Corría la década del 60 cuando el pequeño Clemente Cardona Tirado -el mismo al que hoy llaman “Papo, el carnicero”, uno de los reos más temerarios del país- se robaba el corazón de los que lo conocían por ser un chiquillo curioso, disciplinado, destacado académicamente y con un interés particular por el altruismo que le inculcaban en la tropa de niños escuchas que había en su barrio, en Fajardo.

Pero la inocencia que distinguía a Clemente -aquel niño que soñaba con ser pescador de profesión- cambió radicalmente temprano en la adolescencia cuando se “torció en el camino” influenciado por amistades que le ofrecieron llevar una vida llena de lujos si se adentraba a las ruinas de la delincuencia.

Fue así como Papo cayó rendido al placer de sustituir las “perras prietas y vellones” por billetes de $100 que muy pocas personas de su edad  y su estatus social podían disfrutar.

De hecho, tan arriesgada fue su rebeldía que a los 15 años ya llevaba vida de adulto en La Perla, en San Juan, donde lo conocían como “Alí Babá” porque muchas de las cosas que robaba a personas de dinero las compartía con los pobres de la comunidad.

“Cuando uno se aleja de los padres y escoge ese mundo  y uno pega a ver dinero,  uno se pone afrentao y atrevido. Entonces empieza a cambiar. Y ese muchacho inteligente cayó en otro estado de vivencia en el que había que hacer nombre. Es como un monstruo que empieza a echar cabeza y uno empieza a comprar cantidades de cosas que lo convierten en capitalista del robo”, relata al destacar que uno de sus primeros encargos como criminal fue robar unos furgones en el muelle de San Juan.

Pero Papo, era más que  pillo. A los 15 años ese espíritu de “maleante” le exigía nuevos retos. Fue así que una organización de narcotraficantes lo contrató como gatillero.

“Era la época que venían muchos colombianos, mexicanos e italianos y se querían quedar con nuestros puntos (de drogas)… y alguien tenía que hacer el trabajo sucio con ellos”, dijo en referencia a que había que “halar gatillo”.

El problema está en que acabar con los “rivales” se convirtió en una adicción insaciable.

“A la que halas gatillo la primera vez, puede ser que te guste. Y ese era el problema: a mí me gustó”, relata con una serenidad pasmosa.

Inicio en la cárcel y violencia entre bandos

Irónicamente -aún cuando las autoridades lo tenían identificado como asesino- su primer ingreso a la cárcel ocurre en 1973 por los robos de furgones. Ese suceso de verse tras barrotes -para él, que se creía “invencible”- lo trastocó de gran manera.

“Yo sabía que me estaban buscando y me fui para Islas Vírgenes. Estaba creando mi imperio cuando me cogieron y de allá me extraditaron y caí en La Princesa (en el Viejo San Juan). Ahí empieza mi mundo en la cárcel…ahí empieza la leyenda”, dice el reo de 63 años, reconociendo que lo que vino a continuación lo convirtió en un horroroso personaje en la historia carcelaria de Puerto Rico.

Papo narra su experiencia en prisión como quien viaja en el tiempo. Al hablar, sus memorias dividen el drama de lo que ha sido su vida en tres funciones. Son tres Papos con emociones distintas.  Eso sí, cada uno con su rabia, con sus luchas internas y con sus frustraciones a medio sanar.

Según cuenta, fue entre la década del 70 y 80 que se desarrolló el “confinado territorial”. Aquel que trasladó la guerra callejera a las instituciones provocando la época de mayor violencia carcelaria en el país entre reos pertenecientes a diferentes organizaciones.

