Hoy, cuando muchos aquí celebran en familia, entre amigos o bajo el techo de un refugio seguro el Día de Acción de Gracias, don Edwin Figueroa pasará las horas en soledad.

Estará, allí -donde siempre-, en algún banquito de la plaza Rafael Cordero o en el parque de la Hoare en Santurce.

Nadie lo acompañará, como siempre. Sólo los recuerdos de los momentos hogareños que disfrutó hace muchos años cuando su mamá estaba viva y procuraba festejar el inicio de la Navidad juntando a toda la familia en su casa en Maunabo.

“Un día como mañana (hoy), mamá nos reunía a todos para comer pavo y dar gracias a Dios. Pero ella murió y todo cambió”, relata el hombre de 53 años, quien hace unos meses se sumó a la cifra de personas sin hogar.

Don Edwin tiene reservas para explicar las razones que lo llevaron a deambular por las calles en Santurce; se limita a decir que tras el fallecimiento de su mamá -un Día de Madres (la fecha no la tiene clara en su memoria- su vida se trastocó.

“Es fuerte porque nunca imaginé que estaría viviendo como un huérfano. No tengo dónde vivir, no tengo ropa, soy pobre…pero estoy vivo. Y, mira, por lo menos hoy pude comer pavo aquí con la gente de la Fondita de Jesús”, expresó en alusión al tradicional almuerzo de Thanksgiving que efectúa el hogar.

Como muchos indigentes, don Edwin visita con frecuencia el lugar para asearse y alimentarse.

Allí también le dieron una frisa que guarda con recelo en una bolsa pues es su cobija en las noches frías y húmedas.

Otros que llegaron hasta La Fondita de Jesús fueron Angélica Nieves y Raymundo Rivera, unos exdeambulantes que gracias al apoyo recibido por la organización sin fines de lucro, lograron reinsertarse en sociedad y conseguir una vivienda.

“La Fondita de Jesús ha sido para nosotros como una casa. Una casa de apoyo, de amor y de acogida. No sé cómo decirlo, pero para nosotros es una bendición”, dijo Raymundo, de 71 años, quien actualmente vive en una égida donde se siente “inmensamente feliz”.

Angélica, por su parte, agradeció tener un hogar estable en el caserío Manuel A. Pérez en San Juan, donde llegó después de haber vivido a la intemperie, en las zonas urbanas en Río Piedras, por ocho meses.

“Ahora, hasta un amiguito tengo…mañana voy para casa de su mamá a pasar el día de Acción de Gracias”, contó animada.