Estos cuatro años han sido asfixiantes. Desde las elecciones de 2016 se podían anticipar complicaciones. El proceso electoral fue uno de muy baja participación y los principales partidos políticos vieron como Alexandra Lúgaro y Manolo Cidre drenaron dramáticamente su base.

El país venía desde principios de siglo recibiendo golpes, con el colapso del ELA, el modelo económico y desangrados sus recursos por la corrupción. Los alcahuetes preparaban el guiso y los amigos del alma se comían lo mejor del sopón. Entonces llegó la bancarrota, la más grande de toda la nación estadounidense y sus territorios.

Hasta la madre naturaleza parecía estar molesta con nosotros. Nos llegaron Irma y María y, mientras el pueblo se crecía brindando ayudas desde y fuera del 100 por 35, el Gobierno lucía desorientado y sin dirección. Solo los buitres oportunistas tuvieron la capacidad de estructurar rápidos planes para, como sanguijuelas, vivir de la desgracia y el dolor de todo un país.

En medio del desastre surge el escándalo del chat que dejó al descubierto lo peor del ser humano. Desde su mundo de privilegios un pequeño grupo de ineptos y engreídos se burlaban del desvalido, el pobre, la mujer, los periodistas y sus propios colegas. Hasta se dieron patadas en el pecho diciendo que “con esa gente de la montaña” no nos darían la estadidad y que cogían de “pen....s” hasta los suyos. Fue como mentarle la madre al país.

La historia del “Verano de 2019” es conocida. Para algunos un golpe de estado. Para otros el despertar de un pueblo harto de burlas y abusos por más de cuarenta años. El resultado fue la primera renuncia de un gobernador electo en Puerto Rico. Luego vino la mogolla del heredero al trono y hasta en ese proceso las pirañas se mordieron unas a otras.

Al final, prevaleció Wanda Vázquez por orden de sucesión constitucional. Un breve manto de paz y “estabilidad” pareció cubrirnos, hasta que la incumbente decidió aspirar en estas próximas elecciones. Luego llegaron los terremotos en el sur acompañados, por segunda vez, de la improvisación, incompetencia, oportunismo, escándalos y politiquería. Y nos llegó la pandemia, y con ella el colapso aderezado por renuncias y más escándalos.

Y aquí estamos, en plena caída libre con la posibilidad de salirnos de la órbita y terminar perdidos en el espacio. Ya lo dijo el compañero Jay Fonseca en su pasada columna del 22 de julio, “no aprendimos la lección si no que hemos empeorado”. Eso me aterra y me asfixia. Ver que aún en las circunstancias de una limitada campaña política debido al coronavirus los politiqueros se tiran con estiércol, las propuestas para un mejor país son prácticamente nulas, los aspirantes utilizan métodos antiguos de propaganda y le siguen mintiendo al pueblo. Un pueblo que, de no hacer buen uso de su derecho al voto, podría sacar de órbita definitivamente al país.

Y en medio de la vorágine, la misma gente va destruyendo las pocas instituciones de credibilidad, asesinando reputaciones y dándole la espalda al necesitado. Todos criticamos, pero no aportamos soluciones. Como si fuera poco, surge la amenaza de un fenómeno metereológico. El pecado ha sido grande para tan dura penitencia. Siento que se acaban las fuerzas y no puedo respirar.