A media tarde de ayer todavía me sentía con el ojo cuadrado con el detalle de cómo un grupo al interior del PPD organizó la forma de evadir la ley a la hora de levantar dinero durante la campaña del 2012.

No es que sea ingenua, sino que escuchar la lógica detrás del esquema y cómo se fraguó, siempre será impactante. Además, Jaime Perelló, luego de pataletear tres días, acababa de renunciar a la presidencia de la Cámara de Representantes. 

Decretaron  un receso y yo necesitaba urgentemente un café. Subí a la minitiendita en el séptimo piso del edificio federal y de pronto, tras de mí, estaba el protagonista de esta historia, Anaudi, en carne y hueso. Más bajito de lo que imaginaba, ojeroso. No había ningún otro periodista alrededor. 

Luego de tener lista mi porción de café, me moví a un lado para mirarlo más, disimuladamente. Era su primera vez frente a la máquina y se perdió. Le indiqué dónde tenía que colocar el billete. Y de pronto no me resistí, le pregunté cómo iban esos nervios. Su respuesta fue un ¡ttzzz! y una serie de muecas que decían todo y no decían nada, hasta que apuró el vaso de cartón para sorber su café. 

Rápido, el lugar se abarrotó. Me tuve que mover de allí. Minutos después, no es que lo estuviera calculando necesariamente, pero mi instinto no me falló. Cuando caminé al ascensor allí estaba custodiado por un agente que hablaba por teléfono. No lo pensé y entré. Anaudi como todo un caballero puso la mano sobre la puerta  para que no se cerrara. Una vez comenzamos a bajar con el corazón latiéndome a mil pensé: ‘es ahora o nunca’ y creo que me tembló la voz cuando le pregunté: “¿ya vio que Jaime renunció a la presidencia?”. Me miró y se dominó de inmediato para entonces levantar ambos hombros y me dijo: “pues como estoy siempre en casa, no, no sé”. El agente no había colgado y me miró  cruza’o . Entonces, ese espacio único se rompió. Las puertas del ascensor habían abierto y nuestro encuentro fugaz terminó.