“Estamos hablando del tiempo en que empezó Carlos (Torres Iriarte) ‘La Sombra’, el que fundó Los Ñetas, y para aquella época en la que formó el famoso motín en La Princesa. Él decía que, supuestamente, el motín fue para ayudar al preso y era embuste. Él lo que quería era llegar a una caja fuerte que tenía el jefe  y en el que había drogas y dinero para llevárselo todo. Le dijimos que eso no lo podía hacer porque ese no era el motivo del motín. Ahí fue que me di cuenta que tenía un enemigo en la cárcel y empezaron mis problemas con La Sombra”, aseveró quien fue líder de una organización enemiga de Los Ñeta que fue bautizada como el grupo Los 27 y la cual fue cofundada por José Ayala Ortiz, conocido como Manota.

El nacimiento de Papo, el carnicero

Según Papo, la rivalidad entre las gangas se trasladó luego al presidio de Oso Blanco, en Río Piedras, donde la consigna era “sangre y fuego”, desatándose una guerra sin control en la que hubo un sinfín de ejecuciones perpetradas por los prisioneros.

“Uno olía a sangre. Esa era la comida del día”, destacó al indicar que tras las muertes de La Sombra y Manota -ambos asesinados en prisión- la violencia se regeneró desenfrenadamente.

“Y el sistema lo que hizo fue echarnos a pelear, a matarnos. Ellos pensaban que así se quedaría un solo bando. Y eso fue peor. La guerra se regó por todas las cárceles. Hubo muchos muertos. Y, ¿cómo uno sale de esa situación de muerte?”, manifiesta quien dice haber generado un odio del que no se podía liberar.

“Esa etapa de los 70 hasta finales de los 80 destruyó a muchos… Entramos criminales y salimos sicópatas… Ahí fue que me convertí en ‘Papo, el carnicero’”, agrega para dar transición a la segunda etapa de su experiencia carcelaria: la más bárbara de todas.

Y es que, según el confinado, su depravación como asesino se exacerbó justo en el momento en el que se le dio la oportunidad de salir en libertad condicionada por la Junta de Libertad Bajo Palabra (JLBP) en el 1982. En su caso, no hubo interés de rehabilitación. Al contrario, acumuló todo el coraje que habitaba en su cuerpo para dar paso a un monstruo.

¿Por qué Papo, el carnicero? , le preguntamos.

“No tenía carnicería de vender res… Era Papo, el carnicero porque quise darle un sello diferente a lo que es una bala. Papo, el carnicero empezó a picar (a sus víctimas). Usaba un hacha de bombero, un cabo de hierro y una sierra también. Y para mí el enemigo era un animal más, no era un ser humano. Y si ellos me cogían a mí me iban a torturar, me iban a despedazar. Eso era el gusto que sentía el asesino en esos tiempos. Así que tomé la delantera y me bautizaron”, explicó cándidamente quien dijo “perder la cuenta” de la cantidad de víctimas que asesinó.

(JORGE A RAMIREZ PORTELA / JORGE.RAMIREZ@GFRMEDIA.COM)

En control de sus monstruos

Y así transcurrieron dos años en el que Papo pasaba día y noche “con las manos ensangrentadas”. No había mesura. Su fin era sólo uno: devorar de la forma más vil a sus enemigos.

Pero, nuevamente, cayó en la cárcel. En esta ocasión le echaron 60 años de confinamiento por estar involucrado en los crímenes de dos personas en un operativo en el que se ocuparon 800 kilos de cocaína en la Isla.

Las guerras entre bandos continuaban y Papo -clasificado como uno de los reos más peligrosos del país y con el mote de “carnicero”- fue trasladado a diversas cárceles bajo estrictas medidas de seguridad.

Aún así, conservaba su liderato entre el grupo Los 27, aunque admite que eran “Los Ñeta” los que tenían el control general en muchas instituciones, incluyendo el famoso “Monstruo Verde”, en Ponce.

Dice que tras librar varias batallas carcelarias -alega que “sobrevivir a ellas es ganar”- poco a poco se fue drenando del ambiente violento “pues al final estábamos haciendo lo que el sistema quería: matarnos. Y en ese proceso, nuestras familias sufrían mucho también”.

