Naguabo. De sus 75 años de edad, don Andrés Ares Pérez lleva 74 viviendo en una finca a orillas de lo que ahora conocemos como el expreso PR-53 en Naguabo. Allí, en paz, con sus perros, gallos y gallinas, los días transcurrían en relativa calma. 

Hasta que el 20 de septiembre de 2017, su vida cambió por completo. Lo que había sido por más de siete décadas su hogar, aquella casita típica de madera y zinc que se alzaba sobre postes de madera y contaba con ventanales que abrían de par en par, se redujo a escombros.

“Cuando vino María, la casa quedó ‘esguesada’, toda en el piso. No se fue porque la tenía amarrada con los cables esos de la luz. Pero con todo y con eso me los partió. Cuando vi eso, a cualquiera le da ganas de llorar porque tú sabes lo que es tener una casa y no tener cómo volver a construirla”, relató el septuagenario.

Tras encontrarse con los pedazos de una vida esparcidos en el mismo suelo donde sus padres alguna vez laboraron en la caña, don Andrés trató de pensar en alguna solución que le devolviera la paz y que a su vez le permitiese “dejar de molestar” a su hermana que le había dado albergue.

“Venía de casa de mi hermana a las 6:00 de la mañana y me sentaba debajo de ese palo de tamarindo a contemplar mi casita y a contemplar aquellas casas de allá arriba. Yo decía: ‘la mía se fue y aquellas no se cayeron’”, meditaba el hombre, a quien la necesidad le llevó a tratar de hacer algo por su vida.

“Un día cogí mi carro, que es una bicicleta, y como a las 11:00 de la noche me vine para acá y me fui a un ranchito que yo tenía donde castaba gallos de pelea. Ese ranchito se quedó, porque era bajito y estaba bien construido; solo se le fueron dos planchas. Entonces, le puse las dos planchas de zinc y me quedé ahí”, contó Ares Pérez.

Ese “ranchito” era un lugar inhabitable que lo dejaba expuesto a la lluvia, al sol, a los animales e insectos, pero allí pasó los días… esperando.  

“Un día cae tremendo chubasco y tuve que levantarme porque toda el agua me caía encima. Tuve que coger una hamaca y me acosté encima. Después le puse más planchas del zinc para no mojarme”, relató Ares, quien reconocía que esa no era una vida digna.

“No pensaba quedarme ahí, tenía que hacerlo porque no había otra opción”.

Fue entonces cuando Ares Pérez alzó su voz al cielo en busca de  ayuda celestial porque ya las fuerzas lo abandonaban y con ellas se desvanecía la esperanza de tener un techo seguro. 

“Ya iban como dos meses y medio y me pongo a hablar con el Señor y le digo: ‘Señor, necesito en algo yo poder vivir, porque no puedo estar toda mi vida viviendo como dicen las escrituras, como Nabucodonosor, debajo de un árbol. Algo tengo que hacer’. Entonces, me pone en la mente ir a buscar un amigo para que me viniera a marcar una zapata. Me dijeron que por qué no construía en postes y le dije que no quería saber de madera. No importa el tiempo que coja, pero voy a construir de otra forma”, contó el envejeciente.

Es en ese momento cuando decide poner manos a la obra y comienza a construir la zapata de lo que se convertiría algún día en una residencia de 20x20 en cemento. A su avanzada edad, don Andrés no titubeó en tomar pico y pala y comenzar.

“Como no puedo aguantar sol, de las 3:00 p.m. en adelante me ponía un sombrero y empezaba a meter picota y pala. Me acostaba a las 7:00 de la noche cansao. Esmayao no, porque tengo comida. Así hice la zapata, yo solito ahí”, dijo orgulloso.

Pero dicen que Dios siempre llega a tiempo y el Día de Navidad llegó un desconocido, que terminó siendo como un ángel para don Andrés.

“Un día estoy sentado y veo a este hombre. Yo lo vi con esa barba y pensé: ‘ese es familia de Bin Laden’ (dijo riendo). Él llega con una lamparita y dos botellitas de agua y ahí seguimos conversando y me dice: ‘te vamos a ayudar’. Me dieron hasta ganas de reír porque hasta que yo no lo vea no lo creo. Pero a las dos semanas apareció con el papá con una cinta. Ya yo tenía la zapata hecha y el papá me dijo que ellos iban a hacer todo el trabajo”, rememoró.

Ese ciudadano era Rafael Vázquez, un comerciante que se acordó de que tiempo atrás, en esa zona había visto una casita en madera y una persona en el área, donde después del huracán solo podía divisar escombros.

