Nació en 1936 en el histórico barrio  Trastalleres en Santurce. Uno de los más pequeños de nueve hermanos, hijo de un maquinista de tren y una ama de casa, supo lo que era ir a la Central High descalzo y con los pantalones rotos, o pasar las tardes haciéndole maldades a los vecinos, trepándose en palos de mangó o hirviendo panas en una lata de manteca junto con cinco centavos de bacalao para alimentar a la familia.

La vida ha dado muchas vueltas –la guerra de Corea, estudios como administrador comercial, publicista, jefe de agencias e incluso candidato por el Partido Popular Democrático a la alcaldía de Guaynabo en el año 2000-, pero esa infancia dura es el motor que lleva a José L. Cases Rodríguez, de 80 años de edad, a no detenerse en su afán de ser más, aprender más. Demostrar que puede y lo va a lograr.

Precisamente venir de abajo fue lo que lo llevó a estudiar leyes en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico, rtecinto de Río Piedras, mucho tiempo después de retirarse de trabajos en el gobierno y en la empresa privada. 

“En una clase estábamos hablando de la trata humana y yo les conté de la pobreza de mi infancia, de la primera vez que me comí un hot-dog. Tenía como nueve años, llevaba un pantalón corto y, por supuesto, estaba descalzo. No podía entrar al parque Sixto Escobar porque no tenía dinero así que me trepé en un palo para ver el juego en lo que daba la séptima entrada y dejaban entrar a todo el mundo. Desde el árbol, vi a un americano comprar un hot-dog, masticarlo y tirarlo al suelo. Entonces yo me bajé rapidito, como un mono, a coger el hot-dog antes de que alguien me lo quitara. Fue lo más exquisito que comí en mi vida. Todo el mundo empezó a reírse en el salón y les dije: ‘si ustedes se ríen ahora, yo no me reí en aquel momento’”, dice con los ojos humedecidos. 

La humildad que aprendió de sus padres y maestros – a veces a azotes con un cable eléctrico para que “cogiera vergüenza”- lo formaron para ser un hombre respetuoso, empático y cariñoso. 

“Tuve una compañera aquí en la universidad bien pobre; se levantaba a las cuatro de la mañana, dejaba a los nenes con la mamá y se iba a trabajar a un restaurante. Cuando llegaba en guagua, corriendo a coger clases, la recibía con un abrazo y me decía, ‘don Georgie, no, que se le va a pegar la grasa y el olor a manteca’… nunca dejé de abrazarla”, recuerda.

A Cases Rodríguez pocas cosas lo sacan de quicio, excepto las injusticias o lo que percibe como insultos a su persona, cuando “se me sale lo de Trastalleres”, confiesa. 

Los recuerdos lo persiguen y le dan fuerza. Y sigue adelante.

La “rareza” de un estudiante mayor

Cases Rodríguez confiesa que ha sentido un cierto nivel de rechazo por parte de otros estudiantes y entiende que es por su edad. “Hay cierta discriminación, particularmente de estudiantes. No se puede decir que estudio en grupo; siempre estoy así, como me ves, solo en una mesa”. Sencillamente lo acepta y sigue su reto educativo, con sus carpetas, libretas y al modo “antiguo”, sin tecnología pero con un orden meticuloso.

“Me hacen sentir la diferencia, pero eso ya lo aprendí hace rato. Tal vez por el orgullo que uno tiene que llevar, no discuto. Pero el discrimen existe en todos lados”, asegura. 

El choque intelectual entre sus compañeros es evidente. “Muchos vienen de familias con bufetes pero yo no. Las ideas mías son completamente distintas”, acepta Cases Rodríguez. “Dios se ha portado demasiado bien conmigo, me ha permitido hacer cosas y llegar a posiciones y sólo pienso en cómo Dios me puede dar salud y hacer trabajo pro bono a todas las personas que necesiten un abogado y no puedan pagarle. Hay muchas personas muy, muy humildes que han cometido ningún delito y están presos porque no han tenido la ventaja de que un abogado los defienda. Yo entiendo que, al yo hacerlo, le estoy devolviendo a Dios parte de lo que me ha dado a mí”, manifiesta.

El veterano estudiante comentó que lo que  más le gusta es ayudar a otros para que la gente pueda progresar. “Mientras esté en salud, lo quiero hacer. Esa es mi meta”, destaca. 

¿Qué mensaje le daría a una persona después de cierta edad que quiera volver a estudiar?

 “Siempre van a encontrarse en su núcleo familiar con un hijo o hija que va a preguntarle por qué razón, a estas alturas, van a estudiar. Pero hay muchos intereses detrás de eso: ese envejeciente es el que me cuida al niño mientras hago otras cosas. ¡No puede ser así!”, insiste. “Hay personas de 70 años o más que llegan aquí y están a punto de graduarse con un bachillerato. Las hay y siempre se van a encontrar con escollos, pero tienen que tener esa fuerza de voluntad de decir: ‘yo quiero hacerlo, yo quiero llegar, quiero ser ejemplo para mis nietos, para mis hijos, de que nunca es tarde para aprender’”, concluye.