“Para ese momento también estaba el caso Morales Feliciano y eso, entre otras cosas, provocó que nos reuniéramos con varios administradores de Corrección y se estableció que los presos paráramos la corrida de sangre que había en las cárceles. Ahí es que surge la frase “divide y vencerás”. Cuando nos dividieron por cárceles, unos bandos a un lado y otros a otros volvió la paz a las cárceles. Y así ha sido hasta hoy. Lo que no logró el sistema, lo hicimos nosotros para poder sobrevivir”, dice al afirmar que ese acuerdo de paz ha sido su mejor aportación como ser humano.

Pero no escarmentó. Papo -quien ya había protagonizado una fuga en el 1979-, volvió a escaparse de la cárcel en el 1990. Y aunque se entregó poco tiempo después, reconoce que fue una decisión errada.

Aún así, tuvo una nueva oportunidad de salir a libre comunidad bajo la JLBP en el 2004. Pero otro traspié al no cumplir con las restricciones de la libertad condicionada, lo privaron de estar en la calle y regresó a estar tras barrotes, donde permanece hasta el momento.

“Papo, el carnicero, no existe... yo lo maté”

Estos últimos años le han servido de reflexión. Dice estar arrepentido de la vida delictiva que le ha costado pasar 43 años en la cárcel. Su rehabilitación, insiste, no se la dio el sistema correccional. Es un asunto de autocontrol y fuerza de voluntad.

“La rehabilitación es una cosa que uno tiene que ponerse el espejo de frente y hablarse a uno mismo. Y, sí, enfogonarse con uno mismo. Y decir, ¿qué tú quieres? ¿Quieres morirte aquí o quieres morir en la calle de viejo y felicidad? Pero tienes que despojarte de lo que enferma: en mi caso, el billete fácil y todos esos demonios”, reflexiona quien, actualmente, cumple condena en custodia mínima en la cárcel principal de Ponce.

Lamenta ser conocido como “Papo, el carnicero”. Realmente detesta el apodo que una vez le dio grandeza entre los sicarios y respeto ante sus enemigos. “Pero tengo que bregar con eso, porque admito culpabilidad y me lo gané”, expresa.

Papo insiste en pedir perdón al país y a toda la gente que hizo sufrir con sus crímenes, pero él sabe que esa clemencia es difícil de conseguir.

“Al pueblo de Puerto Rico y a los familiares de las víctimas quiero pedirles disculpa… muchos no me aceptarán por temor o porque no puedo revivirles sus víctimas o el daño que les he hecho. Pero lo siento de verdad. Papo, el carnicero no existe. Eso se acabó. ¿Quién lo asesinó? Yo lo maté”, manifestó quien tiene una hija y dos nietos a los que ha visto muy poco.

Tras su última revocación, la JLBP sancionó a Papo prohibiéndole solicitar el beneficio durante 10 años que se cumplieron en el 2015.

Ahora, según asegura, cabe la posibilidad de retornar a la libre comunidad a través de un Programa de Desvío del Departamento de Corrección y Rehabilitación o de la misma Junta. Si la petición es negada, tendrá que esperar a completar su sentencia -que restando las bonificaciones provistas por ley en el sistema correccional- se cumplirían en ocho años cuando tenga 71 años de edad.

Pero esta vez tiene un plan diferente. Quiere retornar a aquella época en los 60 en la que correteaba descalzo en su barrio en Fajardo y en el que añoraba ver pasar sus días a bordo de una lancha con una caña de pescar en la mano.

“Tengo esa meta. Quiero salir de aquí. Ya no quiero ser una leyenda, quiero que esa parte de mi vida muera. Ya curé la rabia. Ahora quiero ser otra persona y volver a donde dejé a aquel Clemente que era inteligente y capaz”, expresó quien dice tener el respaldo de amistades de la niñez para el proceso de reinserción en sociedad.