Nos pasó como a todos. La pandemia nos ha mantenido como familia en un aislamiento preventivo, un distanciamiento social con muy poco contacto y salidas únicamente para lo más esencial. Pero ya la ansiedad y la melancolía comenzó a afectarnos a tal punto que, en tono de broma, a mi esposa se le olvidó caminar en tacos, a mi me intimidaba el tránsito activo y a mi hijo le dio con comer todo lo que había dentro y fuera de la nevera.

Hace unas semanas hicimos unos pequeños ensayos de salidas tomando todas las medidas. Nos sorprendió ver cuánto había adelantado la construcción de los nuevos carriles rápidos entre Caguas y San Juan, los cambios en el verdor y las mágicas imágenes de flores, aves y naturaleza. Tomamos la ruta del sur y nos causó tristeza ver que, en cierta forma, el tiempo está detenido en los municipios epicentros de los temblores. Hicimos algunas paradas cortas para un café, una comida ligera o simplemente observar el ambiente. Había mucho movimiento de vehículos y personas, la mayoría con sus mascarillas, pero debo admitir que esperaba ver más conciencia. En los restaurantes fueron muy estrictos y estructurados en la prevención. Eso nos dio seguridad.

Paseamos por Cabo Rojo y mientras en los locales orientaban y exigían a los consumidores el uso de la mascarilla, eran mucho menos las personas que las utilizaban. Seguimos por Mayagüez, Aguada, Rincón, Aguadilla hasta Isabela. Fue muy decepcionante llegar al área donde ubica la llamada “Cara del Indio”. Tan solo había un carril disponible. El resto de espacio estaba ocupado por motoras, autos, jeeps, four tracks y vehículos todo terreno, muchos de ellos con bocinas que excedían los decibeles que puede tolerar el oído. Prácticamente, nadie mantenía el distanciamiento social y el uso de mascarillas. Así regresamos a casa.

Dos semanas después, nos fuimos a Rincón a celebrar el cumpleaños de mi esposa. Fue una estadía breve en el Rincón of the Seas, donde los protocolos funcionaron a la perfección. Quienes obviaban las medidas, ya fuera en la piscina o en la playa, eran orientados inmediatamente. En las panaderías, supermercados, locales comerciales y áreas de recreación los empresarios y el público mantuvieron la distancia y las debidas precauciones. En Rincón la gente se botó.

Días después, y ante un aumento en los casos de COVID-19, la gobernadora acompañada por el task force de salud, anuncia el regreso a la fase anterior, lo que afecta enormemente los hoteles, restaurantes, casinos y gimnasios, entre otros. O sea, la irresponsabilidad de la minoría acaba de asestar un duro golpe a una mayoría responsable, a empresarios que invirtieron en protocolos, medidas de higiene y seguridad, y que demostraron solidaridad con el pueblo y el propio gobierno.

Aunque en esta ocasión presentaron gráficas y estadísticas para reforzar el mensaje, al día de hoy no tenemos los datos específicos para probar que esos locales han sido puntos de contagio. De paso, el mensaje fue grabado, por lo que los periodistas no tuvieron oportunidad de preguntar.

Sé que la policía hace su máximo esfuerzo, sé de la preocupación por el aumento de casos, entiendo el peligro de un colapso del sistema de salud, pero pregunto, ¿no será que estamos importando el virus por medio de los viajeros? ¿No será que urgen más pruebas y métodos más eficaces para detectar focos de contagio? ¿No será más eficiente ir directamente a los locales donde violen la orden? ¿No será mejor invertir en campañas educativas? ¿Por qué castigar a quien ha cumplido a cabalidad con las medidas?

Dicen que la salvación es individual, pero no podemos pagar justos por pecadores. En Japón han tenido éxito con un gobierno y un pueblo unido que sigue los protocolos. Tal vez deberíamos mirar hacia allá y aprender de ellos.