Alrededor de 185 personas permanecen refugiadas en el Coliseo Pedrín Zorrilla y entre ellos, hay sentimientos de agotamiento y malestar pero también agradecimiento por tener un lugar donde estar mientras pueden regresar a sus hogares. 

Aunque debido al protocolo establecido por el municipio de San Juan no fue posible entrar al lugar, varios refugiados hablaron acerca de la situación que viven mientras permanecen recibiendo la ayuda que se les ofrece. 

“Desde el martes, el desayuno y el almuerzo es pan y agua. De cena, hay arroz con jamonilla o salchichas”, se quejó Fransuas Cepeda, residente del sector Playita en Santurce. 

La mujer sostuvo que aunque hay varios empleados haciendo una gran labor para ayudar a los refugiados, otros están agotados y no ofrecen el mejor trato. Dijo que para las personas sin hogar a causa del azote de María, los artículos de higiene, pañales y ropa son las necesidades más apremiantes. 

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“Hay muchas necesidades. Nosotros estamos proveyendo todo lo que podemos. Les damos almuerzo, comida, dependiendo de las provisiones. Claro, hay unas exigencias que no se pueden, como aire acondicionado. Que si el desayuno es una cosa y quieren otra. Eso son peticiones bien difíciles”, aseguró José Guillermo Hernández, asesor de la alcaldesa y director del albergue. 

Dijo que el municipio está haciendo “todo lo humanamente posible” para atender de la mejor manera a los refugiados. Mencionó que tanto él como el resto del personal mantienen largos turnos de trabajo porque entienden la magnitud de la situación que vive el país. 

Aseguró que en el albergue hay dos médicos, cuatro enfermeras, ambulancia y medicamentos para ofrecer servicios. 

José Ramírez, residente de Cupey, dijo que entre los empleados “hay mucha gente buena” pero dijo que aunque no es momento de exigir “un desayuno que sea jamón, pan y agua es un poquito fuerte”. 

También dijo que uno de los doctores hizo sentir mal a su esposa cuando fue a preguntar por un medicamento que necesitaba y él le dijo que lo que se estaban atendiendo eran emergencias. 

“Me dijo que llevaba 84 horas trabajando. Le dije que descansara un rato para que atendiera mejor a los demás”, señaló.

Por su parte, Odette Vargas, de Berwind Estates, llegó con sus hijos de 7, 8 y 10 años. Sostuvo que la mayoría del personal “sí ayuda y tiene una buena actitud” pero otros son hostiles. 

“Tú puedes estar pasando por alguna situación pero tienes tu casa. Yo no tengo mi casa. El cuarto de mis hijos fue pérdida total. Yo agarré lo que pude y vine”, relató la mujer. 

Le gustaría que a los refugiados, especialmente a los niños, se les ofreciera al menos una merienda porque el período de espera entre el desayuno y el almuerzo es muy largo.

"Mis hijos, como otros niños, no pueden esperar desde las 8:00 a.m. hasta las  2:00 p.m. sin nada que comer. Necesitan un snack, una galleta, algo de merienda”, comentó.