En los carnavales, todo es válido.

Esa es la premisa máxima de la que surgen estas alegres celebraciones alrededor del mundo y el Carnaval Mabó de Guaynabo no fue la excepción.

Personas de todas las edades participaron del cierre celebrado ayer, la mayoría con vestuarios de fantasía en los que predominaban el brillo, las máscaras y las plumas.

“Esto empezó con un grupo de personas nacidos y criados aquí en Guaynabo, la familia Albizu. Ellos comenzaron este carnaval y formalizaron lo que se llamó la festividad Mabó”, dijo el alcalde Héctor O' Neill.

Precisamente, bajo una gran máscara gigantesca de payaso y a pesar del intenso calor, se mantuvo estoico el Rey Momo, el personaje principal que no puede faltar en una fiesta como esta. Fue uno de los primeros en desfilar por la brea caliente saludando. Su identidad sólo se reveló al final del desfile de carrozas. Este año, ese “cargo”, al que se le considera un honor, recayó en el ex baloncelista Mario “Quijote” Morales.

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Tras él fueron muchas las comparsas que afirmaban la identidad puertorriqueña en Guaynabo City.

“Este municipio siempre ha sido de raíces tradicionales, siempre unas tradiciones extraordinarias. Es una combinación de pueblo, de campo, de personas nacidas y criadas aquí en Guaynabo, que se unen para celebrar esas tradiciones y recordar esos antepasados”, dijo el ejecutivo municipal.

Estribillos como “yo soy boricua pa' que tú lo sepas”, se repitieron en varias ocasiones, aunque principalmente al ritmo de batucadas.

Una de las mejores actuaciones fue la de la Escuela de Bellas Artes de Carolina, cuyo cuerpo de baile arrancó con un pegajoso número que hizo que los asistentes siguieran la clave con las manos al ritmo de panderos de plena. Luego siguieron con una versión del tema “Cumbanchero” en la voz de Ismael “Maelo” Rivera. A su salida, el público los aplaudió efusivamente.

“La gente de aquí no regala aplausos, pero es que estuvo bien bueno”, comentó Griselle Ramos, de 36 años, quien dijo que ama este festival al que acude todos los años y hasta desfiló cuando estaba en quinto grado, como embajadora del municipio.

Ahora junto a su esposo, lleva a sus tres hijos porque entiende que es un “evento cultural de una gran tradición y es muy sano y muy familiar”.

“Para nosotros es como las navidades. No se puede dejar de celebrar”, afirmó.

Bailes alusivos a África, canciones de Lady Gaga al ritmo de marcha, mujeres de la tercera edad vestidas como las jíbaras de antaño que se remenearon al ritmo de Pitbull, chicas con botas y abanicos orientales, jóvenes vestidas como bailadoras de flamenco pero con una falda cortitita, varios grupos militares, carrozas con bachata a todo volumen... Hasta un joven con una bandera de arco iris que se identificó como de la Comunidad de Colores al Futuro que desfiló solito y frente al jurado pidió que le pusieran música para poder bailar. Todo se vale.

En horas de la noche se tenía prevista la ceremonia del entierro de la sardina, un acto simbólico en el que se prende fuego o se entierran los problemas y las cosas malas que sucedieron el año anterior para luego dar paso al recogimiento de la Cuaresma.

En su carácter personal, O'Neill dijo no hay nada que enterrar.