su hija y eso nos duele tanto. Ya dejamos de reunirnos los domingos en su casa para que no nos vea llorar y, como se pasa preguntando, le dijimos que Shirley se fue con su hijo a Estados Unidos como eran sus planes antes de que pasara esta terrible tragedia”, contó sumamente conmovida Mare, de 61 años de edad.

Además de este cambio en sus vidas, esta familia tiene que lidiar con los gastos excesivos de gasolina para sus generadores eléctricos y con las altas temperaturas que se registran en estos meses del año. “Nosotros le ayudamos a costear la gasolina a mi mamá, pero es cuesta arriba porque tenemos que costear la nuestra también. Además, en ese cuarto donde ella pernocta hace un calor infernal”, dijo la hija.

Esta familia suplica al Gobierno que se ponga por una noche en sus zapatos y viva la realidad que ellos han tenido que asumir desde hace casi nueve meses.

“El Gobierno debe saber las cosas que suceden en el campo, en la montaña de Jácanas Granja en Yabucoa donde todavía no hay luz. Le pido al Gobierno que vengan y pasen una noche aquí con nosotros para que vean la desesperación, la angustia y cómo la familia Rodríguez Lara sufre por la pérdida irreparable de su hermana. Ella fue una víctima de la falta de luz y nosotros también seguimos siendo víctimas porque no hay paz, no hay alegría con su pérdida. Si tuviéramos luz, mi hermana estaría viva”, concluyó la mujer.

Centenaria pasa las de Caín 

A sus 100 años, Josefina Marcano no vive a plenitud su glorioso siglo de vida debido a sus múltiples padecimientos que la confinan a un sillón y una cama de posiciones en medio de una sala; pero en lugar de ser estos sus únicos desafíos, la centenaria mujer tiene que luchar contra la falta de los servicios básicos que todo ser humano merece tener a cualquier edad, máxime en una etapa tan frágil de la vida.

Es que poco antes del paso cercano del huracán Irma, Doña Josefina, quien reside en el barrio Peña Pobre en Naguabo ya no contaba con el servicio de energía eléctrica y los problemas con el agua eran cosa de todos los días. 

“En la comunidad de Peña Pobre hay 572 casas, contamos con una población de más de 100 ancianos, entre ellos mi abuelita Josefina Marcano de 100 años que está encamada. Mi tía tuvo que traérsela para su casa para tratar de darle una mejor calidad de vida, pero como esta casa es antigua, los espacios de las puertas no son cómodos, por lo que han tenido que tenerla en la sala y de ahí no se puede mover. Actualmente no hay energía eléctrica, pero mi tío político optó por hacer un préstamo para comprar placas solares, pero no son muchas para lo que ella requiere. No es suficiente”, comentó Edwin Maldonado nieto de la mujer y líder comunitario de Peña Pobre.

Los cuidados de Josefina recaen en su hija Gregoria Maldonado de 65 años de edad. “Se me hace difícil, pero es mi madre y tengo que hacer lo posible por ella. Ahora mismo sin luz no se puede estar por el calor y ella necesita una temperatura fresca además de un mattress de aire para evitar las úlceras y sus medicamentos tienen que estar refrigerados. Apenas podemos prender un abanico y una bombilla. A veces tampoco tenemos agua porque se va por varios días y es difícil porque hay que bañarla y ella usa pañales, pero siempre hay que limpiarla y no se puede estar sin agua”, relató Gregoria. 

Aunque la situación con la falta de energía eléctrica en este sector es prioritaria, pues estos seres llevan nueve meses viviendo a oscuras, el problema con la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA) no deja de ser importante. Dice el refrán que “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” y estas familias ya llevan dos décadas de carencias y excusas, pero ya no aguantan más.

“Tenemos problemas con Acueductos desde hace 20 años, llevamos muchos años pidiéndoles tuberías nuevas porque esas no sirven. Siempre ponen parchos y no arreglan nada. Antes del huracán estaba sucediendo, pero se agravó después del huracán. Cuando se dañan las plantas de FEMA nos quedamos sin el servicio. Somos gente pobre que necesitamos ayuda del gobierno central, de Cobra Energy y de Acueductos. Hemos sido olvidados durante muchos años, el proceso ha sido largo y lentísimo”, dijo el líder comunitario. 

Sumado a la delicada situación con los servicios básicos en la comunidad, la infraestructura de las carreteras de la zona literalmente da miedo. Desde deslizamientos, vías que obligan a utilizar un solo carril en medio de cuestas, puentes deteriorados y hasta tubos rotos en medio de las calles son la orden del día en este sector. 

“Hace unos días debido a una rotura de Acueductos, la guagua de un anciano de 80 años se volcó y cayó casi encima de una casa. Estas calles están sumamente deterioradas. Es difícil y peligroso poder transitar por nuestra comunidad, máximo de noche cuando no se ve nada por la falta de luz. Cualquiera puede caer por esas carreteras e irse por el barranco”, sostuvo Maldonado.

“Cómo es posible que sabían que el huracán iba a entrar por el este y todavía hayan comunidades sin luz, mientras el resto del país está bien y se han olvidado de nosotros”, culminó.