“Yo estaba bajando de mi trabajo y me había dado curiosidad porque siempre había visto aquí una casita de madera, típica de los tiempos de antes, y vi que esa casita ya no existía. Entonces tenía unas ayudas en el baúl, bajé unas aguas y unas bombillas solares y ese día me lo encontré sentadito en una silla, debajo de este árbol de tamarindo. Él (Andrés) me contó que se le había ido la estructura donde él vivía y que estaba viviendo, básicamente, debajo de los escombros de su propiedad que él había amarrado en una esquinita”, recordó Vázquez.

Tras esa conversación, ese mismo día Rafael posteó en sus redes sociales la realidad de vida de don Andrés y las ayudas no se hicieron esperar.

La iniciativa, que comenzó como una gestión de solidaridad individual, terminó siendo todo un movimiento social que se formó para darle una calidad de vida a un ser humano que ya estaba perdiendo las esperanzas. 

“Ese día saqué unas fotos, las postié en Facebook y no sé si será porque fue el D?ía de Navidad, pero empezaron a llamar y a contactarme por las redes sociales. Me empezaron a enviar dinero. Había personas que querían ayudar y yo los enviaba a la ferretería del pueblo. Yo estaba aquí con él y de momento llegaba un camión con 200 bloques, otro con 150. Fue algo espontáneo, yo pensé que no podía hacer mucho, pero me equivoqué porque pudimos lograr algo espectacular para don Andrés, quien tiene un techo seguro hoy en día”, dijo sumamente emocionado el comerciante.  

A pesar de que fue una iniciativa suya, Rafael reconoce que sin la ayuda del pueblo nada de lo que hoy día han conseguido hubiese sido posible.

“Yo regué la voz, definitivamente, pero tuve muchas personas que incluso me enviaban (dinero) por ATH Móvil. Una compañía en Ceiba, Pro Mix Cement, se conmovió bastante con la situación y nos donaron todo el cemento del piso y del techo. El Club Rotario de Humacao nos donó las puertas y ventanas. Así hemos logrado lo que pueden ver: un techo seguro para don Andrés, quien por su edad avanzada y por sus limitaciones económicas no lo hubiese podido hacer”, aseguró el voluntario.

Don Andrés no se quedó esperando la ayuda, sino que también colaboró económicamente con lo poco que recibe de Seguro Social, así como con sus propias manos, ya que estuvo trabajando con Rafael y con su padre, Israel Vázquez, quien fue fundamental en la construcción de la residencia.

“Yo fui el primero en ayudar. Con lo poquito que me dan del Seguro Social y $45 que me había dado un pastor de Carolina, que es de aquí de Florida, fui y compré 150 bloques. Después éste siguió como la Cruz Roja (ríe a carcajadas), pidiéndole a la gente, y la gente siguió  donando. Gracias a Dios se hizo la casita”, explicó contento Andrés. 

Otro voluntario que colaboró con esta misión fue Orlando González, un líder comunitario del barrio Florida.

“Me hacen la historia de cómo habían encontrado a don Andrés y esa misma noche comencé a hacer varias llamadas. Gracias a Dios hemos conseguido esos recursos que han sido elementos importantes para que esto se acelerara. Se logró, aun nosotros pasando por las situaciones personales por la emergencia. Gracias a Dios, al pico de la temporada de huracanes, don Andrés tiene su casita segura”, expresó González, quien es dueño de un bar en Naguabo, pero tuvo que detener su negocio por las situaciones que trajo consigo María.

Ahora don Andrés se muestra agradecido y satisfecho con su casita, pero este dúo de voluntarios no sienten que han culminado su misión allí, ya que quieren que el septuagenario pueda disfrutar de algo que nunca ha tenido: energía en su hogar.

Por ello, hacen gestiones para instalar placas solares en la residencia y solicitan de la ayuda y buen corazón del pueblo para que se haga la luz en casa de don Andrés.

“Ya estamos en la segunda fase donde queremos traer luz a esta casa. El detalle de traer energía eléctrica es difícil, porque estamos en una finca privada y habría que poner un montón de postes, por lo que sería cuesta arriba. Así que lo ideal aquí sería traer placas solares y en eso nos estamos enfocando”, dijo González.

A un año del paso del poderoso huracán María, don Andrés está agradecido, pero no puede evitar lamentarse que otras personas no tengan la bendición de tener un techo seguro. 

“Sabes lo que es tener tu casa y que después, sin dinero, no tengas cómo construir. Hay gente a la que todavía no han ayudado por la sencilla razón de los documentos. Es triste eso”, dijo el hombre, quien se preocupa por el prójimo como una vez otros se preocuparon por él.