La información divulgada esta semana de un estudio que sugiere que los taínos no eran los únicos habitantes cuando llegó Cristóbal Colón permitió conocer, al menos para la mayoría, una nueva palabra: coprolito. Si las heces fecales se han fosilizado, así es como se les llama.

Si en las comunidades primitivas no había un sistema para manejar las aguas usadas, pues es lógico que en yacimientos arqueológicos se encuentren, entre otras cosas, excrementos humanos mineralizados.

Aunque pueden pasar desapercibidos al ser confundidos con una piedra cualquiera, los arqueólogos son capaces de identificarlos a simple vista, sobre todo los que conservan su forma porque las condiciones del terreno así lo han permitido a lo largo de cientos de años.

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“Hay que tener un ojo preparado, pero sí, un arqueólogo que sepa puede identificarlo, dependerá de la experiencia”, explicó el antropólogo forense Edwin Crespo, especialista en restos humanos.

Por lo general, lo que se puede apreciar en una excavación arqueológica son unos “grumos que parecen tierra pero embolsaditas”.

En el Caribe no es frecuente que se conserven porque la humedad no lo permite, pero los que fueron objeto de estudio de la microbióloga Jessica Rivera se preservaron por estar en una zona árida de Vieques.

“Obviamente, para que se preserven tienen que haber condiciones ambientales que permita que (el excremento) se seque, que pierda toda el agua. En áreas desérticas es donde más abundan”, indicó Crespo.

Lo primero que se debe determinar al encontrar un coprolito es si es de origen humano o animal. Después de ahí, entonces se busca toda la información que se puede extraer.

“Pueden verse parásitos, se puede determinar la dieta y un especialista en reconstrucción de medioambiente puede identificar semillas. El potencial es amplio”, reiteró.

La arqueóloga Virginia Rivera, quien ha excavado en Vieques, encontró uno que, según calcula, tiene como 700 años.  “Parece como si fuera una roca de coral, como corales que son muy finitos. Es como color arena”, decribió.

Junto con los huesos y los dientes, las heces fecales pueden contar la historia de los primeros pobladores.