FÁTIMA, Portugal - Derribar muros y superar fronteras, concordia entre todos los pueblos del planeta, misericordia, esperanza y paz, para contrarrestar "todas las guerras que destruyen el mundo en que vivimos". Todo esto pidió ayer el Papa en una vibrante plegaria ante la famosa estatua de la Virgen de Fátima, el sitio más sagrado del santuario mariano, donde hoy canonizará a los pastorcitos Francisco y Jacinta Marto.

En una oración que pronunció en portugués, después de rezar de pie, concentrado y emocionado, en un silencio sobrecogedor, ante la imagen, Francisco se describió a sí mismo como un "obispo vestido de blanco". Retomó, así, actualizándolo, el "tercer secreto" de Fátima, que mencionaba a un "obispo vestido de blanco" que "cae a tierra como muerto bajo los disparos de armas de fuego".

"En este lugar, desde el que hace cien años manifestaste a todo el mundo los designios de la misericordia de nuestro Dios, miro tu túnica de luz y, como obispo vestido de blanco, tengo presente a todos aquellos que, vestidos con tu blancura bautismal, quieren vivir en Dios y recitan los misterios de Cristo para obtener la paz", dijo Francisco, que recitó a los pies de la estatua en la denominada Capelinha de las Apariciones.

Después de décadas de misterio, fue el 13 de mayo de 2000, cuando beatificó a los pastorcitos videntes, que Juan Pablo II reveló el "tercer secreto" de Fátima. Relacionó entonces la visión del "obispo vestido de blanco que cae" con el atentado que sufrió el 13 de mayo de 1981 -día de la Virgen de Fátima- en la Plaza de San Pedro, a manos del turco Mehmet Ali Agca.

Luego, sin embargo, tanto el cardenal Angelo Sodano, en ese momento secretario de Estado de la Santa Sede, como el cardenal Joseph Ratzinger, guardián de la ortodoxia católica, explicaron que, más allá del símbolo, esa profecía era más amplia. También se relacionaba -como los dos primeros secretos, revelados en plena Primera Guerra Mundial- con la misericordia y la urgente necesidad de conversión y de paz, ante los horrores del siglo XX.

Francisco, que se definió "obispo vestido de blanco", también amplió hasta la actualidad el mensaje de Fátima. Devoto mariano, le rogó a la "Señora de la blanca túnica" para que mire "los dolores de la familia humana que gime y llora en este valle de lágrimas".

"Fortalece la esperanza de los hijos de Dios", rogó el jefe de la Iglesia Católica. "Con tus manos orantes que elevas al Señor, une a todos en una única familia humana."

Pidió seguir el ejemplo de todos los que se entregan al anuncio del Evangelio, como los beatos Francisco y Jacinta, a los que hoy convertirá en una misa solemne en los primeros niños santos, no mártires.

A los 9 y 7 años ellos fueron testigos, junto a su prima Lucía -monja carmelita que murió en 2005, a los 97 años-, de seis apariciones de la Virgen, una por mes, entre el 13 de mayo y el 13 de octubre de 1917. "Recorreremos, así, todas las rutas, seremos peregrinos de todos los caminos, derribaremos todos los muros y superaremos todas las fronteras, yendo a todas las periferias, para revelar allí la justicia y la paz de Dios", afirmó.

En una jornada nublada y fría, el Papa llegó a la Capilla de las Apariciones en papamóvil, después de arribar en helicóptero al estadio de esta ciudad de 11.000 almas, desde la base aérea de Monte Real, a 40 kilómetros.

Allí aterrizó pasadas las 16 locales procedente de Roma y fue recibido con todos los honores por el presidente de Portugal, Marcelo Duarte Sosa, y mil personas con pancartas de bienvenida.

Cuando llegó a la inmensa explanada del santuario -dos veces más grande que la Plaza San Pedro-, Francisco fue aclamado por la multitud de fieles de todo el mundo presente. "¡Viva el Papa! ¡Francisco, Francisco!", coreaba la gente, emocionada.

"Hoy soy más devota del Papa que de la Virgen: el Papa se va, pero la Virgen se queda", dijo a LA NACION Lina Azevedo, enfermera que peregrinó junto a su hijo desde Oporto. Francisco, que le donó una rosa de oro a "Nuestra Señora", en su plegaria también aludió a "todas las guerras que destruyen el mundo en que vivimos".

Cuando por la noche, una vez más en la Capelinha, presidió el rito de la bendición de las velas -la explanada se volvió un increíble mar de luces-, Francisco exaltó a María, a la que definió una "maestra de vida espiritual, la primera que siguió a Cristo por el camino estrecho de la cruz" y "no una «santita» a la que se acude para conseguir gracias baratas". "Si queremos ser cristianos, tenemos que ser marianos", dijo, después de rezar, una vez más absorto, ante la estatua de la Virgen. En su corona, de 1,2 kilos de oro, 313 perlas y 2679 piedras preciosas, en 1989 se colocó el proyectil extraído del cuerpo de san Juan Pablo II luego del atentado de 1981.

Francisco, que hoy regresará a Roma después de almorzar con obispos portugueses, recordó, por otro lado, que "hay que anteponer la misericordia al juicio y, en cualquier caso, el juicio de Dios siempre se realiza a la luz de la misericordia". Destacó finalmente que "cada vez que vemos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y el cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles, sino de los fuertes".