Un olor nauseabundo, así como agua estancada, muebles patas pa’ arriba, enseres eléctricos y piezas de cartón prensado o madera apiladas fuera de las casas.

Era el mismo escenario en calles de Loíza, Santurce y Hato Rey tres días después de las intensas lluvias provocadas por una onda tropical. Los estragos seguían como una herida abierta.

Para la familia de Raúl González, de unas 14 personas entre hijos, yernos, nueras y nietos, la situación era tétrica ya que no tienen a dónde regresar. Era la única familia que ayer todavía estaba acuartelada en el Coliseo Roberto Clemente durmiendo en catres y con ropa que les donaron.

La familia estaba repartida en tres casas pegaditas una a la otra y al Caño San Martín, en la calle Bellevue en Villa Palmeras. Todavía el lugar estaba inaccesible ayer, contaron.

Varias agencias se habían movilizado para auxiliarlos y se espera que en los próximos días los ayudarían a mudarse, seguramente al residencia Llorens Torres.

“Cuando me levanté vi el chorro de agua entrando... no se podía salir pa’ afuera porque el golpe de agua de la calle se metió pa’ dentro del callejón. No tuvimos break de salir pa’ ningún lado, ni de recoger nada”, contó Raúl llorando.

“Eso ahí no es habitable... es un peligro... Aquello parecía como una cascada por el techo de la casa. Yo me asusté. Fue una cosa enorme”, agregó.

Raúl es además el abuelo de las gemelas que nacieron antes de tiempo en el albergue.

Su hija Jessenia González seguía ayer en recuperación en el Hospital Municipal esperando que sus nenas se fortalezcan.

“Gracias a Dios está bien, estable. Las nenas están ganando peso... No es fácil, pero las están ayudando”, dijo su hermana Luz, quien a su vez también tiene un bebé de un año y otro de dos, quienes se enfermaron en estos días.

“El agua me llegó a mí hasta cuatro pies y no podía salir... Yo no quiero volver a vivir esa pesadilla más nunca”, relató.

Primera Hora acudió al lugar de donde el jueves rescataron a los González en un bote y, en efecto, pudimos atestiguar que la única alcantarilla al final de la calle seguía tapada y varios vecinos usan un estrecho e inestable cuartón de madera para poder entrar a sus casas porque permanecen rodeados por agua.

Raquel Adrover y su hijo Samuel Pérez Adrover, vecinos de los González, contaron que tras el paso de la tormenta Irene en el 2011 la Administración Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) los ayudó cuando pasaron por la misma experiencia traumática.

“La nevera que compré, los gabinetes, se volvió a dañar todo otra vez”, expresó Raquel, quien todavía tiene sus pertenencias trepadas en cajas de leche y perdió varios mattresses y un juego de cuarto, entre otras cosas.

Además, la mujer es asmática y tiene una prótesis de metal dentro de su pierna izquierda, por lo que se le hizo más difícil aún poder resolver mientras el agua como una intrusa también se metía en su casa.

En los techos todavía había gotitas de humedad, y una de las cosas que más le preocupan son las cucarachas y los alacranes que salen.

“Esto no se hubiera metido de esta manera si vinieran a darle seguimiento a los alcantarillados, están llenos de tierra”, aseguró su hijo Samuel, quien dijo que su familia no se puede mudar porque no tienen los recursos.

Al frente de ella vive María Silva Ponce, su esposo Juan Arriaga y su hija de educación especial Damaris.

“Antes, esto pasaba de vez en cuando, era casual. Ahora pasa todos los años, la casa completa se nos llena de agua, lo poco que tenemos se nos daña. Ya yo estoy agotada”, manifestó María al tiempo en que lamentaba que tampoco tiene cómo mudarse.

“arrolla’os” en Loíza

En una estrecha y zigzagueante calle del sector Villa Batata en la comunidad Las Carreras de Loíza no hay alcantarillas.

Los vecinos aseguran que el Municipio construyó varios desagües en la calle de atrás de ellos -donde nunca se inunda- y para cuando les tocaba el turno a ellos, les dijeron que ya los fondos se habían acabado.

Angélica Ortiz y Ada Oritz, quienes viven a pasos de distancia aunque no son familia, prácticamente están secuestradas en sus hogares, que siguen inundados en sus alrededores. Se valen de bloques que apenas sobresalen del agua estancada para poder salir.

En el caso de Ada, su preocupación mayor es con sus hijos de 12 y nueve años, para quienes es más difícil el acceso y son “mas dulces” a las picadas de los mosquitos que los asedian.

“Dicen que van a venir y que van a arreglar lo de las alcantarillas, pero no han hecho nada. Dependemos de que nos presten una bomba para sacar el agua y ponerla nosotros mismos”, contó Ada.

Actos de generosidad

En San Juan, las personas llegaban ayer consistentemente al Coliseo Roberto Clemente, donde se habilitó un centro de acopio de artículos de primera necesidad para los damnificados, pero todavía estaban cortos de agua, comida enlatada y pañales para adultos, dijo Alba Bermúdez.

El centro seguirá recibiendo ayuda hasta mañana, martes.

En una esquinita del lugar trabajaba laboriosa Noemí Sánchez, del Ministerio Entrando por la Puerta Estrecha, de Yabucoa. La congregación entregó más de 20 cajas de ropa, gracias a que siempre están recogiendo para momentos de necesidad.

Asimismo, desde el viernes 122 voluntarios trabajaron sin descanso junto a la Cruz Roja Americana, para quienes han distribuido sobre 150 estuches de primera necesidad y artículos de limpieza y han atendido a 32 familias en refugios.

“Estamos muy agradecidos por el compromiso demostrado por los voluntarios, quienes han estado presente desde el primer día de este operativo”, expresó Lee Vanessa Feliciano, directora ejecutivadel capítulo de Puerto Rico de la Cruz Roja.