Algunas coincidencias son tan maravillosas que se convierten en milagros.

Por lo menos así lo ve el padre Willie Peña quien gestó la idea de montar la obra musical Los Miserables, basada en la novela del mismo nombre, escrita por el francés Víctor Hugo. La puesta en escena se materializó con la hermosa bendición de que ayer pudo invitar a más de 300 personas sin hogar de todo el país para que disfrutaran de la pieza.

El grupo fue llegando hasta ocupar casi completa la segunda planta del Centro de Bellas Artes en Santurce.

Para lograr que ellos fueran los invitados de honor, el sacerdote tuvo la ayuda de un hombre pensionado que acude a su parroquia Santa Bernardita en Country Club.

El hombre, a quien no se identificó, estaba entusiasmado con la idea de que la pieza teatral finalmente se lograra presentar y decidió regalar los boletos. Sin embargo, no contaba con los recursos a la mano por lo que se lanzó a pedir un préstamo bancario.

“Es un regalo del Día de Reyes. Aquí está el toque de Dios”, afirmó Peña, al tiempo que contó que para lograr obtener las licencias y presentar la obra se tardó siete años.

La misión de Peña era compartir este clásico de la literatura no solo con las personas que viven en una situación de pobreza y discrimen, sino que también la idea era poder transmitir lo que viven esas personas que tienen una latita y recoge dinero en las luces, expresó el cura.

Fue entonces que Peña se confabuló con el doctor José Vargas Vidot, de Iniciativa Comunitaria, quien trabaja con diferentes personas en las calles.

Vargas Vidot estuvo de invitado durante los ensayos y les habló a los voluntarios que trabajan en la obra de cómo es la dura realidad de las personas sin hogar.

Y para el sacerdote esa es otra de las maravillas de esta obra: ninguna de las 82 personas que suben al escenario es actor o actriz profesional y tampoco cobran por su esfuerzo. Para ellos las vivencias que le contó Vargas Vidot les sirvieron de marco para su representación.

“En el prólogo de su obra, Víctor Hugo dice que mientras haya personas sin rostro y sin voz, su obra estaría vigente... y eso es totalmente cierto... ahora a través de la magia del teatro podemos tocar los corazones para que volvamos a ser más sensibles con los otros”, destacó el monseñor.

“El teatro reconoce y empieza a vincularse con la realidad, la contempla y la dramatiza para luego provocar reacciones. En este caso la obra llama a la revolución y aunque en Puerto Rico no vamos a eso, sí puede haber un cambio en la forma en la que interpretamos el éxito, que no es con cosas de lujo, sino... ofrecer perdón y aceptar el perdón, esa es la redención humana que hay en esta pieza”, destacó por su parte, Vargas Vidot.

Y en efecto, Karla Lugo, de 28 años, no tiene casa; reside en el Hogar Crea de las Parcelas Falú en Río Piedras, y una de las escenas, aunque se desarrolla en una calle del París de mediados del siglo 19, le recordó el trato que recibe cada vez que sale a vender bizcochos como parte de su proceso de rehabilitación en el hogar.

“Nosotras usábamos nuestros talentos para lo negativo y ahora estamos cambiando para lo positivo, tratando de recuperar nuestras familias y en esas estamos, pero vemos que en nuestros esfuerzo nos topamos con gente en sus (carros marca) BMW y Lexus que son los primeros que te miran mal, te dicen que no antes de tu hablarles... y aquí se habla de eso, por eso me gustó”, dijo en un intermedio.

Lillian Ortega, de 62 años, también reside en ese Hogar Crea, y lo más que le llamó la atención fueron las situaciones realistas de la pieza.

“Hay partes que dan risa y hay otras partes que son más serias pero aunque es de otra época como que es lo que uno a veces vive”, afirmó.

Para Ángel Pesante, de 54 años, y quien viajó desde el Hogar Luz de Vida en Mayagüez, el mensaje de la obra “es algo que tiene que ver con estos tiempos”.

“Hay mucha gente miserable, quizás con riquezas materiales pero con miseria en su corazón”, indicó. “Y la compasión es algo que tenemos que seguir teniendo”, agregó.

Gabriel Soler, también de Mayagüez, estaba impresionado con su primera experiencia en el teatro, la forma en que la escenografía cambiaba continuamente y se proyectaban imágenes en diferentes áreas del teatro para ubicar la acción.

“Esto es magnífico, es todo bien bonito. Valió la pena venir y ver esto tan profesional, ver cómo cambia y suben y bajan las escenografías en un segundo. Ha sido una gran experiencia”, dijo con una sonrisa.