La reducción en la tasa de natalidad de un país es un tema más preocupante de lo que en un principio se pueda llegar a pensar. No se trata únicamente de la reducción poblacional o de un fenómeno generacional en torno a la maternidad y paternidad.

Se trata más bien de un cambio brusco en la pirámide demográfica, lo cual suele crear un desbalance social en torno a temas fundamentales, como la fuerza laboral, los sistemas de salud, y el crecimiento económico de un país, por mencionar algunos.

Recientemente, se ha empezado a observar algunos de los impactos que dicha disminución de nacimientos ha acarreado en la isla. El cierre de salas de parto y una notable merma en el número de médicos obstetras disponibles para atender a mujeres embarazadas es apenas el comienzo de una larga lista de consecuencias que, a su vez, crean mayores impedimentos a la hora pensar en cómo subsanar la reducción poblacional y/o incentivar nuevos nacimientos.

Se debe también tener en consideración que, a medida que la población envejece, los bienes y servicios que el gobierno ofrece deben de adaptarse a la realidad demográfica, como por ejemplo: acceso a rampas de impedidos en las calles, aceras asfaltadas, hogares para envejecientes en buen estado, ofrecimiento de servicios de cuidado, y mejoras en el transporte público por mencionar algunos, pues si la realidad poblacional cada vez gira más en torno a los adultos de edad avanzada, esta mayoría debería tener acceso a ciudades y pueblos en donde sus necesidades sean una prioridad en vez de una desventaja.

Es importante destacar que Puerto Rico no es el único territorio con este reto. Países como Japón, Singapur y Corea del Sur llevan batallando esta situación por décadas, tomando medidas millonarias para incentivar a sus ciudadanos a tener hijos. Dichos incentivos se basan en la creación de políticas públicas que benefician directamente a las infancias y a los padres, fomentando ambientes menos hostiles para la crianza y el desarrollo, a su vez que se han enfocado en mejorar los bienes y servicios para la creciente población de adultos mayores.

Recordemos que tanto niños como personas de edad avanzada son poblaciones en condición de vulnerabilidad y, por lo tanto, deben estar protegidas y tomadas en consideración dentro del discurso público y político.

Aunque los territorios anteriormente mencionados, aún no han logrado llegar a la meta que trazaron en torno a nuevos nacimientos en sus agendas de gobierno, siguen mejorando las condiciones de vida de la ciudadanía con la esperanza de crear terreno fértil para nuevas generaciones.

Ahora bien, dicho lo anterior debemos preguntarnos cuáles incentivos reales necesitamos exigir cómo sociedad y si este Puerto Rico que estamos construyendo es uno que protege a las infancias, las maternidades y a la población mayor, en vez de vulnerarlos y dejarlos en segundo plano.

A simple vista, pareciera que no. Pues ¿quién quiere y/o puede tener hijos en un país donde cada vez hay menos salas de parto, donde la violencia de género continúa en aumento, donde las leyes de licencia de maternidad y paternidad siguen muy por debajo de lo que realmente corresponde, y la disparidad salarial por género es rampante? Donde no hay suficiente personal de cuidado para asistir a los enfermos y la atención en torno al envejeciente es cada vez más difícil de acceder.

Es innegable que las circunstancias de país por las cuales atravesamos son una razón de peso para que la tasa de natalidad continúe en baja y, desafortunadamente, ya se están observando las consecuencias de este suceso.

Sin embargo, no todo está perdido, pues queda en nuestras manos el derecho a exigir mejores condiciones de vida. No solo para los que ya estamos, sino también para los que llegaron antes que nosotros, para los que se fueron y añoran regresar y para los que puedan llegar, ojalá siempre deseados y condiciones aptas para aterrizar en este planeta.

Esperemos que durante este año de elecciones las agendas de gobierno estén enfocadas en nuevas políticas públicas en pro de la niñez, y de la creación de una sociedad en donde traer nuevas vidas no sea un reto cada vez mayor, sino un aliciente para las generaciones jóvenes; y que quienes tengan la dicha de nacer en esta “Isla del Encanto” puedan crecer en un país mejor, más justo y equitativo para todos.