“La casa no es del pastor, la casa es de Dios. Jesús no dijo vengan a mí los blanquitos, los que no tengan pecado, que yo los voy a hacer descansar. Él dijo todo el que esté cansado y agobiado venga a mí. No hay una partícula en esa invitación que cohíba a nadie de acercarse a él y nosotros los luteranos tomamos eso muy pero muy en serio”, contestó el pastor, de 48 años, mientras el artista del tatuaje, Julio Rivera, dibujaba en su brazo un ave fénix.

Hace cuatro años que López funge como pastor ordenado. Antes de eso vio de cerca la calle y bastó mencionarlo para que Rivera interviniera. 

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El artista dijo que con frecuencia se cuestiona si eso que le apasiona tanto, las agujas y la tinta, caen mal ante la mirada de Dios.

“Le he dicho a Dios que el día que no quiera que esté aquí, me saque. Sería un sacrificio bien fuerte porque es una de las cosas que más amo”, dijo el artista.

El pastor lo miró y le contestó, sereno, que los tatuajes, así como la orientación sexual y otros asuntos, son temas con los que “podemos vivir sin tener que preocuparnos. Nosotros –dijo refiriéndose a la iglesia– nos tenemos que preocupar por atraer al evangelio, por atraer almas a la presencia de Dios”.

La clave está no está en juzgar, sino en servir, subrayó. 

“El ser humano ha sido libertado por cristo pero ¿para qué? ¿Para vivir por la libre? Ha sido liberado para servir al prójimo, para servir, esa es la libertad que tenemos. Si yo margino a una persona, aquel de allá arriba me va a preguntar y yo no voy a poder justificarme”, dijo el predicador.

La máquina seguía sonando y los colores corriendo sobre el brazo del pastor que hablaba del problema de fijar en temas tan “poco trascendentales” como los tatuajes o la orientación sexual, un asunto tan importante como la salvación de las almas. 

“Hay que separar el grano de la paja”, dijo, “y podemos quemar la paja y nada pasó. Ahora, no podemos quemar a un ser humano, no podemos echar al desperdicio una persona que viene a la iglesia”.

Y no lo dice alguien que anduvo caminos fáciles. “Todo eso que he dicho se relaciona con mi vida y con quince años de adicción”, afirmó. 

El residente de Caguas hoy difunde un mensaje de esperanza y de inclusión en las instituciones religiosas y en la sociedad porque fue a través de la Iglesia que logró redirigir su caminos.

A sus quince años, “la calle” se hizo su mejor amiga y el abuso de sustancias controladas lo llevó a una vida de extre mos, de hospitales siquiátricos, de hogares de rehabilitación y de accidentes automovilísticos que casi acaban con su vida y con la de otras personas. Eso duró quince años.

El resto estuvo en gran medida en las manos de su esposa Nancy Torres Rivera que, abrumada por la situación y recién parida, lo llevó a una Iglesia Luterana en Caguas. Entonces López tendría cerca de 31 años.

“Allí nos quedamos aunque los problemas de adicción siguieron, pero ahí estaba, perseverando. Cuando regresé de recuperación le dije a mi esposa que quería ir al seminario”, contó el pastor.

“Cualquiera que tiene un periodo de adversidad en su vida, tiene una fuerza que antes no tenía”, dijo, “como el ave fénix”. Sus tatuajes cuentan su historia.

La Iglesia Evangélica Luterana se ha destacado por su doctrina de no discriminación que hace cerca de diez años los llevó a pronunciar su apertura a personas homosexuales, e incluso ordenan pastores y pastoras con parejas del mismo sexo. “Eso nos costó mucho”, admitió López.

Cada tatuaje en su cuerpo lleva un mensaje especial y con su voz inspira a quienes se acerquen al templo.