CANÓVANAS. Daisy Morel Peña, de 54 años, recibió sonriente un fuerte abrazo y un beso de su nieta, una tímida niña de 6 años con una guitarra color crema. 

La abuela le regaló el instrumento musical esta Navidad, un obsequio que sustituye juguetes que la chiquilla perdió con los vientos huracanados que convirtió a los integrantes de esta familia en refugiados. 

“Aquí estamos pasando, mal pasando, no estoy en mi casa, se ríe poco, se habla poco, estoy todos los días con los nervios de punta”, dijo Morel Peña desde el catre en el que duerme con su nieta en el refugio habilitado en la cerrada escuela Eugenio María de Hostos, de Canóvanas.

La niña habla poco, pero según la abuela quiere ser cantante y tiene un gran sueño.

“En todas las fuentes ella pide el mismo deseo, ella quiere ir a París”, dijo la abuela.

A cuatro meses del paso del huracán Irma, cumplidos el pasado Día de Reyes, y a más de 100 días de María, quedan 286 personas con 16 mascotas en 17 refugios ubicados por toda la isla, de unos 1,500 tras María, informó el Gobierno.

La María de Hostos en Canóvanas es el refugio con más personas en la Isla, con 80. 

Allí, en una visita sorpresa de Primera Hora, el sol pegaba duro en la tranquila estructura, en  la que sábanas, pantalones y ropa colgaban de verjas o ventanas de aluminio; niños corrían y buscaban qué hacer y adultos hablaban con pesar o sonreían a medias.

Morel Peña es de las personas que más tiempo lleva en esos espacios porque está allí desde el azote de Irma, el primero de los ciclones.

Reside refugiada con una hija y dos nietas y son del barrio San Isidro en Canóvanas,  como casi todos los entrevistados, que de una forma u otra están gestionando ayudas del gobierno federal o estatal ante la destrucción de sus hogares.   

Las ayudas siguen llegando, pero no como antes, dijo la mujer. Por ejemplo, tienen sus tres comidas, pero ya no reciben meriendas que usualmente ingieren los niños.

Al lado del catre había una mesita con frutas y galletas sobre un mantel navideño. Hablar del tema de pasar la Navidad en un refugio hizo que la mujer tuviera que pausar y se le dificultó hablar. 

“Wow, como mismo me estás viendo ahora, no hay alegría,  no hay nada. A las nenas les puse unas frutitas, a ellas no se les puede decir todo”, contó Morel Peña.

Hay personas de todas las edades en el refugio. 

Con una corbata azul y un gabán que le quedaba grande, Teofilo de Jesús Cabrera, de 82 años, mostraba una identificación que decía “alcalde de la villa” en un documento con sello del Gobierno. 

Explicó que lo llenó a mano el propio gobernador Ricardo Rosselló durante la  visita allí del expresidente de los Estados Unidos, Bill Clinton.

“Estoy esperando que FEMA (Agencia Federal de Manejo de Emergencias) me inspeccione la casa”, dijo el anciano, quien agregó que su familia está en Nueva York y  que le duele la espalda de dormir en el catre. 

El hombre dijo que vivir en un refugio “yo lo describo como atormentante, vivir en el refugio es un desastre, casi igual que el huracán María”.

A poca distancia se encontraban Luis Cruz Montañez y Antonio Morales Solano, dos jóvenes adultos  de 21 años.

“Yo me quedé sin carro, se me inundó; la experiencia ha sido bien drástica.  Sin trabajo no sé vivir, ha sido durísimo, he caído en depresión… el despertarse y encontrarse con otras personas, no estás en tu casa… los catres son bien duros”, contó Cruz Montañez, quien perdió su casa y el empleo en medio de la crisis económica post María, aunque poco a poco ha comenzado a trabajar como guardia de seguridad.

En el caso de Morales Solano, se describe como un “proyecto especial” del Gobierno porque vive solo en el refugio porque su mamá está presa en los Estados Unidos y su padre muerto. 

“Mi experiencia ha sido terrible, este compartir… no estás viviendo en tu hogar, tener tan pocos recursos… esto ha sido bien fuerte, aunque hay momentos buenos en el refugio, compartimos el Pavo (Acción de Gracias), Navidad, Despedida de Año; estamos en el mismo lugar, tenemos el mismo problema”, contó entre inglés y español.

En otra esquina estaba Luis Daniel Negrón Reyes, de 47 años, quien lamentó que no haya policías en el local y recordó que este es el segundo refugio en el que viven porque en el primero hubo hasta protestas para que los sacaran.

“La experiencia de estar aquí es un poco traumática, desesperante, uno no está en su entorno, depende de otras personas para recibir ayuda, el sentido de impotencia”, afirmó.

Por su parte, Luz Hernández Carrión, de 47 años y del barrio Cambalache, quien comentó que se quedó sin empleo como vendedora luego de María, lamentó la poca seguridad y vivir ahora en la escuela donde estudió como niña. 

“Yo estoy aquí… esto es horrible. Esto para mí fue un método de enseñanza. Nunca pensé volver a esta escuela como un refugio”, sostuvo.

Mientras, Yaribel Rivera Santiago, de 36 años, tenía un salón separado para vivir sola en el refuigo con sus siete hijos, de entre 17 y 4 años.

Aseguró que  al llegar allí encontraron excremento de ratón en los baños y equipos escolares abandonados en las esquinas. 

A pesar de tantos hijos, varios todavía muy pequeños, casi no había juguetes en el lugar. La mujer explicó que no tuvo dinero para regalarles nada en Navidad o en Reyes.

“No puedo. Soy madre soltera. Solo tengo cupones”, contó con tristeza.

Al menos, el día de la entrevista la mujer tenía una buena noticia, y mostró un papel en el cual reflejaba las cantidades de ayuda  que FEMA le acababa de asignar.

Ahora podría comenzar a moverse para buscar un lugar donde ir, fuera del refugio.